En lo más fuerte de los paros de los sectores empresariales agropecuarios conservadores, la presidenta argentina Cristina Kirchner fijó los términos de la lucha al decirle a los grupos de presión: “primero ganen elecciones y luego impongan su proyecto de gobierno”.
En este contexto hay que analizar la postura fundamentalista de López Obrador del todo o nada. Sin haber ganado las elecciones, con una base social menguada y con decisiones tomadas legalmente por el 95% de los senadores, López Obrador quiere imponer el 100% de sus propuestas petroleras. Su único instrumento de coerción es la movilización violenta en las calles.
Peor aún: López Obrador ya no representa propuestas de su partido porque el PRD en el Senado avaló los dictámenes y ya aclaró que no existe ningún riesgo de privatización, por lo que la bandera del tabasqueño se quedó sin sustancia. Sin mayoría y sin el PRD, López Obrador quiere gobernar.
En cualquier sistema abierto, las conductas de López Obrador son autoritarias y dictatoriales. Lo grave es el componente fundamentalista, la encarnación de la salvación de la patria. Se trata de posturas irracionales en lo político y esquizofrénicas en lo social. Sin partido y con una base social que recibe un salario para asistir a mítines y protestas, López Obrador quiere llevar al país a la dictadura en donde los caprichos de una persona son las que definen las decisiones de gobierno.
La clave de la lucha de López Obrador se localiza en su capacidad para imponerle sus decisiones a la Cámara de Diputados. La estrategia de largo plazo del tabasqueño radica en convertir la supuesta defensa del petróleo en la bandera de cohesión política para el 2012, toda vez que su fracaso electoral perdió credibilidad con la payasada de su gobierno para-lelo, que el desafuero agotó alianzas con las locuras de los plantones y que el PRD ha decido regresar al camino de la lucha institucional.
El petróleo se le apareció a López Obrador como una especie de tabla de salvación para evitar el hundimiento de su nave de locura. Sin embargo, la negociación PAN-PRI y la decisión del PRD de no quedar al margen de los acuerdos dejaron a López Obrador al margen del camino político. Por eso regresó al petróleo.
El problema de López Obrador radica en sus comportamientos dictatoriales. En julio del 2006 perdió las elecciones presidenciales y por eso no pudo aplicar su propuesta formal de privatización petrolera apuntada en su programa de gobierno. Desde una minoría quizá de 12% --porque el PRD que le dio al tabasqueño el registro decidió negociar la reforma con el gobierno legítimo de Felipe Calderón-- y apoyado sólo por brigadas del lumpen urbano que cobran por protestar, López Obrador quiere que el 90% de los legisladores que han aprobado la reforma energética se sometan al 100% de los caprichos de un solo hombre.
López Obrador se ha convertido en un renegado de la democracia. La democracia por la que han votado los mexicanos tiene un método riguroso que se resume en un modelo: la mayoría manda. Aún en el supuesto caso de que López Obrador tuviera razón en su propuesta de las doce palabras, el método democrático exige primero la representatividad electoral y después el acuerdo según las reglas de la democracia.
Al querer imponer una decisión desde su minoría y bajo la amenaza de violencia social, López Obrador quiere regresar al país a los tiempos priístas dictatoriales en los que la voluntad de un solo hombre, el presidente de la república, se imponía sobre las exigencias de la mayoría. López Obrador, por tanto, sería hoy la expresión de la voluntad violenta de un hombre que quiere que el país se ajuste a sus criterios políticos: el regreso del modelo priísta.
Sin embargo, la democracia se inventó justamente para terminar con el voluntarismo violento de los dictadores. ¿Qué decirle a los que votaron por el PAN en el 2006 si al final el perdedor es el que quiere gobernar desde la violencia de la calle? López Obrador se ha salido de los espacios de la democracia y ha comenzado a construir los cimientos de una nueva dictadura, ya no la de un partido sino ahora la de un solo hombre.
En el pasado, el PRI amedrentaba a los ciudadanos que exigían democracia y los reprimía como en Tlatelolco. Hoy López Obrador ha creado sus fascios violentos para intimidar, agredir y lastimar a quienes no cumplan con sus exigencias. Ahí estás las escenas del jueves pasado en el Senado cuando López Obrador movilizó a sus grupos fascitoides para impedir violentamente el funcionamiento de la democracia en el Senado. Si López Obrador hubiera tenido razón en sus exigencias, sin duda que el PRD habría votado en contra de los dictámenes. Pero al voto del PRD a favor de los dictámenes fue señal de que López Obrador carecía de razón.
Si López Obrador es un demócrata, entonces primero tiene que ganar las elecciones. Pero sus seguidores debieran de ser menos fanáticos y entender que López Obrador había propuesto la privatización de Pemex. Y que la furia del tabasqueño no es contra la reforma sino contra Calderón porque ganó las elecciones y reformó Pemex. Por tanto, la ira de López Obrador es el capricho de un derrotado, no la defensa de la patria que él mismo iba a enajenar.
Peor aún: López Obrador ya no representa propuestas de su partido porque el PRD en el Senado avaló los dictámenes y ya aclaró que no existe ningún riesgo de privatización, por lo que la bandera del tabasqueño se quedó sin sustancia. Sin mayoría y sin el PRD, López Obrador quiere gobernar.
En cualquier sistema abierto, las conductas de López Obrador son autoritarias y dictatoriales. Lo grave es el componente fundamentalista, la encarnación de la salvación de la patria. Se trata de posturas irracionales en lo político y esquizofrénicas en lo social. Sin partido y con una base social que recibe un salario para asistir a mítines y protestas, López Obrador quiere llevar al país a la dictadura en donde los caprichos de una persona son las que definen las decisiones de gobierno.
La clave de la lucha de López Obrador se localiza en su capacidad para imponerle sus decisiones a la Cámara de Diputados. La estrategia de largo plazo del tabasqueño radica en convertir la supuesta defensa del petróleo en la bandera de cohesión política para el 2012, toda vez que su fracaso electoral perdió credibilidad con la payasada de su gobierno para-lelo, que el desafuero agotó alianzas con las locuras de los plantones y que el PRD ha decido regresar al camino de la lucha institucional.
El petróleo se le apareció a López Obrador como una especie de tabla de salvación para evitar el hundimiento de su nave de locura. Sin embargo, la negociación PAN-PRI y la decisión del PRD de no quedar al margen de los acuerdos dejaron a López Obrador al margen del camino político. Por eso regresó al petróleo.
El problema de López Obrador radica en sus comportamientos dictatoriales. En julio del 2006 perdió las elecciones presidenciales y por eso no pudo aplicar su propuesta formal de privatización petrolera apuntada en su programa de gobierno. Desde una minoría quizá de 12% --porque el PRD que le dio al tabasqueño el registro decidió negociar la reforma con el gobierno legítimo de Felipe Calderón-- y apoyado sólo por brigadas del lumpen urbano que cobran por protestar, López Obrador quiere que el 90% de los legisladores que han aprobado la reforma energética se sometan al 100% de los caprichos de un solo hombre.
López Obrador se ha convertido en un renegado de la democracia. La democracia por la que han votado los mexicanos tiene un método riguroso que se resume en un modelo: la mayoría manda. Aún en el supuesto caso de que López Obrador tuviera razón en su propuesta de las doce palabras, el método democrático exige primero la representatividad electoral y después el acuerdo según las reglas de la democracia.
Al querer imponer una decisión desde su minoría y bajo la amenaza de violencia social, López Obrador quiere regresar al país a los tiempos priístas dictatoriales en los que la voluntad de un solo hombre, el presidente de la república, se imponía sobre las exigencias de la mayoría. López Obrador, por tanto, sería hoy la expresión de la voluntad violenta de un hombre que quiere que el país se ajuste a sus criterios políticos: el regreso del modelo priísta.
Sin embargo, la democracia se inventó justamente para terminar con el voluntarismo violento de los dictadores. ¿Qué decirle a los que votaron por el PAN en el 2006 si al final el perdedor es el que quiere gobernar desde la violencia de la calle? López Obrador se ha salido de los espacios de la democracia y ha comenzado a construir los cimientos de una nueva dictadura, ya no la de un partido sino ahora la de un solo hombre.
En el pasado, el PRI amedrentaba a los ciudadanos que exigían democracia y los reprimía como en Tlatelolco. Hoy López Obrador ha creado sus fascios violentos para intimidar, agredir y lastimar a quienes no cumplan con sus exigencias. Ahí estás las escenas del jueves pasado en el Senado cuando López Obrador movilizó a sus grupos fascitoides para impedir violentamente el funcionamiento de la democracia en el Senado. Si López Obrador hubiera tenido razón en sus exigencias, sin duda que el PRD habría votado en contra de los dictámenes. Pero al voto del PRD a favor de los dictámenes fue señal de que López Obrador carecía de razón.
Si López Obrador es un demócrata, entonces primero tiene que ganar las elecciones. Pero sus seguidores debieran de ser menos fanáticos y entender que López Obrador había propuesto la privatización de Pemex. Y que la furia del tabasqueño no es contra la reforma sino contra Calderón porque ganó las elecciones y reformó Pemex. Por tanto, la ira de López Obrador es el capricho de un derrotado, no la defensa de la patria que él mismo iba a enajenar.
Por Carlos Ramirez.
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