Ruth Zavaleta es una perredista que ya se hizo famosa porque -¡oh, Dios!, ¡demonios del autoritarismo!- la “censuraron”. Su breve alocución para decir que ese día, el primero de su encargo como presidenta de la cámara de diputados, no quería chambear, por “convicción”, y que ahí le dejaba los trastos al segundo de abordo, un diputado del PAN, ¡no fue transmitida en vivo por la televisión oficial que pagamos con nuestros impuestos!
Con lo cual, supongo, los ciudadanos debemos estar doblemente ofendidos porque ni la diputada, ni la televisión oficial (CEPROPIE para los amantes de los acrónimos ininteligibles) hicieron el trabajo para el que se les paga (o para el que se supone les pagamos los que pagamos impuestos, aunque a mí nadie me preguntó si quería que usasen mi dinero para eso).
De inmediato se corrigió el “error” y le endilgaron a los desprevenidos televidentes una transmisión diferida de la justificación que dio Ruth para su ausencia laboral (nos habríamos conformado con un justificante médico, pero ya ve usted como les gusta a los políticos y a las políticas ponerle mayonesa, ¡guácala!, a sus elotes). El lunes, para seguir con los democráticos propósitos de enmienda, corrieron al director de CEPROPIE (para eso usan a los peones en los juegos de ajedrez: ¡para salvar a los alfiles y otras piezas más poderosas!... y lo mismo hacen los malos que los buenos jugadores de ajedrez) y una legión de comentadores censuró la censura. (¿No me quedó lindo el juego de palabras?)
Como soy un mal mexicano, no me habría enterado de nada de no ser por el escandalito que los políticos –del gobierno y de la oposición- armaron para regocijo de los medios de comunicación. Soy un mal mexicano porque ese día, sábado por más señas, estuve atento a otros menesteres y placeres y –lo confieso compungido- francamente me importó un pepino lo que estaba pasando en San Lázaro, al iniciar solemnemente su periodo de sesiones el H. Congreso. Tampoco me abstuve de mis ocios dominicales de costumbre –que no le importan a los lectores- para escuchar el informe que al día siguiente rindió el Presidente Calderón ante sus invitados en el Palacio Nacional. ¡Me ganó la flojera!
A lo que voy es que si de veras quieren resarcirle a Ruth y al PRD y a sus seguidores el supuesto daño cometido con la “censura” les tengo dos propuestas de buena fe:
Que pongan su nombre hecho con letras de plastilina –de oro sería una demasía- en el recinto de la H. Cámara de Diputados durante los meses de septiembre, octubre, noviembre y diciembre y que le llamen “émula disminuida de Belisario Domínguez” (disminuida porque a Ruth no le cortaron la lengua). Pero eso sí, que le descuenten el día porque –como bien dijo don Germán Dehesa- si la hoy famosa Ruth no quería compartir con Felipe Calderón el mismo espacio público, pues que no hubiese aceptado el encargo de presidenta de la cámara… Eso cualquiera lo sabía: al que le toca ser presidente de la cámara el primero de septiembre, le toca a fuerzas todo el numerito ceremonial del informe… es como sacarse el muñequito de la rosca de Reyes, ¡ay de ti si se te olviden los tamales del 2 de febrero!
Que el gobierno federal, la cámara de diputados, la cámara de senadores, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, la Comisión Nacional del Agua, los alcaldes de Tlalnepanta, de Naucalpan y de Neza, y todos las entidades, partidos y políticos que se anuncian –previo pago de dinero público- en la televisión o en la radio, ¡le cedan a Ruth esos tiempos por el transcurso de un mes, para que a todas horas se escuchen las memorables palabras de la susodicha justificando su ausentismo laboral!:
“Hola, les tengo otra buena noticia: Durante un mes me van a escuchar hasta en la sopa”.
No, ya lo pensé mejor:
Mejor que ahí muera, olviden mis ocurrencias, y qué bueno que corrieron al director de CEPROPIE…
Porque yo, otra confesión vergonzosa, ¡no quiero oír ni a Ruth, ni a Manlio, ni a Felipe, ni a Elba, ni al Pejítimo, ni a Ebrard, ni a Emilio, ni a Navarrete, ni a González Garza, ni a Josefina, ni a Ortega! Vaya, ni siquiera a Carmen Aristegui. ¡Qué mal mexicano!
Con lo cual, supongo, los ciudadanos debemos estar doblemente ofendidos porque ni la diputada, ni la televisión oficial (CEPROPIE para los amantes de los acrónimos ininteligibles) hicieron el trabajo para el que se les paga (o para el que se supone les pagamos los que pagamos impuestos, aunque a mí nadie me preguntó si quería que usasen mi dinero para eso).
De inmediato se corrigió el “error” y le endilgaron a los desprevenidos televidentes una transmisión diferida de la justificación que dio Ruth para su ausencia laboral (nos habríamos conformado con un justificante médico, pero ya ve usted como les gusta a los políticos y a las políticas ponerle mayonesa, ¡guácala!, a sus elotes). El lunes, para seguir con los democráticos propósitos de enmienda, corrieron al director de CEPROPIE (para eso usan a los peones en los juegos de ajedrez: ¡para salvar a los alfiles y otras piezas más poderosas!... y lo mismo hacen los malos que los buenos jugadores de ajedrez) y una legión de comentadores censuró la censura. (¿No me quedó lindo el juego de palabras?)
Como soy un mal mexicano, no me habría enterado de nada de no ser por el escandalito que los políticos –del gobierno y de la oposición- armaron para regocijo de los medios de comunicación. Soy un mal mexicano porque ese día, sábado por más señas, estuve atento a otros menesteres y placeres y –lo confieso compungido- francamente me importó un pepino lo que estaba pasando en San Lázaro, al iniciar solemnemente su periodo de sesiones el H. Congreso. Tampoco me abstuve de mis ocios dominicales de costumbre –que no le importan a los lectores- para escuchar el informe que al día siguiente rindió el Presidente Calderón ante sus invitados en el Palacio Nacional. ¡Me ganó la flojera!
A lo que voy es que si de veras quieren resarcirle a Ruth y al PRD y a sus seguidores el supuesto daño cometido con la “censura” les tengo dos propuestas de buena fe:
Que pongan su nombre hecho con letras de plastilina –de oro sería una demasía- en el recinto de la H. Cámara de Diputados durante los meses de septiembre, octubre, noviembre y diciembre y que le llamen “émula disminuida de Belisario Domínguez” (disminuida porque a Ruth no le cortaron la lengua). Pero eso sí, que le descuenten el día porque –como bien dijo don Germán Dehesa- si la hoy famosa Ruth no quería compartir con Felipe Calderón el mismo espacio público, pues que no hubiese aceptado el encargo de presidenta de la cámara… Eso cualquiera lo sabía: al que le toca ser presidente de la cámara el primero de septiembre, le toca a fuerzas todo el numerito ceremonial del informe… es como sacarse el muñequito de la rosca de Reyes, ¡ay de ti si se te olviden los tamales del 2 de febrero!
Que el gobierno federal, la cámara de diputados, la cámara de senadores, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, la Comisión Nacional del Agua, los alcaldes de Tlalnepanta, de Naucalpan y de Neza, y todos las entidades, partidos y políticos que se anuncian –previo pago de dinero público- en la televisión o en la radio, ¡le cedan a Ruth esos tiempos por el transcurso de un mes, para que a todas horas se escuchen las memorables palabras de la susodicha justificando su ausentismo laboral!:
“Hola, les tengo otra buena noticia: Durante un mes me van a escuchar hasta en la sopa”.
No, ya lo pensé mejor:
Mejor que ahí muera, olviden mis ocurrencias, y qué bueno que corrieron al director de CEPROPIE…
Porque yo, otra confesión vergonzosa, ¡no quiero oír ni a Ruth, ni a Manlio, ni a Felipe, ni a Elba, ni al Pejítimo, ni a Ebrard, ni a Emilio, ni a Navarrete, ni a González Garza, ni a Josefina, ni a Ortega! Vaya, ni siquiera a Carmen Aristegui. ¡Qué mal mexicano!
Por Juan Pablo Roiz.
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