viernes, 10 de noviembre de 2006

Bombas

Es una muestra más de la enorme
miseria moral del caudillo.
La justificación del terrorismo porque no
se cumplió su capricho de
ser Presidente de la República.


Desde luego, los únicos penalmente responsables de los delitos cometidos con el estallido de varias bombas en la Ciudad de México que causaron daños considerables en las sedes del Tribunal Federal Electoral, el PRI y un banco, son quienes las colocaron o las detonaron (autores materiales), quienes los indujeron a hacerlo (autores intelectuales) y, en su caso, quienes auxiliaron a los primeros (cómplices).

Nadie más. Pero conviene reflexionar acerca del clima social en que se produjeron los bombazos el entorno que de cierta manera los hizo propicios y de quiénes han generado o contribuido a caldear ese clima.

A estos últimos no se les puede castigar judicialmente por las detonaciones pero sí políticamente por parte de los ciudadanos en el momento del sufragio.
Una coordinadora de grupos guerrilleros que incluye al Movimiento Revolucionario Lucio Cabañas Barrientos, la Tendencia Democrática Revolucionaria Ejército del Pueblo, la Organización Independiente Primero de Mayo, la Brigada de Ajusticiamiento 2 de Diciembre y las Brigadas de Liberación Populares se atribuyó las explosiones de tres artefactos y la colocación de otros cinco que no estallaron.

La coordinadora aduce como motivos el nunca demostrado más bien: contundentemente refutado fraude en la elección presidencial y el inacabable conflicto de Oaxaca. El discurso deslegitimador de las urnas como única vía democráticamente aceptable para acceder al poder, el desconocimiento de las instituciones y la adopción de formas de lucha ilegales como medio de presión para lograr la satisfacción de demandas sectoriales configuran un escenario que encuentran propicio para la violencia aquellos individuos y aquellos grupos que en realidad no han creído jamás en la democracia, y, por tanto, sueñan con el levantamiento que les permitirá ajustar cuentas con el orden establecido.

Lo vivimos hace tres décadas. Entonces se utilizó como coartada la represión al movimiento estudiantil y la cerrazón gubernamental ante las exigencias de democratización.
Hoy no hay los pretextos ni de una respuesta represiva a movimientos sociales ni de la existencia de un régimen autoritario.

Pero eso no es obstáculo para los fanáticos, los frenéticos, los resentidos, los iluminados o los golpistas que han decidido que ellos y sólo ellos interpretan y representan los intereses populares aunque nunca nadie los designó intérpretes ni representantes de tales intereses, que ni son unánimes ni son unívocos.

Ya Andrés Manuel López Obrador dijo que si la Procuraduría General de la República quiere saber quiénes son los responsables de los bombazos, “tiene que llamar a declarar cuando menos a Vicente Fox, Carlos Salinas de Gortari, Felipe Calderón Hinojosa, Roberto Hernández, Claudio X. González y la maestra Elba Esther Gordillo… y a todos los medios de comunicación que se prestaron a convalidar el fraude.

No le demos vueltas: ellos son los responsables de esta crisis política. No les importó destruir la incipiente democracia en México y evitaron que el pueblo eligiera libremente a sus gobernantes. Ellos provocaron la crisis”.

Es una muestra más de la enorme miseria moral del caudillo. La justificación del terrorismo porque no se cumplió su capricho de ser Presidente de la República. Y la asignación de responsabilidades: son responsables todos aquellos que su maniqueísmo primitivo ha convertido en sus enemigos, incluidos los medios de comunicación que no apoyan su versión del fraude electoral, es decir, todos los noticiarios, periódicos y revistas del país salvo un par de ellos.

La lista puede ser leída por los grupos violentos como un señalamiento de objetivos de sus acciones.
Lo que más me extraña y entristece es que intelectuales adeptos a López Obrador que antaño dieron muestras de lucidez y vocación democrática no desaprueben abierta, inmediata y claramente esta expresión de apoyo a la violencia terrorista.

La indecencia, por cierto, parece ser contagiosa: el diputado panista Óscar Miguel Mohamar, irritado por la denegación parlamentaria al Presidente Fox del permiso de ausentarse del país, espetó en tribuna que si una bomba fue contra la sede del PRI, fue por algo.
No, señor diputado, las bombas no pueden justificarse por ningún motivo. Salvo los incendiarios, todos perderíamos si esa fuera la forma de dirimir diferencias. En todos los tiempos ha habido causas en las que algunos han encontrado motivos para destruir o destruirse.

Observa Fernando Savater: “La mayoría de los que empiezan su discurso político asegurando que el mundo es plena miseria, violencia y engaño suelen buscar así coartada para proponer luego nuevas formas de engaño, violencia y miseria como corolario y contrapartida de las existentes”.
El mundo y el país que vivimos están plagados de males, los cuales pueden empeorarse, atenuarse o irse remediando con nuestras acciones. La descalificación de todo, empero, es el preludio legitimador de la destrucción de los otros, de los que no piensan como el predicador o no lo siguen incondicionalmente.La violencia es radical, expedita, inapelable, irreversible, pura.

No se aviene con la negociación, la persuasión ni las contradicciones de las que está llena la vida. La democracia, en cambio, es dificultosa, lenta, titubeante, impura. Requiere alianzas, convencimiento, concesiones.
Sus caminos no llevan irremisiblemente a la tierra prometida. Quienes los transitan avanzan y retroceden.
La violencia se justifica a sí misma calumniando a la vida: todo es una mierda y, por tanto, todo debe ser destruido sin dilaciones y para siempre. Destruye un mundo realmente existente en aras de otro que aún no existe, cuya viabilidad es incierta y respecto del cual los violentos han decidido por sí y ante sí que es mejor que el actual. La democracia rechaza la violencia no porque todo deba ser conservado tal como está, sino porque sólo admite procedimientos civilizados para ir enmendando gradualmente el espacio y el tiempo en que nos tocó vivir.

Los violentos son fervorosos creyentes en las ideas irrebatibles, las grandes ideas con mayúsculas por las que vale la pena matar. Los demócratas están convencidos de que toda idea, por grandiosa que parezca, es discutible, y que quienes la consideran valiosa han de argumentar para persuadir a los demás de su valía.

La violencia puede destruir todo, desde luego incluso a la democracia que siempre es vulnerable, sobre todo cuando, como entre nosotros, no ha terminado de consolidarse. La constante vulnerabilidad de la democracia hace aparecer como todopoderosa a su eterna enemiga, la violencia.
Pero esa fragilidad la hace aún más apreciable, y nos obliga a defenderla con firmeza.Esa defensa firme no es compatible con concesiones a los violentos como las que tantas veces, decepcionados e impotentes, hemos visto quienes creemos que la violencia debe enfrentarse con los recursos propios del Estado de Derecho. Tiene razón Felipe Calderón, el Presidente electo: en México se ha perdido el respeto a la ley y a la autoridad. Rescatarlo debe ser prioridad de su inminente gobierno.
Por: Luis de la Barreda Solórzano
ldelabarreda@icesi.org.mx

1 comentario:

  1. Quiero aclarar que esta es solo mi opinion pero que realmente estoy convencido que detras de esoso bombazos se encuetra la mano de los amarillistas del perdere y es lamentable que no se les castigue.

    ResponderEliminar