La estrategia lopezobradorista estaba bien diseñada: senadores perredistas debían de pasar clandestinamente a diputados perredistas al recinto alterno del Senado para reventar la sesión de aprobación de los dictámenes energéticos. Y López Obrador cantaría victoria.
Sólo que no contaron con la presencia de Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública federal, quien estaba enterado de la maniobra. Por eso selló el recinto e impidió la jugada de López Obrador, a pesar de la violencia provocadora de los senadores perredistas radicales.
No se trataba de una estrategia nueva. Fue calcada de la lucha de 1997 cuando López Obrador cerró los accesos a pozos petroleros en Tabasco para exigir a Pemex indemnización a campesinos. Con diputados perredistas como escudos humanos, dirigentes lopezobradoristas ingresaron a la torre de Pemex para interrumpir una conferencia de prensa.
Ante la resistencia de enclenques guardias de seguridad, diputados perredistas --Alejandro Encinas, entre ellos-- gritaron “represión” cuando no pudieron impedir la conferencia.
Ahora ocurre lo mismo. La senadora Layda Sansores, ex priísta e hija de uno de los presidentes del PRI marcados por la disciplina y la sumisión más deleznable, acusa al secretario de Seguridad Pública de violencia cuando ella y otras buscaron precisamente el jaloneo. Sansores es de las legisladoras de dos caras: usa la institucionalidad para acusar pero se dedica a dinamitar las instituciones junto con López Obrador.
Los incidentes en el Senado y seguramente esta semana en la Cámara de Diputados forman parte de la impotencia política de López Obrador: carece de razones y por eso utiliza la fuerza, no tiene la base política para construir un consenso, lo miran con desconfianza y por eso no puede armar alguna mayoría legislativa y ya provocó la fractura política en el PRD con su intransigencia.
Lo que viene es lo ya conocido: no una táctica política en función de alguna propuesta, sino la agitación social para mantener unido a una menguada base social que fracasó en la movilización y la resistencia. Como en diciembre del 2000 quiso impedir la toma de posesión de Felipe Calderón para meter al país en una crisis constitucional porque se negó a aceptar la derrota, ahora López Obrador buscó impedir la aprobación de los dictámenes de la reforma energética que ya habían avalado legisladores del PRD.
Como en el 2006, López Obrador se sacó hoy de la chistera doce palabras ya incluidas en los dictámenes, como lo reiteró de muchas maneras el senador perredista Carlos Navarrete. En el 2006 propuso el recuento voto por voto y casilla por casilla, a sabiendas de que era imposible cumplir. Hoy pone las doce palabras como condición de condiciones, a sabiendas de que ya no es posible porque los dictámenes están terminados y cualquier modificación tendría que reiniciar el proceso de negociación.
Como en el 2004, López Obrador tratará hoy de mantener su menguada base social de movilización, pero ante la evidencia de que, como en la canción, “las adelitas se fueron con otros” y no aparecieron en las movilizaciones violentas, pese a todo el dinero gastado en sus clases y entrenamiento. Lo más que pudieron hacer es aplicar la técnica Noroña de impedir el avance autobuses, pero sin ninguna idea de lo que es una movilización social organizada. Como en todas sus movilizaciones, López Obrador condiciona un objetivo a cambio de detener toda la protesta. En 1997 negoció la desmovilización a cambio de la cancelación de órdenes de aprehensión contra dirigentes radicales.
Ahora ocurre lo mismo. La senadora Layda Sansores, ex priísta e hija de uno de los presidentes del PRI marcados por la disciplina y la sumisión más deleznable, acusa al secretario de Seguridad Pública de violencia cuando ella y otras buscaron precisamente el jaloneo. Sansores es de las legisladoras de dos caras: usa la institucionalidad para acusar pero se dedica a dinamitar las instituciones junto con López Obrador.
Los incidentes en el Senado y seguramente esta semana en la Cámara de Diputados forman parte de la impotencia política de López Obrador: carece de razones y por eso utiliza la fuerza, no tiene la base política para construir un consenso, lo miran con desconfianza y por eso no puede armar alguna mayoría legislativa y ya provocó la fractura política en el PRD con su intransigencia.
Lo que viene es lo ya conocido: no una táctica política en función de alguna propuesta, sino la agitación social para mantener unido a una menguada base social que fracasó en la movilización y la resistencia. Como en diciembre del 2000 quiso impedir la toma de posesión de Felipe Calderón para meter al país en una crisis constitucional porque se negó a aceptar la derrota, ahora López Obrador buscó impedir la aprobación de los dictámenes de la reforma energética que ya habían avalado legisladores del PRD.
Como en el 2006, López Obrador se sacó hoy de la chistera doce palabras ya incluidas en los dictámenes, como lo reiteró de muchas maneras el senador perredista Carlos Navarrete. En el 2006 propuso el recuento voto por voto y casilla por casilla, a sabiendas de que era imposible cumplir. Hoy pone las doce palabras como condición de condiciones, a sabiendas de que ya no es posible porque los dictámenes están terminados y cualquier modificación tendría que reiniciar el proceso de negociación.
Como en el 2004, López Obrador tratará hoy de mantener su menguada base social de movilización, pero ante la evidencia de que, como en la canción, “las adelitas se fueron con otros” y no aparecieron en las movilizaciones violentas, pese a todo el dinero gastado en sus clases y entrenamiento. Lo más que pudieron hacer es aplicar la técnica Noroña de impedir el avance autobuses, pero sin ninguna idea de lo que es una movilización social organizada. Como en todas sus movilizaciones, López Obrador condiciona un objetivo a cambio de detener toda la protesta. En 1997 negoció la desmovilización a cambio de la cancelación de órdenes de aprehensión contra dirigentes radicales.
En el 2004, dijo que pararía la movilización si cancelaban el proceso de desafuero, aunque sin reconocer que el expediente tenía bases legales. En el 2006, dijo que detendría la protesta si aceptaban el voto por voto. Hoy dice que cancelaría la resistencia si lo dejan hablar en la cámara de diputados pero sin ser diputado.
En fondo se localiza la sicología del niño mimado: imponer condiciones a todo, si la leche está caliente, tibia o fría.
En fondo se localiza la sicología del niño mimado: imponer condiciones a todo, si la leche está caliente, tibia o fría.
Pero también se oculta la parte fundamental de su propuesta petrolera: el perfil político de sus asesores y operadores. Todos los responsables de la lucha de López Obrador vienen del grupo político de Carlos Salinas de Gortari: Rolando Cordera fue ideólogo del proyecto neoliberal de Salinas, Carlos Tello Macías fue uno de los embajadores consentidos de Salinas, Manuel Camacho Solís es el responsable ideológico, político, moral e histórico del salinismo y operó el fraude electoral de 1988 junto con Manuel Bartlett Díaz, hoy también asesor energético de López Obrador, José María Pérez Hay fue el intelectual consentido de Salinas y Dante Delgado funcionó como el principal colaborador de Fernando Gutiérrez Barrios, el responsable de la policía política en los años de la represión y también salinista de corazón.
Lo que viene es el traslado de la lucha petrolera de los espacios legislativos a la calle, aunque con un tema de difícil comprensión para la sociedad. Pero en el fondo se encuentra el asunto político central: el país va a ajustarse al método democrático de las instituciones o va a someterse a los caprichos de un agitador social que quiere negociar en las calles y a mano alzada para imponer su santa voluntad.
Lo que viene es el traslado de la lucha petrolera de los espacios legislativos a la calle, aunque con un tema de difícil comprensión para la sociedad. Pero en el fondo se encuentra el asunto político central: el país va a ajustarse al método democrático de las instituciones o va a someterse a los caprichos de un agitador social que quiere negociar en las calles y a mano alzada para imponer su santa voluntad.
Por Carlos Ramírez.
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