Si los principales componentes de una crisis son la confusión y la falta de credibilidad, nada estimula mejor la inestabilidad que las pugnas entre los responsables de la política económica.
A finales de 1977 el presidente López Portillo resolvió el diferendo de definición de política económica con las renuncias de sus secretarios de Hacienda y de Programación y Presupuesto. Las rencillas entre el secretario de Hacienda y el gobernador del Banco de México se han convertido en un factor adicional de inestabilidad, sobre todo porque reflejan la peor parte de una crisis: la incomprensión de las razones reales de los conflictos económicos y productivos y por tanto la ausencia de medidas coherentes para enfrentar los tropiezos.
La crisis económica provocada en los EU por el colapso corporativo, los fraudes bursátiles y la transición presidencial ha afectado la tendencia económica en México con una disminución en el ritmo de crecimiento económico y por tanto una baja en el empleo. Por enésima ocasión desde la ola inflacionaria de 1973, el país acumula evidencias de que la política productiva y su correlativa política económica ya no funcionan. Es decir, que el modelo de desarrollo del sistema político priísta quedó reventado por el colapso del populismo 1972-1982 y el agotamiento del neoliberalismo 1984-2008.
Lo malo de todo es que la parte pesimista de los discursos del presidente Calderón, del secretario de Hacienda y del gobernador del Banco de México es que no encuentra acomodo en las medidas de emergencia. El programa anticrisis de la semana pasada no fue un programa de emergencia sino que resultó apenas un mecanismo antichoque para disminuir el efecto negativo de la crisis. Ante la expectativa de un PIB de 0 a -1% para el 2009, con sus efectos en el desempleo y la pérdida de poder de compra del salario y por tanto del bienestar, el programa apenas busca cambiar refrigeradores y congelar precios de gasolinas.
En una carta abierta al presidente Roosevelt en diciembre de 1933 para comentar las incidencias del new deal, el economista inglés John Maynard Keynes resumió en dos puntos la respuesta gubernamental: “la recuperación y la reforma”; es decir, una fuga hacia adelante.
No sólo atenuar los efectos negativos de la crisis con programas de empleo para labores indefinidas --“hemos creado cuatro millones de empleos, pero, por el amor de Dios, no me pregunten a qué se dedican”--, sino que hubo medidas de control de corporaciones privadas, de reconversión en el campo y de inversiones públicas destinadas a reorganizar la producción.
En una crisis todas las medidas son negativas, insuficientes y dolorosas. Sin embargo, alguna razón positiva ha tenido en los Estados Unidos la decisión de aumentar el gasto público a un déficit de 8% del PIB sin que haya críticas ni de los economistas conservadores. En México, en cambio, la ortodoxia del pensamiento económico conservador del FMI --del cual fue subgerente general, segundo en el mando, el actual secretario mexicano de Hacienda, Agustín Carstens-- ha sido puesta como candado ideológico a cualquier medida anticrisis.
De ahí la limitación de las medidas de emergencia. El paquete trata de enconchar a la economía para resistir el choque externo; pero un tropiezo de PIB negativo alargará las posibilidades de reactivación. Lo malo es que la crisis que vino del norte volvió a mostrar que los problemas importados encuentran espacios de multiplicación por el agotamiento del modelo de desarrollo. De ahí la urgencia de aprovechar las crisis para apostarle a reformas que cambien las posibilidades de la recuperación.
De nuevo la carta de Keynes a Roosevelt podría ayudar a los ortodoxos de Hacienda y el Banxico: “Mi segunda reflexión se refiere a la técnica de recuperación en sí misma. El objetivo de la recuperación consiste en aumentar la producción nacional y crear más empleos. En el sistema económico del mundo moderno, la producción se genera para la venta, principalmente, y el volumen de la producción depende de la cantidad del poder adquisitivo, a diferencia del costo inicial de producción que suele desarrollarse dentro del mercado.
“En términos generales, un aumento en la producción no puede ocurrir a menos que actúen uno u otro de los tres factores. Los individuos deben de ser inducidos a gastar más de lo que obtienen mediante sus ingresos, o el mundo de los negocios debe ser inducido, ya sea por una mayor confianza en los pronósticos de crecimiento o por una tasa de interés menor, para que generen ingresos adicionales para sus empleados. Esto es lo que sucede cuando se ha incrementado el capital variable o fijo del país. Otro factor puede consistir en solicitar la ayuda de la autoridad pública para generar ingresos corrientes (impuestos) a través de incrementar el gasto (corriente) mediante el recurso de pedir prestado o imprimir dinero.
“En los tiempos malos, no se puede esperar que el primer factor trabaje con suficiencia.
El segundo factor sólo entra en operación como una segunda ola de ataque frente a la caída, después de que la marea ha sido transformada por los gastos de la autoridad pública. Por lo tanto, el gran impulso inicial depende del tercer factor.”
Bush y Obama diseñaron un programa económico para crear empleos, siguiendo a Keynes. Sólo que Keynes es el poeta maldito de la economía ortodoxa del FMI, Hacienda y el Banxico.
Bush y Obama diseñaron un programa económico para crear empleos, siguiendo a Keynes. Sólo que Keynes es el poeta maldito de la economía ortodoxa del FMI, Hacienda y el Banxico.
Por Carlos Ramirez.
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