viernes, 5 de octubre de 2007

¡El dólar a 73 céntimos de euro!

Las intervenciones en los mercados de cambios son engañosas: el valor de la divisa depende de circunstancias que escapan al poder directo de los bancos centrales. Depende en última instancia de dos elementos: los avances de la productividad y la tecnología; y la disposición de los que viven en el país a ahorrar más que lo que invierten.

Madrid (AIPE)- Sigue cayendo el precio del dólar en términos de las otras grandes monedas. Recuerden que a poco de salir el euro al mercado su cambio con el dólar se colocó en la paridad, uno por uno. El cambio está ahora por debajo de 73 céntimos de euro. Una devaluación de un 36% en cinco años es una caída notable. Además, el mercado de futuros refleja una creencia general de que el dólar perderá aún más valor durante los doce meses próximos. Ello plantea varias preguntas. ¿Cuáles pueden haber sido las causas de esa pérdida de valor relativo del dólar? ¿Qué efectos ha podido tener la revaluación del euro sobre la economía europea? ¿Es probable una intervención sistemática de los bancos centrales en los cambios de sus monedas, por sí solos o de acuerdo con otros? La más difícil de todas es la última: ¿cómo va a evolucionar el cambio dólar/euro en el futuro? Por suerte para todos ustedes, esa última pregunta es imposible de contestar: si supiera la respuesta no se lo diría a nadie y me haría tan rico que dejaría de escribir.

La causa más próxima es la política monetaria de los respectivos bancos emisores. El mercado de cambios es muy líquido, pues el valor de las transacciones diarias alcanza los dos millones de millones de dólares al día, aproximadamente diez veces más que lo negociado al día en las bolsas de valores del mundo entero. Los gestores de carteras de divisas se fijan sobre todo en la previsible evolución de los tipos de interés básicos fijados por los respectivos bancos centrales. A riesgo igual, tenderán a comprar la moneda de aquel Estado cuyos bonos paguen el interés más alto y vender la de tipos más bajos. El tipo oficial al que el Banco del Japón presta al sistema financiero es el 0.5% anual y el rendimiento de los bonos del Estado japonés a dos años es el 1.8%. Si un gestor toma yenes en Japón y los cambia a dólares neozelandeses para comprar en Nueva Zelanda un bono a dos años con rendimiento del 7%, obtendrá pingüe ganancia. Es normal pues que, céteris páribus, el yen pierda valor respecto de las monedas de otros países. A este tipo de negocio se le llama “carry trade” o “especulación-transporte”, si se me permite el neologismo.

El primer riesgo a que están expuestos tales especuladores es el de un movimiento inesperado de los tipos de de interés de Japón al alza y de Nueva Zelanda a la baja. Por eso, los comerciantes de moneda se fijan atentamente en las señales que puedan indicar cambios de política monetaria. Para ello intentan ponerse en el lugar de los gobernadores y pensar qué les haría mover los tipos de interés en la próxima reunión de sus comités ejecutivos. Parten de las dos teorías en las que dicen creer los banqueros centrales: la teoría que liga la inflación con la abundancia de dinero; y la teoría que liga la inflación con el crecimiento real de las economías. La primera es cierta y la segunda equivocada.

Si los precios de todos los bienes y servicios que se venden y compran en el mercado están subiendo, y se espera que sigan subiendo, es porque el dinero es demasiado abundante. Entonces conviene encarecerlo subiendo el precio al que el banco central presta a la banca comercial. Si se espera que el Índice de Precios al Consumo se dispare, los tipos de interés subirán. Los bancos centrales también deberían fijarse en las alzas de precios de los inmuebles y los valores en Bolsa, pero no lo hacen.

La teoría equivocada a la que parecen hacer caso los gobernadores y, por tanto, los especuladores, es que habrá inflación cuando la economía se ponga a crecer deprisa, cuando, como se suele decir, la economía “se recalienta”. Sin embargo, hay ocasiones en las que las economías están deprimidas y la inflación ruge, como ocurrió durante las dos crisis del petróleo. También hay crecimientos continuos y rápidos de la economía con precios virtualmente estables: eso es lo que lleva pasando durante los últimos diez años de bonanza mundial. A pesar de esto, son muchos los banqueros centrales, y los especuladores, que creen necesario “enfriar” la economía para evitar subidas de precios excesivas. Por eso, en cuanto se animan los EEUU, todos esperan que la Reserva Federal haga subir el tipo oficial, que ya está en el 5.25%.

Esta segunda teoría, la equivocada, se basa en la creencia de que el tipo de interés monetario y el tipo de cambio monetario influyen directamente en la economía real. Se piensa en efecto que, los aumentos del precio del dinero en unidades monetarias reducen el consumo y la inversión y así “enfrían” la economía real. También se cree que la apreciación de una moneda en términos de otras dificulta automáticamente las exportaciones y reduce la llamada competitividad de la nación. Esto no es necesariamente así y les diré el porqué.

El precio del dinero que importa a consumidores, inversores y exportadores no es el llamado “precio monetario” sino el “real”. Quiere decirse que los individuos no nos fijamos sólo en el tipo de interés proclamado por el banco central sino en ese tipo comparado con el índice de precios: si el interés es de 4% y los precios están subiendo al 5%, lo que realmente estamos pagando por los préstamos es un tipo negativo de menos 1%. El tipo de cambio que importa a exportadores e importadores es también el real: resulta de comparar el cambio de la divisa con las subidas de los costes en el interior. Devaluar no sirve de mucho si el abaratamiento de nuestras mercancías en el exterior es engañoso, porque nuestros costes de producción han subido más que el respiro conseguido con la caída de la divisa. La apreciación del euro es compatible con unas exportaciones boyantes, si nuestra productividad crece más deprisa.

En fin de cuentas, las intervenciones en los mercados de cambios son engañosas: el valor de la divisa depende de circunstancias que escapan al poder directo de los bancos centrales. Depende en última instancia de dos elementos: los avances de la productividad y la tecnología; y la disposición de los que viven en el país a ahorrar más que lo que invierten. Si la economía crece como lo hizo la americana de los años noventa y si los naturales ahorran como lo hacen los chinos hoy, la moneda se aprecia. Pero ¿cuánto y cuándo? Esa es la pregunta del billón de dólares.

Por Pedro Schwartz
Profesor de la Universidad San Pablo CEU y
académico asociado del Cato Institute.

Post RLB Punto Politico.

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