Lo malo de estos radicalismos inofensivos radicó en el hecho de desactivar el potencial de la protesta. Ahora que grupos lopezobradoristas están preparando silenciosamente nuevos objetivos de movilización, la protesta en sí misma ha perdido efectividad. Pero lo malo es que esas manifestaciones radicales carecen de opciones paralelas.
Las multas del IFE al PRD por el plantón del corredor Zócalo-Periférico y por la obstaculización del sexto informe de Vicente Fox fueron la ratificación de la vía institucional. Lo malo, sin embargo, es que los partidos carecen de alguna oferta de transición a la democracia o de modernización democrática. Así, el radicalismo de López Obrador paradójicamente agotó un camino de la protesta al convertir su agenda en impositiva.
El caso de Marcos es similar. Su protesta política en enero de 1994 fue derrotada militarmente pero pudo recomponerla con la agenda indígena, pero su maximalismo por la autonomía diluyó los avances legislativos. Su fotografía reciente a principios de enero muestra la obesidad de la desmovilización. El año pasado encabezó por Reforma una marcha de los campesinos de Atenco y apenas causó cierta curiosidad entre los transeúntes.
Al final de cuentas, con todo y su radicalismo, la protesta de los atencos era importante por el abuso de la policía contra las marchas y en los juicios contra algunos de sus dirigentes. Pero como López Obrador, Marcos ya había agotado las posibilidades de la protesta callejera.
Lo que viene, como siempre ocurre en estos movimientos oscilatorios, es un regreso a la institucionalidad pasiva. En el PRD ha comenzado la disputa por las posiciones legislativas. En reuniones privadas, López Obrador sí ha diseñado una lista de candidatos de su grupo para las candidaturas del PRD, pero en público suele negar la realidad. El éxito de la protesta callejera y violenta en el pasado fue correlativo de la existencia de pocos espacios para la disidencia o la protesta.
La derrota presidencial del PRI, la división política del país en tres fuerzas nacionales y la democratización de la actividad pública ha sido más sólida que la persistencia de la protesta. El día de la votación de la reforma energética en la Cámara de Diputados fue patética la imagen de López Obrador parado en la calle a la espera… de nada: la protesta no llegó, la movilización callejera fue un petate de muerto y lamentablemente el PRD perdió espacios para pugnar por una reforma más progresista, como la que señalaba Cuauhtémoc Cárdenas.
Las multas del IFE al PRD por el 2006 fueron la conclusión de los movimientos de protesta violenta en las calles. Las concentraciones en el Zócalo de la ciudad de México fueron intimidantes en el pasado no sólo por su capacidad de movilización sino sobre todo por su intención de romper con los espacios estrechos permitidos por el sistema político priísta del pasado, al cual por cierto pertenecieron activamente López Obrador y todo su primer círculo de poder. Pero la transformación de la protesta en una simple e inofensiva asamblea informativa diluyó el impacto de las movilizaciones.
Como siempre ocurre con los movimientos de protesta, hay ahora un regreso del péndulo conservador por el error histórico de los grupos radicales: la incapacidad para mantener victorias y para transformarlas en reformas institucionales. La maldición de las protestas callejeras comienza con la fiesta de la lucha maximalista y termina con el grito de “presos políticos, libertad”. El PRD y el EZLN, que encabezaron las grandes movilizaciones de protesta, promovieron una transición política que no supieron capitalizar.
La izquierda ha caído presa de sus propias contradicciones: carece de un proyecto de reforma política o de transición a la democracia y se ahoga en el caudillismo. Ahí están López Obrador y Marcos.
Sin un acuerdo de modernización democrática, los partidos se perfilan a un 2009 de disputa por parcelas de poder. No hay discursos, no hay agenda política, no existe una propuesta de transición: el PRD busca recuperar los votos perdidos por el radicalismo de López Obrador, el PRI quiere regresar a la presidencia de la república con los mismos que lo llevaron a la derrota y el PAN se enfila hacia el modelo priísta de partido de Estado.
Y lo malo es que ahora la protesta callejera, que logró avances en los sesenta y en los noventa, causa estragos en el tránsito citadino pero no consigue ningún avance político.
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