La estrategia de Porfirio Muñoz Ledo para derrocar al presidente de la república es una copia exacta de la Operación Chipinque de la ultraderecha empresarial en 1975 y 1976 contra el presidente Echeverría.
Los temores de la derecha eran en ese entonces que se diera la continuidad del radicalismo verbal y autoritario de Echeverría. De los precandidatos de entonces, preocupaba el radicalismo verbal de Muñoz Ledo, entonces secretario del Trabajo. Pero en realidad no había tal extremismo, pues Muñoz Ledo sólo se había aliado con el sindicalismo priísta controlado por Fidel Velázquez. Hoy Muñoz Ledo usa el golpismo para restaurar el Estado priísta que derrotó la derecha en 1976. El Estado priísta de 1976 lo representan López Obrador, Manuel Camacho y otros echeverristas.
Derrotado entonces y derrotado hoy, Muñoz Ledo ha diseñado una campaña de desestabilización típicamente derechista: no propone la concientización social, beneficia dialécticamente a la derecha porque la obliga a atrincherarse, promueve tentaciones golpistas, carece de base social revolucionaria y consolida la fracción fascistoide de la sociedad mexicana.
Por tanto, Muñoz Ledo es el arquitecto de la utilización de instrumentos de presión política de la ultraderecha para deponer a un presidente constitucional. En un proceso de esta naturaleza, siempre y cuando no existan bases revolucionarias dispuestas a todo, toda anulación de instituciones tiende a fortalecer a la derecha. Lo dijo Jesús Reyes Heroles en una utilización política de las leyes de la mecánica: todo lo que resiste, apoya.
Calderón se ha fortalecido gracias a la junta golpista de gobierno de López Obrador: Muñoz Ledo, Manuel Camacho, José Agustín Ortiz Pinchetti, Rosario Ibarra de Piedra y Gerardo Fernández Noroña crearon un ambiente de desestabilización --que no de ingobernabilidad-- que consolidó el papel de las instituciones.
Muñoz Ledo terminará su carrera política como un golpista de derecha. Y no está mal para quien ha sido corresponsable de la ola de represión brutal del sistema político priísta contra la disidencia de izquierda. Y no se trató de un colaboracionismo institucional: en realidad, los gobiernos de López Mateos, Díaz Ordaz, Echeverría y López Portillo reprimieron duramente a la disidencia sindical, lo cual fortaleció el imperio de Fidel Velázquez, el aliado de Muñoz Ledo en 1975 en su lucha por la candidatura presidencial.
No es casual que la figura política de Fidel haya dominado la política priísta y ahora su espíritu impere en el sindicalismo afiliado a López Obrador. Manuel Camacho, cuando era investigador crítico del sistema priísta en El Colegio de México, criticó duramente a Fidel y su control sobre los trabajadores. Pero cuando tuvo que competir por la candidatura presidencial priísta en 1990, Camacho fue a postrarse de hinojos ante Fidel Velázquez y pedirle su perdón por las críticas anteriores.
El chipincazo de Muñoz Ledo contra el presidente Calderón responde a una lógica desestabilizadora de derecha. En 1975 y 1976, la derecha se reunió en un salón de Chipinque, en Monterrey, para aprobar un plan en contra de Echeverría: rumores de golpe de Estado, versiones de balazos en el gabinete presidencial, certezas de renuncia presidencial, datos de una ley para expropiar viviendas, indicios de congelación de cuentas bancarias. El punto central estuvo en un objetivo central: atar la decisión de Echeverría en la sucesión y beneficiar a la derecha. La campaña culminó con la información de que el 20 de noviembre de 1976 habría un golpe de Estado.
La estrategia de Muñoz Ledo responde a la misma lógica. Ante la descomposición de la izquierda, la consolidación de un lumpenproletariado anarquista violento y la desarticulación del PRD, la caída de Calderón beneficiaría al sector duro del PRI y a los conservadores del panismo. De ahí que la derecha esté realmente muy agradecida con las locuras de Muñoz Ledo y su intención de derrocar a Calderón.
La Operación Chipinque de Muñoz Ledo, por lo demás, forma parte de sus nostalgias autoritarias. Muñoz Ledo, en sus declaraciones sobre la debilidad de Calderón, está pidiendo el regreso de Díaz Ordaz, un hombre duro, de Estado, capaz de cualquier represión y verdadero padrino político de Muñoz Ledo. La insurrección estudiantil y popular de 1968 fue mayor a la lopezobradorista de hoy y se había articulado en contra del sistema autoritario y antidemocrático del PRI, al cual servía Muñoz Ledo. Por eso Muñoz Ledo tuvo dos intervenciones históricas en 1969 a favor de Díaz Ordaz por el mantenimiento del principio de autoridad.
Paradójicamente, hoy el golpista Muñoz Ledo quiere liquidar el avance democrático alcanzado con el sacrificio de Tlatelolco. Con todo, el sistema político actual tiene un método democrático funcional: las elecciones. Pero al tratar de deponer a quien ganó las elecciones, Muñoz Ledo se inclina a favor de los mecanismos golpistas para regresar a los tiempos del PRI.
Si Calderón ha fallado, las urnas se lo cobrarán en el 2009 y en el 2012. Pero Muñoz Ledo quiere quitar a Calderón para ponerse él o a Manuel Camacho como presidente sustituto. Y lo quiere hacer con el modelo anti democrático de las dictaduras de derecha.
Por Carlos Ramirez.
Post RLB Punto Politico.
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