Allí se presentó Jesús Ortega, aspirante a dirigir el PRD. Aplaudible fue su discurso inicial ante un público amplio, fundamentalmente empresarial, deseoso de escuchar a una izquierda civilizada. Habló de modernidad, tiempos nuevos, competitividad, apertura; de fomentar el empleo, contra los izquierdosos tradicionalistas dogmáticos que veían al trabajo subordinado como plusvalía explotada. Aceptó un iva generalizado, siempre y cuando fuese eficaz el impuesto sobre la renta; y criticó a la “derecha” que no sabe cazar ratones.
Citó: no importa de qué color sea el gato, siempre y cuando cace ratones, famosa expresión del sucesor de Mao, Deng Xiao Ping. El camarada Deng sí leyó a Confucio, y sí practicaba lo que decía: dio libertad a más seres humanos que nadie más en la historia de la humanidad. Así, si Ortega lo cita, ¿podrá ese precandidato liberar a sus compatriotas, enriquecerlos, ofrecer algo nuevo y apasionante? ¿Será líder del futuro, como lo ofrece?
Dúdolo. Cerca de la mitad de las preguntas se referían a una palabra muy usada hoy: petróleo. El presidente del Club, José Carral Escalante, le hizo una muy pertinente, aprovechando que Ortega había opinado que el petróleo no le pertenece al gobierno, y mucho menos al sindicato. Le pertenece a la nación. Y además, había criticado a los monopolios.
Propuso empresas que compitieran con el gran monstruo monopólico gubernamental-sindical llamado Petróleos Mexicanos. Que pudiéramos los nacionales apoyar lo que es de la nación. Que el mismísimo gobierno pudiera abrir otras empresas, una probablemente llamada “Hidrocarburos Nacionales”.
Tiene razón Pepe Carral; Pémex no figura en la Constitución ni nuestra ley fundamental manda que deba explotar el petróleo un solo organismo. Y la nación la componemos los nacionales, es decir, los mexicanos.
Las preguntas difíciles impelen a ciertos interrogados a imitar a las palomillas que revolotean alrededor del foco sin aterrizar en él, para evitar quemarse con una respuesta políticamente incorrecta o entrar en el incómodo terreno del compromiso. Las tangentes del círculo ofrecen la ventaja de patinar impunemente. Sin entrarle al asunto. Sin comprometerse. Y dan oportunidad de contradecirse; por ejemplo, defender que haya monopolios pero porque la Constitución los permite, siempre y cuando sean del gobierno. Muy bueno el gato, si la Constitución lo deja manco.
Y reconoce que Pemex no funciona ni enriquece a la nación. Es un nido sindical de ratas. Pero no hay que cambiar su status gubernamental y monopólico. Ni la mitología “revolucionaria” que tanto conocemos. Lo mismo. El mismo rollo. La misma corrección política. La misma teología laica. Los mismos, intocables tabúes profano-religiosos. Los mismos ataques –but of course— contra el “neoliberalismo”, ese conocido monstruo. El mismo esperpento, ese fantasmagórico espantajo, la misma maquinación mental que tanto ha atacado a la inerme raza de bronce.
Pepe Carral, desde el micrófono, dejó con todas sus letras explícitamente claro lo que a todos nos había quedado igual de claro: Jesús Ortega no respondió la pregunta.
Decepcionante. La izquierda mexicana, en uno de sus mejores representantes, no ha dejado de ser un acrítico supérstite de los mismos bocetos, la misma subcultura nacional-revolucionaria, el mismo colectivismo, los mismos símbolos, la misma pequeñez, el mismo conservadurismo del trasnoche, la misma mediocridad, la misma ignorancia, los mismos fetiches, el mismo miedo de cambiar. No abandona su tradición autoritaria, colectivista, simbólica, controlista, mitológica. No aprende. No conoce el mundo real, ése que avanza y aprende y se mueve sin que nuestra gloriosa estulticia le resulte relevante. No, no es esa la izquierda que México necesita. No, pero… ¿cuál otra hay? ¿La del Peje?
Y hay que cazar ratones. Claro. Pero siempre y cuando el gato no sea neoliberal.
Por Fernando Amerlinck