Más allá del corto plazo agitado, el escenario de fondo señala efectivamente una severa crisis de gobernabilidad, es decir, el momento en que las exigencias de la sociedad son mucho mayores que las ofertas de los gobiernos. Y toda crisis de gobernabilidad se mueve en tres opciones: la anarquía, el retroceso o la transición.
Lo malo, sin embargo, es que gana siempre la opción que se impone por la fuerza de la violencia, a menos que haya una propuesta inmediata de transición a la democracia.
La salida no será fácil. En Oaxaca no se dio una protesta social pacífica sino una verdadera insurrección revolucionaria anarquista con vinculaciones guerrilleras y en el caso del SME se perfila una confrontación para someter al Estado a los dictados de un grupo sindical. Y la capacidad de respuesta de los gobiernos estatal y federal se redujo a los precarios instrumentos políticos del viejo régimen político.
La violencia política es, ni modo, inevitable. Lo señala con claridad el politólogo Samuel Huntington al analizar la protesta política en su libro El orden político en las sociedades en cambio:
“(La causa de la violencia política es) el resultado del rápido cambio social y de la veloz movilización política de nuevos grupos, junto con el lento desarrollo de las instituciones políticas”. “El cambio económico y social amplía la conciencia política, multiplican sus demandas, ensanchan su participación. Estos cambios socavan los fundamentos tradicionales de la autoridad y las instituciones políticas y complican tremendamente los problemas de creación de nuevas bases de asociación e instituciones que unan la legitimidad a la eficacia”.
El SME mostró ayer su músculo, pero inflado por el uso de anabólicos neopopulistas. El problema con los sindicatos es su vocación por la derrota, su lenguaje rupturista y su proclividad al maximalismo del todo o nada. La historia del sindicalismo está marcada por el fracaso, aunque se mantengan en alto las banderas simbólicas de lucha. En 1959 y en 1962 el escritor José Revueltas, una de las conciencias marxistas más lúcidas del siglo pasado, señaló que los trabajadores seguirán perdiendo batallas mientras carecieran de un verdadero partido obrero.
En el caso Oaxaca la Tremenda Corte de Justicia decidió conforme a la política y no al derecho. En Oaxaca no hubo un caso típico de abuso de fuerza pública, sino de una insurrección radical violenta contra la sociedad y contra las instituciones, producto de una lucha por el poder entre las familias priístas. Y como para demostrar la irracionalidad de la conclusión de la Tremenda Corte, el martes mismo un grupo de la APPO chocó violentamente contra la policía a las puertas del edificio judicial. Ahí se vio el estilo político de la APPO: por la fuerza y sin las razones.
El gobierno de Calderón quiere manejar los conflictos del país con el instrumental del viejo régimen priísta, incluyendo a la Tremenda Corte empanizada. Por eso la capacidad de gobernabilidad no se va a dar cediendo a las presiones del músculo anabólico del SME ni al anarquismo de la APPO ni menos aún a las locuras fundamentalistas de un presidente de pacotilla --el Nicolás Zúñiga y Miranda porfirista del siglo XXI--, sino entrándole de una vez por todas al problema central de la alternancia partidista en la presidencia de la república: la transición del régimen político priísta a un sistema político democrático.
Al final, el SME y la APPO le apuestan a la ruptura anarquista porque carecen de un partido real de izquierda que pueda conducir la transición. España tuvo al PSOE para la democratización y Rusia padece su Putin para la restauración del viejo régimen de privilegios autoritarios. Con el apoyo de la Tremenda Corte, México se desliza por el camino ruso.
Si en las leyes, en el parlamento y en las calles no se razona la dimensión de la crisis y ahí se mira en el corto plazo de las complicidades, el país no va a transitar hacia un régimen democrático sino que encontrará, como en Rusia, la tranquilidad en la restauración del viejo régimen. La iniciativa debe partir del presidente Calderón: o la transición democrática de fondo o el regreso del Jurásico priísta.
Post RLB. Punto Politico.
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