Hace ya mucho tiempo que dejé de creer en las marchas. Éstas no son realmente reflejo del ánimo popular. Quizá satisfagan una necesidad psicológica de quienes participan en ellas, y una necesidad políticas de los líderes que las encabezan, pero no tienen ningún sentido más allá de eso.
Muchos líderes en nuestro país han pensado que quien es capaz de llenar plazas o avenidas tiene también la razón política o el triunfo asegurado en las elecciones. La realidad los ha desmentido una y otra vez. Es verdad, por ejemplo, que el PRD es el partido que actualmente muestra mayor capacidad de llenar plazas y nutrir manifestaciones, pero eso no le ha permitido ganar más elecciones. El partido con menor capacidad de convocatoria para manifestaciones es el PAN, y sin embargo ha ganado dos elecciones presidenciales consecutivas y es en estos momentos el partido con mayor número de escaños en las dos cámaras del Congreso.
Las manifestaciones son una forma de catarsis. Mucha gente acude a ellas para sentirse mejor. Las grandes marchas del PRD, que se repiten con obsesiva regularidad, logran dar a los miembros y simpatizantes de este partido la sensación de que realmente están comprometidos con las causas políticas de la izquierda. Pero no ayudan a ganar elecciones. Las manifestaciones en contra de la inseguridad, esas que Andrés Manuel López Obrador calificó como de “pirruris”, sirven también al propósito de hacer pensar que se está haciendo algo en contra de un problema de enorme complejidad. Pero como bien lo han demostrado las que se han llevado a cabo, no proporcionan beneficios concretos a nadie.
La marcha contra la inseguridad que se llevó a cabo este sábado 30 de agosto en el centro de la ciudad de México tendrá el mismo destino. Los participantes se sienten satisfechos de haber salido de sus casas para ofrecer una señal de protesta: en este caso, haber iluminado el Paseo de la Reforma de la ciudad de México con decenas de miles de veladoras. Pero la inseguridad no se acaba con veladoras, especialmente en un momento en que la delincuencia organizada ha alcanzado niveles de violencia que simplemente antes no se veían.
Este jueves pasado aparecieron 12 cuerpos decapitados en Yucatán, un estado que antes se caracterizaba por su tranquilidad. Esa misma mañana hubo una matanza en Guerrero. Dos de las víctimas eran niñas de ocho a 12 años cuyos cuerpos fueron destrozados por una lluvia de balas. La información disponible es que en ambos casos se trata de venganzas. Pero cabe preguntarse hasta dónde ha llegado nuestro país si los ajustes de cuentas se hacen contra niñas.
Todos los días se registran cifras macabras de ejecuciones. No son simples homicidios, como ésos que siempre hemos tenido, sino actos de enorme violencia y crueldad. Muchos de los cuerpos muestran claras señales de tortura.
Estas ejecuciones no se acabarán como resultado de una manifestación, por muy multitudinaria que pueda ser. Lo que se requiere es un mejor trabajo policíaco, el cual sólo se puede ir construyendo con el tiempo y con recursos.
Por Sergio Sarmiento.
miércoles, 3 de septiembre de 2008
Las ineficaces marchas
Mucha gente se pregunta por qué los partidos que tienen las mejores manifestaciones no ganan las elecciones. Igualmente podemos preguntarnos por qué las grandes manifestaciones contra la inseguridad no ayudan realmente a reducir la violencia.
Y la respuesta es que las marchas, sólo por excepción, ayudan a resolver los problemas reales.
Post. RLB. Punto Politico.
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