La virtud de Bill Gates y la inmensa fortuna
que le dio la computación y el sistema Windows
radica en que no tiene muchas presiones
para justificar su riqueza en los Estados Unidos.
El problema de Carlos Slim y su posición
del tercer hombre más rico del mundo
es que se encuentra agobiado por darle sentido social
a un enorme capital económico
en un país marcado por la pobreza.
La diferencia entre Gates y Slim radica en el factor de su éxito empresarial. El estadunidense tuvo la suerte de quedarse con el modelo de cómputo de una empresa que prefirió el camino de las fotocopiadoras. En tanto que el mexicano es un empresario audaz y agresivo pero el detonador de su impresionante fortuna fue Teléfonos de México, una empresa estatal privatizada en el sexenio de Carlos Salinas.
Por eso es que Gates no tiene problemas para seguir acrecentando su fortuna y darle un espacio a las actividades filantrópicas, sobre todo porque el sistema económico de los Estados Unidos califica muy bien la filantropía. En México, en cambio, Slim parece a veces agobiado por la incomprensión hacia su fortuna porque el grado de desigualdad social mexicana es bastante limitado para la filantropía.
Lo malo para Slim es la contradicción implícita en sus enfoques: sus empresas dependen del control del mercado y de una estructura de precios orientada a utilidad privada y por tanto su filantropía resulta a veces menos efectista que el papel de los precios de los servicios de sus empresas en una estructura productiva escasamente competitiva.
Asimismo, Slim habrá de cargar para siempre el caso de Telmex. La conferencia de prensa del lunes fue agobiante en inquisiciones sobre el proceso de privatización de Teléfonos de México y los señalamientos de cierto favoritismo de Carlos Salinas. Pero el asunto carece de solución: aún cuando se investigue a fondo y se pruebe fehacientemente --en caso de haber sido así-- que la asignación de Telmex no tuvo irregularidades, la sospecha social seguirá insistiendo en que el proceso tuvo hoyos negros.
Los programas filantrópicos de Slim son importantes y hasta impresionantes. Pero siempre serán insuficientes. No hay aún mecanismos empresariales de programas contra la pobreza que puedan ayudar al Estado a combatir la desigualdad. De ahí que la lucha por los espacios mediáticos sea siempre adversa a los empresarios. Y por tanto, la empresa privada con grandes excedentes debería de buscar nuevos nichos de ayuda a pobres pero más allá de fundaciones o institutos.
El Estado mexicano ha demostrado una insuficiente cobertura de sus programas sociales. Hay espacios de participación en atención a enfermedades de la pobreza, males infecciosos, déficit de computadoras en escuelas, analfabetismo, remodelación de escuelas, alimentación en centros escolares, condiciones paupérrimas en viviendas rurales y muchas otras.
El gobierno de Cuba ha encontrado en programas de alfabetización una forma de penetración ideológica en comunidades mexicanas. Y el gobierno de Venezuela ha explotado un programa de atención a personas pobres afectadas por cataratas en los ojos, algo que hacen gratuitamente con restricciones algunos hospitales privados --como Médica Sur-- y que requerirían apoyos adicionales. Son renglones en donde fundaciones de empresas podría ser más eficiente.
Las empresas privadas con excedentes deben, en escenarios sociales apretados como México, pasar de la filantropía a la política social.
El problema de Carlos Slim ha sido la balconeada anual que hace la revista Forbes.
Este año Slim subió al tercer lugar en riqueza personal, con cuarenta y nueve mil millones de dólares. A diferencia de Gates que se ha estancado en una especialidad, Slim ha sido bastante agresivo para los negocios. Por tanto, muy pronto estará en el primer lugar.
Y en un país marcado por la desigualdad, resulta que el éxito se va a convertir en una marca negativa.
La única manera de equilibrar la atención mediática hacia una fortuna económica multimillonaria radica en la aportación de formas más audaces de participación. A Slim le hace falta promover nuevos empresarios, de preferencia pequeños y medianos, a través de fondos especiales que el gobierno ha cancelado por razones presupuestales.
Las empresas privadas con excedentes deben, en escenarios sociales apretados como México, pasar de la filantropía a la política social.
El problema de Carlos Slim ha sido la balconeada anual que hace la revista Forbes.
Este año Slim subió al tercer lugar en riqueza personal, con cuarenta y nueve mil millones de dólares. A diferencia de Gates que se ha estancado en una especialidad, Slim ha sido bastante agresivo para los negocios. Por tanto, muy pronto estará en el primer lugar.
Y en un país marcado por la desigualdad, resulta que el éxito se va a convertir en una marca negativa.
La única manera de equilibrar la atención mediática hacia una fortuna económica multimillonaria radica en la aportación de formas más audaces de participación. A Slim le hace falta promover nuevos empresarios, de preferencia pequeños y medianos, a través de fondos especiales que el gobierno ha cancelado por razones presupuestales.
Y no debe abandonar su papel activo en el Pacto de Chapultepec, una de las iniciativas empresariales más importantes en los últimos años para centrar el debate en el punto clave de la crisis mexicana: el colapso del modelo de desarrollo priísta y la necesidad de un nuevo modelo de desarrollo.
El Pacto de Chapultepec tocó los puntos sensibles de la crisis pero se quedó en una oferta mediática. Pero ahora más que nunca se requiere sacar el debate de la crisis del desarrollo de los espacios tradicionales de la política. Los empresarios tienen la gran oportunidad de contribuir a la discusión de uno de los principales problemas nacionales: el planteamiento de opciones para el desarrollo. Y convertir su riqueza en un detonador del desarrollo, alejándolo de la cuantificación acumulada.
El Pacto de Chapultepec tocó los puntos sensibles de la crisis pero se quedó en una oferta mediática. Pero ahora más que nunca se requiere sacar el debate de la crisis del desarrollo de los espacios tradicionales de la política. Los empresarios tienen la gran oportunidad de contribuir a la discusión de uno de los principales problemas nacionales: el planteamiento de opciones para el desarrollo. Y convertir su riqueza en un detonador del desarrollo, alejándolo de la cuantificación acumulada.
Ahí es dónde Slim tiene aún mucho qué dar y no en justificar su riqueza o anunciar programas filantrópicos sin efectos sociales.
Por Carlos Ramírez
Por Carlos Ramírez
RLB punto Politico
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