Ebrard tendrá que decidir,
y en cuestión de horas,
si será el intendente que López Obrador dice
que puso en el gobierno del DF o
si será el gobernante plural.
Si la gran decisión estratégica de Marcelo Ebrard no radica en el reconocimiento a la presidencia de Felipe Calderón sino en la urgencia de redefinir su relación con López Obrador, la vida política en el DF podría dar hoy un salto cualitativo para salirse del dominio de grupos radicales.
Al parecer pocos se dieron cuenta de un indicio de lo que podría comenzar a generalizarse hoy en la ciudad de México. El viernes, el jefe de gobierno Alejandro Encinas estuvo presente en el mitin de rebelión institucional de López Obrador en el Zócalo. Pero un par de horas después, los granaderos del GDF pararon en seco la marcha de López Obrador a la entrada del bosque de Chapultepec y le impidieron chocar con los actos del presidente Calderón.
Ahí, en ese momento, López Obrador tuvo que percatarse de su derrota política definitiva. Paralizado por la decisión de los granaderos, López Obrador decidió hacer un desangelado mitin al pie de la Torre Mayor de Reforma. Ya no hubo más nada. Calderón ya había tomado posesión de la Presidencia, las bancadas perredistas se fracturaron y el largo año de 2006 había llegado a su fin. Y los granaderos de Encinas anularon al tabasqueño.
Lo que viene ahora son las definiciones más serias para el PRD en su plaza capitalina. Cuauhtémoc Cárdenas y Rosario Robles enfatizaron los resultados en la gobernación de la ciudad y abrieron espacios a grupos de la izquierda para acceder al poder. López Obrador, en cambio, gobernó para construir un sector social cautivo de la movilización callejera a su favor.
Si el primero construyó las bases apenas de una nueva forma de gobernar de la izquierda, el tabasqueño prefirió el populismo callejero para su carrera presidencial fracasada.
Ahora comienza el ciclo de Ebrard, por cierto un político no perredista. Ebrard, junto con Manuel Camacho, participó en la construcción del Partido de Centro Democrático. En las elecciones del 2000 Ebrard declinó su candidatura a jefe de gobierno y se alió a López Obrador, aunque dejando muy en claro que no se iba a hacer perredista.
La sucesión en la jefatura de gobierno del 2006 repitió el escenario del 2000: no lanzar la candidatura de un grupo en el poder, sino buscar a alguien que pudiera garantizar la victoria del PRD. López Obrador no era del grupo de Cárdenas, al grado de que lanzó una insidiosa persecución contra el cardenismo en el DF.
El factor electoral en el DF ha sido, en dos ocasiones, René Bejarano. Este político —formado en el magisterio y luego constructor de una red de movilizaciones sociales en la capital— lanzó la tesis en el 2000 que López Obrador era el único que podía ganar la jefatura de gobierno porque Rosario Robles tenía el candado de la no reelección.
Esta misma tesis fue fijada de nuevo por Bejarano a favor de Ebrard como el único que podría mantenerle al PRD la jefatura capitalina.
Ahora, sin embargo, la tarea de Ebrard ya no pasa exclusivamente por el PRD.
El estilo tribal de funcionamiento del PRD y el funcionamiento gubernamental en función de estructuras corporativas le impidieron resultados mayores a Cárdenas y a López Obrador.
Por tanto, Ebrard tendrá que decidir si gobierna para las tribus del PRD o decide cambiar el estilo político y recuperar a la sociedad no perredista que ya lanzó avisos de movilización en contra del perredismo y que podría dar algunas sorpresas en el 2009 aprovechando el hartazgo capitalino en contra de las movilizaciones de López Obrador.
Ebrard tendrá que decidir, y en cuestión de horas, si será el intendente que López Obrador dice que puso en el gobierno del DF o si será el gobernante plural.
Con una sólida formación política, Ebrard también tendrá que tomar otra decisión: seguir como el político de las maldades inimaginables o asumir ya la condición de estadista.
Un verdadero gobierno de izquierda no se definirá por el dominio de las tribus perredistas o los grupos dependientes de los presupuestos oficiales o las bromas pesadas al gobierno federal, sino que tendrá que darle a la ciudad una nueva gobernabilidad social y política sumando a sectores sociales no partidistas.
Es decir, Ebrard no debería ser el Encinas de López Obrador, un empleado sometido a los caprichos del caudillo. A su favor tiene Ebrard su condición de no-perredista y su experiencia política en el gobierno. Si Ebrard se asume desde ahora como el intendente de López Obrador, sus posibilidades políticas serán reducidas a cero.
El PRD se quedó sin caudillos ni líderes. Cárdenas tiene un buen espacio como líder social sin partido y López Obrador sé auto aniquiló en su lucha irracional contra la realidad. Ninguna de las figuras del PRD ha crecido lo suficiente por sí misma, aunque ahí vienen Lázaro Cárdenas Batel y Amalia García. Jesús Ortega se achicó políticamente. Y Ricardo Monreal sigue siendo el priísta de siempre.
Pero más que pensar en el 2012, Ebrard tiene que decidir sobre el aquí y el ahora. Hoy asumirá el gobierno del DF dominado por los caprichos lopezobradoristas y arrinconado por los grupos sociales beneficiarios del gasto público local. Asimismo, tendrá poco margen de maniobra acotado por el radicalismo rupturista de Martí Batres Guadarrama y por los intereses de Bejarano. No podrá romper con ellos, pero la capacidad de maniobra de Ebrard estará lejos de Calderón y dependerá del margen de maniobra que se dé ante López Obrador, las tribus perredistas y los grupos sociales de interés.
Si Ebrard se comporta como perredista, así será tratado. Pero si ejerce el poder como gobernante, entonces podrá reivindicar a la izquierda frente a una sociedad que identifica a la izquierda con las locuras de López Obrador.
Por Carlos Ramírez
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