martes, 27 de febrero de 2007

Vicente Fox: tonto, tonto, pero no tanto

Con “mecate corto” a AMLO y al PRD
Aunque mete en problemas al gobierno de Felipe Calderón cada vez que habla, la tarea del ex presidente Vicente Fox radica en enloquecer a Andrés Manuel López Obrador y al PRD. Y, como se ven las cosas, ya consiguió su objetivo.

Como lo hizo en la segunda mitad de su sexenio, Fox ha sabido tocar los resortes de la sicología perredista. El desafuero fue una derrota parcial para Fox porque no pudo encarcelar a López Obrador, pero lo obligó a adelantar su estrategia populista de movilización de masas. A pesar de que lo tachan del presidente “más tonto” de la historia de México, Fox ya le tomó la medida a López Obrador y al PRD y los convirtió en sus interlocutores.

En este contexto, Fox ha decidido traer con “mecate corto” a López Obrador y al PRD, cuando la amenaza era al revés: que el tabasqueño mantuviera sitiado al gobierno de Calderón. En las últimas semanas Fox logró sacar de sus casillas a los perredistas y los colocó no en el escenario de los debates de ideas, sino de las confrontaciones de violencia verbal que le han dado muchos dolores de cabeza a López Obrador y a sus asesores.

El ambiente de la disputa, a pesar de las reacciones anímicas, es de proyectos. Fox y el PAN nacional --ahora con la presidencia de la democracia cristiana continental-- se dieron la tarea de abrir un debate internacional contra el proyecto populista que encabeza el presidente venezolano Hugo Chávez y en el que ubican a López Obrador. Pero la reacción perredista ha sido la del insulto y la descalificación.

Al colocarse como un polo de atracción, Fox logró quitarle puntos de fricción al gobierno de Calderón. Inclusive, el propio Calderón se ha hecho a un lado para esquivar los rebotes de los dardos perredistas que quieren reabrir la polémica sobre las elecciones presidenciales del año pasado. La demanda penal del PRD contra Fox por su declaración del desquite no va dirigida contra el ex presidente sino contra Calderón.

El PAN tiene, además, la estrategia de evitar las campañas contra Fox. Y no porque sea su mejor carta política, sino porque el panismo está decidido a evitar a toda costa que el primer presidente de la república salido del PAN pueda ser enjuiciado por irregularidades. Fox se convirtió en la bandera del PRI y del PRD para minar las posibilidades panistas en las legislativas del 2009 y en las presidenciales del 2012.

La lógica del PAN no es difícil de entender. El PRI ha llegado hasta la ignominia para impedir cualquier enjuiciamiento de algún presidente de la república salido de sus filas. Y vaya que su tarea ha sido no sólo titánica sino a costa del desprestigio creciente de la credibilidad del partido. Y lo mismo hace el PRD al tapar todas las irregularidades y justificar todas las locuras de López Obrador, sin duda su única --y maltrecha-- carta política nacional.

Por tanto, el caso Fox tiene dos vertientes: de un lado, los pasivos sicológicos de un político víctima de la neurosis del micrófono y de una verdadera enfermedad de Munchausen --síndrome de enfermedades inventadas para atraer la atención de los doctores-- que quiere seguir en los medios; pero de otro, el papel provocador de Fox para mantener a raya a López Obrador y a los perredistas, sacarlos de sus casillas y provocar confrontaciones de violencia verbal que dañan la credibilidad del PRD.

El PAN pareció entender la lógica del conflicto de proyectos en América Latina. En la campaña presidencial del año pasado, Cuba y Venezuela violaron la soberanía mexicana y se metieron de lleno en el proceso electoral para apoyar y apuntalar a López Obrador. Y no tanto por ayudar a México, sino por colocar en la frontera con los Estados Unidos a una posición radical de confrontación.
Lo grave de esta estrategia no fue el hecho de que López Obrador tuviera el derecho de competir y la posibilidad de ganar, sino que Fidel Castro y Hugo Chávez buscaron involucrar a México en el conflicto ideológico de una guerra fría superada por la derrota de la URSS.

En este escenario tiene Vicente Fox un espacio importante. Con todo y sus locuras, Fox representa una figura política que derrotó al PRI y más tarde le ganó la presidencia a López Obrador y al PRD. Aún a regañadientes, altas figuras panistas tienen claro que la figura de Felipe Calderón no fue suficiente para ganar las elecciones y que en realidad la presidencia la perdió López Obrador por el miedo a una opción populista, radical y caótica como la que presentó el perredismo el año pasado.

La tarea panista en los años que vienen será la de atajar la recomposición de López Obrador y del PRD. Por eso el PAN tomó la decisión de usar a Fox para un marcaje personal a López Obrador. Y ahí tocaron el resorte más sensible: basta que Fox diga algo para que los perredistas y López Obrador brinquen de sus asientos y lleven la política a la estridencia del insulto. Los panistas han entendido lo que los perredistas se niegan a aceptar: la violencia verbal de López Obrador fue el detonador de su derrota.

El panismo ya le tomó la medida al perredismo: la política es pasión pero debe estar alejada de las pasiones. Y en López Obrador y los perredistas, la política son pasiones descontroladas.
Por Carlos Ramirez.
RLB Punto Politico.

viernes, 23 de febrero de 2007

Martir de la Censura

Por Paco Calderon
RLB Punto Politico

martes, 20 de febrero de 2007

Se Terminó el Ciclo AMLO en el PRD

Aunque seguirá
siendo defendido
hasta la ignominia por
los perredistas,
el ciclo de López Obrador
como factor dominante
en el PRD ya se terminó.

Mientras el tabasqueño va a continuar su línea de rebeldía y ruptura institucional, el partido del sol azteca decidió andar el camino de la reforma política pactada e institucional.

Mientras el tabasqueño va a continuar su línea de rebeldía y ruptura institucional, el partido del sol azteca decidió andar el camino de la reforma política pactada e institucional.

Y lo malo para López Obrador es que sus dos iniciativas políticas también entraron en una situación de conflicto terminal interno: el Frente Amplio Progresista se deshizo en Yucatán y la fantasmal e inexistente Convención Nacional Democrática no pudo ponerse por encima de los organismos de decisión del partido.

En este contexto, López Obrador seguirá como perredista, su bandera de fraude electoral continuará en la agenda de las quejas pero no de las disputas reales de poder y su figura será referente simbólico, pero el PRD decidió entrarle al espacio de la negociación pactada del cambio político.

El responsable del fracaso político de la línea rupturista de López Obrador no fue Vicente Fox. Ni Felipe Calderón. Menos aún Cuauhtémoc Cárdenas. Quien puede ser señalado como el estratega de una iniciativa que provocó, como efecto terciario, la verdadera derrota poselectoral de López Obrador es nada menos que el senador priísta Manlio Fabio Beltrones, quien propuso la iniciativa de ley para la reforma del Estado y logró convencer al PRD de entrarle a la negociación en un año del paquete de reformas para la transformación política del país.

López Obrador perdió su cuarta oportunidad política. La primera fue el 2 de julio, cuando supo que había sido derrotado en las elecciones y decidió dinamitar las instituciones electorales al grito de “yo o nadie”. La segunda ocurrió cuando instaló arbitrariamente un plantón sobre las calles del corredor Zócalo-Periférico para presionar la anulación de las elecciones y provocó una oleada de protestas aún de militantes y simpatizantes de su causa.

La tercera oportunidad perdida fue la más grave. López Obrador ordenó al PRD impedir la toma de posesión de Felipe Calderón como presidente de la república y maniobró para un presidente interino, en un intento desesperado de provocar una crisis constitucional. A pesar del uso de la violencia verbal y física, López Obrador fracasó y Calderón protestó como presidente en el Congreso.

La cuarta se vio el fin de semana pasada cuando el PRD tuvo que decidir si mantenía la línea de ruptura institucional frente al gobierno de la república o si le apostaba al reconocimiento de la institucionalidad y se sentaba a pactar los cambios políticos en el espacio del congreso. López Obrador ni siquiera se dignó a pensar en la vía negociada y mantuvo su orden de seguir en el camino de la ruptura. Pero la bancada perredista en el senado, incluyendo al senador de facto Ricardo Monreal, decidió aceptar la propuesta del priísta Beltrones y suscribió la ley para la reforma del Estado que se va a negociar también con el presidente de la república.
Los senadores perredistas tuvieron que asumir una decisión política de largo plazo. La línea rupturista de López Obrador los estaba marginando de la vida política nacional. Pero al mismo tiempo, el tabasqueño no ofrecía un horizonte político coherente.

López Obrador buscaba sólo darle salida a su rencor y resentimiento por su derrota electoral. Su propuesta de organizar un movimiento nacional de protesta contra las instituciones no ha dado resultado. Y su toma de posesión como presidente “legítimo” de la república derivó en una payasada digna de don Nicolás Zúñiga y Miranda, aquel ciudadano que se ostentaba como presidente frente a Porfirio Díaz.

A López Obrador lo perdió su ceguera política. Un político deja de ser hombre de Estado cuando lo dominan sus pasiones más negativas. Y entre ellas, la peor es, sin duda, la del rencor. Todos los libros que se han publicado hasta ahora sobre el proceso electoral del 2006 dibujan a López Obrador como verdugo de sí mismo: fue el arquitecto de su propio destino.

Y la derrota del tabasqueño ha sido también personal. El factor negativo ha sido su ambición desmedida de poder. A lo largo del sexenio pasado, López Obrador se presentó como indestructible. Y dijo las razones: cuando se tienen principios, los hombres son indestructibles. Y ha sido su ausencia de principios lo que ha marcado la declinación moral de López Obrador.

El oportunismo ha sido, en el tabasqueño, la antítesis de los principios. Y fue oportunismo su decisión de entregarle a la ultraderechista panista y foxista Ana Rosa Payán la candidatura perredista a la gubernatura de Yucatán. Ahí enterró López Obrador sus principios. Y ahí terminó su ciclo como líder moral del ala populista-rupturista del PRD. A menos, claro, que los verdaderos principios ideológicos y juaristas de López Obrador hayan sido los mismos de la ultraderechista Payán: los extremos, ya se sabe, se juntan.

La anulación de los principios fue la kryptonita que terminó con la aureola moral de López Obrador. Como en el cuento de Andersen, el rey estaba desnudo. Hoy se ve al tabasqueño como un oportunista político, sin ideas, capaz de postrar su juarismo al derechismo rancio y clerical de Payán, inclinado al oportunismo.
Si el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación fue el Waterloo de López Obrador, Yucatán será su isla de Santa Helena.
Por Carlos Ramírez
RLB Punto Politico

sábado, 17 de febrero de 2007

El regreso del idiota

Malos vientos que corren
por América Latina
Triunfos electorales de Uribe en Colombia, de Alan García en el Perú y de Calderón en México que fueron claras derrotas para el "idiota"

Hace diez años apareció el Manual del perfecto idiota latinoamericano en el que Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa arremetían con tanto humor como ferocidad contra los lugares comunes, el dogmatismo ideológico y la ceguera política que están detrás del atraso de América Latina.

El libro, que golpeaba sin misericordia, pero con sólidos argumentos y pruebas al canto, la incapacidad casi genética de la derecha cerril y la izquierda boba para aceptar una evidencia histórica –que el verdadero progreso es inseparable de una alianza irrompible de dos libertades, la política y la económica, en otras palabras de democracia y mercado–, tuvo un éxito inesperado.

Además de llegar a un vasto público, provocó saludables polémicas y las inevitables diatribas en un continente "idiotizado" por la prédica ideológica tercermundista, en todas sus aberrantes variaciones, desde el nacionalismo, el estatismo y el populismo hasta, cómo no, el odio a Estados Unidos y al "neo liberalismo".

Una década después, los tres autores vuelven ahora a sacar las espadas y a cargar contra los ejércitos de "idiotas" que, quién lo duda, en estos últimos tiempos, de un confín al otro del continente latinoamericano, en vez de disminuir parecen reproducirse a la velocidad de los conejos y cucarachas, animales de fecundidad proverbial. El humor está siempre allí, así como la pugnacidad y la defensa a voz en cuello, sin el menor complejo de inferioridad, de esas ideas liberales que, en las circunstancias actuales, parecen particularmente impopulares en el continente de marras.

Pero ¿es realmente así? Las mejores páginas de El regreso del idiota están dedicadas a deslindar las fronteras entre lo que los autores del libro llaman la "izquierda vegetariana" con la que casi simpatizan y la "izquierda carnívora", a la que detestan. Representan a la primera los socialistas chilenos –Ricardo Lagos y Michelle Bachelet–, el brasileño Lula da Silva, el uruguayo Tabaré Vásquez, el peruano Alan García y hasta parecería –¡quién lo hubiera dicho!– el nicaragüense Ortega, que ahora se abraza con, y comulga con frecuencia de manos de su viejo archienemigo, el cardenal Obando.

Esta izquierda ya dejó de ser socialista en la práctica y es, en estos momentos, la más firme defensora del capitalismo –mercados libres y empresa privada– aunque sus líderes, en sus discursos, rindan todavía pleitesía a la vieja retórica y de la boca para fuera homenajeen a Fidel Castro y al comandante Chávez.
Esta izquierda parece haber entendido que las viejas recetas del socialismo jurásico –dictadura política y economía estatizada– sólo podían seguir hundiendo a sus países en el atraso y la miseria. Y, felizmente, se han resignado a la democracia y al mercado.

La "izquierda carnívora" en cambio, que, hace algunos años, parecía una antigualla en vías de extinción que no sobreviviría al más longevo dictador de la historia de América Latina –Fidel Castro–, ha renacido de sus cenizas con el "idiota" estrella de este libro, el comandante Hugo Chávez, a quien, en un capítulo que no tiene desperdicio, los autores radiografían en su entorno privado y público con su desmesura y sus payasadas, su delirio mesiánico y su anacronismo, así como la astuta estrategia totalitaria que gobierna su política.

Discípulo e instrumento suyo, el boliviano Evo Morales, representa, dentro de la "izquierda carnívora", la subespecie "indigenista", que, pretendiendo subvertir cinco siglos de racismo "blanco", predica un racismo quechua y aymara, idiotez que, aunque en países como Bolivia, Perú, Ecuador, Guatemala y México carezca por completo de solvencia conceptual, pues en todas esas sociedades el grueso de la población es ya mestiza y tanto los indios y blancos "puros" son minorías, entre los "idiotas" europeos y norteamericanos, siempre sensibles a cualquier estereotipo relacionado con América Latina, ha causado excitado furor.

Aunque en la "izquierda carnívora" por ahora sólo figuran, de manera inequívoca, tres trogloditas –Castro, Chávez y Morales– en El regreso del idiota se analiza con sutileza el caso del flamante presidente Correa, del Ecuador, grandilocuente tecnócrata, quien podría venir a engordar sus huestes.

Los personajes inclasificables de esta nomenclatura son el presidente argentino Kirchner y su guapa esposa, la senadora Cristina Fernández (y acaso sucesora), maestros del camaleonismo político, pues pueden pasar de "vegetarianos" a "carnívoros" y viceversa en cuestión de días y a veces de horas, embrollando todos los esquemas racionales posibles (como ha hecho el peronismo a lo largo de su historia).

Una novedad en El regreso del idiota sobre el libro anterior es que ahora el fenómeno de la idiotez no lo auscultan los autores sólo en América Latina; también en Estados Unidos y en Europa, donde, como demuestran estas páginas con ejemplos que producen a veces carcajadas y a veces llanto, la idiotez ideológica tiene también robustas y epónimas encarnaciones.

Los ejemplos están bien escogidos: encabeza el palmarés el inefable Ignacio Ramonet, director de Le Monde diplomatique, tribuna insuperable de toda la especie en el viejo continente y autor del más obsecuente y servil libro sobre Fidel Castro –¡y vaya que era difícil lograrlo!–; y lo escolta Noam Chomsky, caso flagrante de esquizofrenia intelectual, que es inspirado y hasta genial cuando se confina en la lingüística transformacional y un "idiota" irredimible cuando desbarra sobre política.

La Madre Patria está representada por el dramaturgo Alfonso Sastre y sus churriguerescas distinciones entre el terrorismo bueno y el terrorismo malo, y los premios Nóbel por Harold Pinter, autor de espesos dramas experimentales raramente comprensibles y sólo al alcance de públicos archiburgueses y exquisitos, y demagogo impresentable cuando vocifera contra la cultura democrática.

En el capítulo final, El regreso del idiota propone una pequeña biblioteca para desidiotizarse y alcanzar la lucidez política. La selección es bastante heterogénea pues figuran en ella desde clásicos del pensamiento liberal, como Camino de servidumbre, de Hayek, La sociedad abierta y sus enemigos, de Popper, y La acción humana de von Mises, hasta novelas como El cero y el infinito, de Koestler, y los mamotretos narrativos de Ayn Rand El manantial y La rebelión de Atlas. (A mi juicio, hubiera sido preferible incluir cualquiera de los ensayos o panfletos de Ayn Rand, cuyo incandescente individualismo desbordaba el liberalismo y tocaba el anarquismo, en vez de sus novelas que, como toda literatura edificante y propagandística, son ilegibles).

Nada que objetar en cambio a la presencia en esta lista de Gary Becker, Jean FranÁois Revel, Milton Friedman y (el único hispano hablante de la selección) Carlos Rangel, cuyo fantasma debe sufrir lo indecible con lo que está ocurriendo en su tierra, una Venezuela que ya no reconocería.
Pese a su buen humor, a su refrescante insolencia y a la buena cara que sus autores se empeñan en poner ante los malos vientos que corren por América Latina, es imposible no advertir en las páginas de este libro un hálito de desmoralización. No es para menos.

Porque lo cierto es que a pesar de los casos exitosos de modernización que señala –el ya conocido de Chile y el promisorio de El Salvador sobre el que aporta datos muy interesantes, así como los triunfos electorales de Uribe en Colombia, de Alan García en el Perú y de Calderón en México que fueron claras derrotas para el "idiota" en cuestión – lo cierto es que en buena parte de América Latina hay un claro retroceso de la democracia liberal y un retorno del populismo, incluso en su variante más cavernaria: la del estatismo y colectivismo comunistas.
Ésa es la angustiosa conclusión que subyace este libro afiebrado y batallador: en América Latina, al menos, hay una cierta forma de idiotez ideológica que parece irreductible.Se le puede ganar batallas pero no la guerra, porque, como la hidra mitológica, sus tentáculos se reproducen una y otra vez, inmunizada contra las enseñanzas y desmentidos de la historia, ciega, sorda e impenetrable a todo lo que no sea sus propias tinieblas.
Por Mario Vargas Llosa
RLB Punto Politico

jueves, 15 de febrero de 2007

Venezuela: más pobreza que en México

Chavez con una más de sus demagogias del poder
Cuando el presidente Hugo Chávez dijo que en México había más pobreza que en Venezuela, en realidad se trataba de una más de sus demagogias del poder.

Cifras de la Comisión Económica para América Latina revelan que la revolución bolivariana ha empobrecido a los venezolanos, en tanto que México ha disminuido las tasas de pobreza.
Los datos de la Cepal son reveladores: Venezuela es uno de los países más ricos de la región latinoamericana, con excedentes en balanza de pagos y en cuenta corriente arriba de treinta mil millones de dólares el año pasado, pero con una injusta distribución de la riqueza.

La revolución bolivariana no se ha traducido en bienestar social para los venezolanos.
Las cifras de comparación Venezuela México en bienestar social son contundentes y revelan que en Venezuela hay más pobreza que en México:

1.- El producto interno bruto de México, en el decenio 1997-2006, fue de 3.6% promedio anual, contra apenas 2.8% de Venezuela en el mismo periodo. El PIB promedio latinoamericano en el mismo lapso fue de 2.9%.

2.- El PIB por habitante --un indicador elemental del crecimiento con distribución-- de México en el mismo decenio fue de 2.1% promedio anual, contra un modestísimo 0.9% promedio anual de la Venezuela de Chávez. El promedio anual latinoamericano fue de 1.3%, abajo del de México y arriba del de Venezuela. México creció más y distribuyó mejor que Venezuela.

3.- La tasa promedio anual del desempleo urbano en el periodo 1997-2006 fue de 4.4% en México, contra el 13.6% de Venezuela. Es decir, la revolución bolivariana tuvo más de tres veces más desempleados que México.

4.- La inflación, el impuesto más grave que afecta siempre a los más pobres, daña más a los venezolanos por las políticas económicas irresponsables del populismo que a los mexicanos. La tasa promedio anual de inflación en el periodo 1997-2006 fue en México de 8.2%, contra la altísima de 22.1% de Venezuela, casi tres veces más. La inflación es, al final de cuentas, un concentrador de la riqueza.

5.- En cifras monetarias, el PIB por habitante en México aumentó 20.8% de 1990 a 2005, y en Venezuela apenas subió 2.3%. En México pasó de cuatro mil novecientos sesenta dólares a cinco mil novecientos noventa y tres, en tanto que en Venezuela aumentó de cuatro mil ochocientos veintisiete a cuatro mil novecientos treinta y nueva dólares.

6.- La esperanza de vida, efecto de políticas de salud, alimentación y bienestar, aumentó en México de 67.7 años en 1980 a 74.3 en 2005, un 9.7%, en tanto que en Venezuela apenas subió 7.2%, al pasar de 68.8 a 73.8 en el mismo periodo.

7.- En cifras más precisas, la Cepal ha revelado en sus estudios que México disminuyó con mayor intensidad la población bajo la línea de la pobreza y de la indigencia que Venezuela. En el periodo 1989-2005, México disminuyó 12.2 puntos porcentuales su población pobre, al pasar de 47.7% a 35.5%, en tanto que Venezuela apenas bajo 2.7 puntos porcentuales, al pasar de 39.8% a 37.1% en el mismo periodo. Hay más pobres en Venezuela que en México.

8.- En las cifras de población bajo la línea de indigencia --es decir: pobreza extrema--, la Cepal reveló que México logró bajar 7 puntos porcentuales la población más pobre, al pasar de 18.7% a 11.7%. Venezuela, en cambio, aumentó en 1.5 puntos porcentuales la cifra de indigentes en su país, con todo y la demagogia de la revolución bolivariana. La cifra de indigentes pasó de 1.4% en 1990 a 15.9% en 2005. La riqueza petrolera no se distribuyó.

9.- En zonas rurales México ha bajado consistentemente sus cifras de pobreza e indigencia, en tanto que Venezuela ha ocultado cifras y evidencias y la Cepal sólo ha registrado 1990 y 1991: aumentos de pobreza rural de 46.0% a 55.6% y crecimiento de la indigencia rural de 21.3% a 28.3% en esos mismos dos años. En cambio, México disminuyó la pobreza rural de 56.7% en 1989 a 47.5% en 2005 y la indigencia rural cayó de 27.9% a 21.7% en los mismos años.

10.- El populismo de Chávez ha enriquecido más a los ricos y ha empobrecido más a los pobres, según cifras de la Cepal. La participación venezolana en el ingreso del 40% de la población más pobre ha bajado de 16.7% en 1990 a 14.8% en el 2005, en tanto que la participación en el ingreso del 10% de los más ricos ha aumentado de 25.7% en 1990 a 28.3% en el 2005.

Es decir, la revolución bolivariana ha beneficiado más a los ricos y dañado más a los pobres. En México, en cambio, la participación en el ingreso del 40% de los más pobres ha quedado casi igual, pero la participación del 10% de los más ricos ha bajado de 36.6% a 35.4% en el periodo 1989-2005.
Militar golpista y demagogo de plazuela, Chávez encabeza una revolución socialista de corte capitalista para beneficiar a los ricos y empobrecer a los desvalidos. Sus ataques contra México, asimismo, revelaron una ignorancia brutal de la realidad económica de cifras oficiales porque todo se reduce a atacar a México. La realidad es clara: México tiene menos pobres que Venezuela. Eso sí, Chávez le gana a México en… demagogia caribeña.
Por Carlos Ramírez
RLB Punto Politico