La historia del capitalismo japonés debería ser seguida muy cercanamente por el Presidente Obama, para entender que la principal causa del fracaso económico es la interferencia estatal, que vía subsidios y gasto público deficitario intenta “planificar” el desarrollo económico.
Durante varias décadas, posteriores a la segunda guerra mundial, Japón creció espectacularmente a tasas promedio del 10%, lo que llevó a este país, ya a finales de la década de los sesentas, a ser considerado una nación desarrollada. ¿Cuál fue la clave del éxito de Japón? No hay misterio, la razón fue el reconocimiento de la propiedad privada, amplias inversiones y una política agresiva en materia de formación de capital humano.
¿Cuál fue entonces la causa del inicio de la terminación del boom japonés? Muchos analistas y académicos aún creen que como se trata de una nación que alcanzó el desarrollo económico, entonces el mayor stock de capital empieza a presentar rendimientos decrecientes, lo que le pega al crecimiento económico. Si revisamos la historia reciente de Japón, veremos que esto no es cierto.
La historia del capitalismo japonés debería ser seguida muy cercanamente por el Presidente Obama, para entender que la principal causa del fracaso económico -o en su caso las bajas tasas de crecimiento económico- son resultado de la interferencia estatal, que vía subsidios y gasto público deficitario intenta “planificar” el desarrollo económico.
La realidad es que aunque en Japón prevalece la propiedad privada, el sistema de precios jamás ha funcionado adecuadamente, pues ha sido interferido durante muchos años por el gobierno.
El primer precio intervenido fue el de las tasas de interés, que durante los años ochentas del siglo XX, y vía políticas monetarias expansivas (como las de EU a inicios de este siglo), crearon un ambiente de crecimiento artificial, no basado en los consumidores, sino en las inyecciones crecientes de dinero del banco central para “estimular” la demanda agregada (ah, como me recuerda esta frase a Calderón). La borrachera económica acabó a finales de los ochentas, y los años noventas del siglo pasado significaron una espantosa resaca que implicó estancamiento económico profundo para Japón.
Los consumidores japoneses siempre han jugado un papel marginal en la asignación de recursos. En Japón el libre sistema de precios nunca ha sido relevante en la asignación de recursos entre consumo e inversión. La economía japonesa fue la última en desafiar las leyes del mercado y creer en la planificación, para lo que contaban con muchos más planificadores que los países socialistas. Pero el resultado estaba decidido de antemano. Sin un sistema de precios, incluido por supuesto el precio del dinero y del yen, no se puede saber qué ahorrar, qué invertir y cuándo hacerlo.
Durante diez años el gobierno japonés se ha negado a aceptar que su problema es el agotamiento de un sistema planificado y la ausencia de un sistema de precios libres y ha pretendido resolver la depresión con bajos tipos de interés y gasto público. En Japón el sistema empresarial -conglomerados poderosos- siempre han estado de la mano del gobierno, que vía su ministerio de economía, deciden la asignación de recursos. A esto hay que sumarle la corrupción descubierta hace unos años entre funcionarios del gobierno y banqueros para hacerse “autopréstamos,” lo que implicó que el sistema financiero japonés se cimbrara y le pegara a ahorradores y al crecimiento económico.
El resultado ha sido una catástrofe, porque a la crisis inicial hay que sumar la fiscal. De tener unas finanzas públicas ejemplares, la deuda pública japonesa ha pasado a representar el 130% del PIB, sin que nada permita suponer que el estado de las finanzas públicas vaya a mejorar.
La razón de por qué el gasto público japonés (con déficits públicos en torno al 8% del PIB anuales) no ha funcionado es la respuesta de las familias y consumidores, que no se creen la política económica del gobierno, que saben que el conglomerado gobierno-grupos empresariales-bancos-empresas industriales y de servicios sigue vivo y distorsiona la toma de decisiones y que, por tanto, la crisis financiera es inevitable. Ello se traduce en empresas privadas que no invierten y, sobre todo, en consumidores desconfiados que no quieren gastar.
El nuevo Presidente estadounidense -por lo menos en el discurso- planea sacar del hoyo a la economía de EU vía el gasto público. Planea “crear” tres millones de empleos vía mayor endeudamiento. ¿El cómplice? La reserva Federal (FED). Con el keynesianismo de Bernanke, la FED no dudará en seguir emitiendo dólares, sin respaldo alguno, para proseguir comprando bonos del Tesoro. Ello es mejor camino hacia la hiperinflación y derrumbe del dólar.
La lección de Japón indica que ante finanzas públicas deficitarias y un endeudamiento alto acompañado de política monetaria acomodaticia (probablemente con la crisis, y de persistir el plan de Obama de mayor gasto público, la deuda estadounidense podría acercarse peligrosamente al 100% del PIB), no funciona como estrategia para la recuperación de las economías.
Al principio de la década de los setenta, ni los gobernantes ni la mayoría de los economistas preveían la gravedad de la crisis económica de EU; tampoco se podía conocer con certeza que la crisis se manifestaría de manera diferente a las del pasado. La excepción fue Milton Friedman con su famoso discurso en la Asociación de Economistas de Estados Unidos en diciembre de 1967, en donde predijo que si se continuaba usando la política monetaria para promover el pleno empleo, el resultado sería una inflación más alta, y no descendería la tasa de desempleo, es decir, al final se tendría más inflación y desempleo (estanflación). El tiempo le dio la razón a Friedman, y la consecuencia fue la terrible estanflación de la era Carter.
Al igual que Freidman, quien esto escribe no es mago ni brujo, simplemente un seguidor y aprendiz de historia económica. Si Obama y sus asesores económicos ignoran la historia, entonces seguro se repetirán los mismos errores de Carter (aunque yo me temo que podría ser más grave, pero es mi apreciación personal). Aquí lo terrible es que para el mundo esto también se traduce en pobre crecimiento económico, lo que puede llevar al regreso y/o consolidación de los mesianismos como el de Chávez, Castro y Morales.
En esta crisis la estrategia ha sido seguir la receta de economistas keynesianos como Krugman y Stiglitz. La historia demuestra que éstas no funcionan. Sin embargo, a los gobiernos -entre ellos el de Calderón- les fascina creer que pueden nadar contra el mercado. Craso e ingenuo error.
Japón y la era Carter son evidencia que Obama no debe desdeñar. La estrategia correcta debe ser menos Gobierno, más ahorro y más producción que son las recetas correctas para salir de la crisis. Sin embargo, los planes de Obama van en la dirección contraria: más gasto público y endeudamiento, cuando la economía estadounidense sufre un exceso de ambos.
Si Obama perisite en su plan, entonces el extraordinario hecho de ser el primer presidente estadounidense negro, será lo que menos recuerde -y quiera recordar- EU y el mundo.
Por Godofredo Rivera.
Post RLB. Punto Politico.
¿Cuál fue entonces la causa del inicio de la terminación del boom japonés? Muchos analistas y académicos aún creen que como se trata de una nación que alcanzó el desarrollo económico, entonces el mayor stock de capital empieza a presentar rendimientos decrecientes, lo que le pega al crecimiento económico. Si revisamos la historia reciente de Japón, veremos que esto no es cierto.
La historia del capitalismo japonés debería ser seguida muy cercanamente por el Presidente Obama, para entender que la principal causa del fracaso económico -o en su caso las bajas tasas de crecimiento económico- son resultado de la interferencia estatal, que vía subsidios y gasto público deficitario intenta “planificar” el desarrollo económico.
La realidad es que aunque en Japón prevalece la propiedad privada, el sistema de precios jamás ha funcionado adecuadamente, pues ha sido interferido durante muchos años por el gobierno.
El primer precio intervenido fue el de las tasas de interés, que durante los años ochentas del siglo XX, y vía políticas monetarias expansivas (como las de EU a inicios de este siglo), crearon un ambiente de crecimiento artificial, no basado en los consumidores, sino en las inyecciones crecientes de dinero del banco central para “estimular” la demanda agregada (ah, como me recuerda esta frase a Calderón). La borrachera económica acabó a finales de los ochentas, y los años noventas del siglo pasado significaron una espantosa resaca que implicó estancamiento económico profundo para Japón.
Los consumidores japoneses siempre han jugado un papel marginal en la asignación de recursos. En Japón el libre sistema de precios nunca ha sido relevante en la asignación de recursos entre consumo e inversión. La economía japonesa fue la última en desafiar las leyes del mercado y creer en la planificación, para lo que contaban con muchos más planificadores que los países socialistas. Pero el resultado estaba decidido de antemano. Sin un sistema de precios, incluido por supuesto el precio del dinero y del yen, no se puede saber qué ahorrar, qué invertir y cuándo hacerlo.
Durante diez años el gobierno japonés se ha negado a aceptar que su problema es el agotamiento de un sistema planificado y la ausencia de un sistema de precios libres y ha pretendido resolver la depresión con bajos tipos de interés y gasto público. En Japón el sistema empresarial -conglomerados poderosos- siempre han estado de la mano del gobierno, que vía su ministerio de economía, deciden la asignación de recursos. A esto hay que sumarle la corrupción descubierta hace unos años entre funcionarios del gobierno y banqueros para hacerse “autopréstamos,” lo que implicó que el sistema financiero japonés se cimbrara y le pegara a ahorradores y al crecimiento económico.
El resultado ha sido una catástrofe, porque a la crisis inicial hay que sumar la fiscal. De tener unas finanzas públicas ejemplares, la deuda pública japonesa ha pasado a representar el 130% del PIB, sin que nada permita suponer que el estado de las finanzas públicas vaya a mejorar.
La razón de por qué el gasto público japonés (con déficits públicos en torno al 8% del PIB anuales) no ha funcionado es la respuesta de las familias y consumidores, que no se creen la política económica del gobierno, que saben que el conglomerado gobierno-grupos empresariales-bancos-empresas industriales y de servicios sigue vivo y distorsiona la toma de decisiones y que, por tanto, la crisis financiera es inevitable. Ello se traduce en empresas privadas que no invierten y, sobre todo, en consumidores desconfiados que no quieren gastar.
El nuevo Presidente estadounidense -por lo menos en el discurso- planea sacar del hoyo a la economía de EU vía el gasto público. Planea “crear” tres millones de empleos vía mayor endeudamiento. ¿El cómplice? La reserva Federal (FED). Con el keynesianismo de Bernanke, la FED no dudará en seguir emitiendo dólares, sin respaldo alguno, para proseguir comprando bonos del Tesoro. Ello es mejor camino hacia la hiperinflación y derrumbe del dólar.
La lección de Japón indica que ante finanzas públicas deficitarias y un endeudamiento alto acompañado de política monetaria acomodaticia (probablemente con la crisis, y de persistir el plan de Obama de mayor gasto público, la deuda estadounidense podría acercarse peligrosamente al 100% del PIB), no funciona como estrategia para la recuperación de las economías.
Al principio de la década de los setenta, ni los gobernantes ni la mayoría de los economistas preveían la gravedad de la crisis económica de EU; tampoco se podía conocer con certeza que la crisis se manifestaría de manera diferente a las del pasado. La excepción fue Milton Friedman con su famoso discurso en la Asociación de Economistas de Estados Unidos en diciembre de 1967, en donde predijo que si se continuaba usando la política monetaria para promover el pleno empleo, el resultado sería una inflación más alta, y no descendería la tasa de desempleo, es decir, al final se tendría más inflación y desempleo (estanflación). El tiempo le dio la razón a Friedman, y la consecuencia fue la terrible estanflación de la era Carter.
Al igual que Freidman, quien esto escribe no es mago ni brujo, simplemente un seguidor y aprendiz de historia económica. Si Obama y sus asesores económicos ignoran la historia, entonces seguro se repetirán los mismos errores de Carter (aunque yo me temo que podría ser más grave, pero es mi apreciación personal). Aquí lo terrible es que para el mundo esto también se traduce en pobre crecimiento económico, lo que puede llevar al regreso y/o consolidación de los mesianismos como el de Chávez, Castro y Morales.
En esta crisis la estrategia ha sido seguir la receta de economistas keynesianos como Krugman y Stiglitz. La historia demuestra que éstas no funcionan. Sin embargo, a los gobiernos -entre ellos el de Calderón- les fascina creer que pueden nadar contra el mercado. Craso e ingenuo error.
Japón y la era Carter son evidencia que Obama no debe desdeñar. La estrategia correcta debe ser menos Gobierno, más ahorro y más producción que son las recetas correctas para salir de la crisis. Sin embargo, los planes de Obama van en la dirección contraria: más gasto público y endeudamiento, cuando la economía estadounidense sufre un exceso de ambos.
Si Obama perisite en su plan, entonces el extraordinario hecho de ser el primer presidente estadounidense negro, será lo que menos recuerde -y quiera recordar- EU y el mundo.
Por Godofredo Rivera.
Post RLB. Punto Politico.
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