Al final de cuentas, el sistema político mexicano sigue siendo presidencialista. Y ahí se percibe la incapacidad política de los legisladores, pues su interés radica no en empujar nuevas relaciones políticas y de poder con el Ejecutivo sino en arrodillar y humillar al presidente de la república
Conformado por la retacería de grupos y posiciones de poder, las dos cámaras del Congreso de la Unión se han convertido en el factor de fortalecimiento del sistema presidencialista. La ausencia de acuerdos políticos y de gobierno va a regresar, de nueva cuenta, el poder de decisión al Ejecutivo federal.
El PRD ha mostrado su vocación de dinamitero del sistema político en función de los rencores del candidato presidencial derrotado, Andrés Manuel López Obrador. Y el PAN ha demostrado fehacientemente que no está a la altura del desafío de ser el partido mayoritario.
La imagen del primero de diciembre marcó de manera indeleble el destino político de la actual legislatura: violencia, barricadas, lucha cuerpo a cuerpo, resentimientos y violación de los espacios constitucionales. De ahí que haya que incluir en el análisis del corto plazo que el primer año del sexenio estará perdido por los comportamientos irracionales de los legisladores y sobre todo de sus liderazgos.
El problema de mediano plazo parece no ser aún comprendido por los partidos y sus dirigencias legislativas. El presidente Calderón ha dejado entrever su posibilidad y capacidad para gobernar por decreto o sin pasar por el Congreso. Y la lucha, en consecuencia, se llevaría a las elecciones legislativas del 2009, en las cuales el PAN podría quedarse con la mayoría absoluta por los estilos de confrontación del PRD y del PAN.
Los acontecimientos políticos del segundo semestre de este año dejaron inservibles a las principales instituciones de gobierno de la república.
El PRD perdió credibilidad y espacio de maniobra con el conflicto poselectoral callejero y los daños directos y colaterales a la ciudadanía. Como bancada legislativa, el PRD dilapidó autoridad política cuando tomó la tribuna para impedir la presencia del presidente de la república el primero de diciembre.
El PRI se ha dedicado a negociar apoyos pero sin darle contenido político a sus participaciones ni en busca de credibilidad y liderazgo. La ausencia de una estrategia articulada entre los liderazgos de la Cámara de Diputados y del Senado ha mostrado a un PRI embarcado en una lucha interna por la presidencia del partido que por la posibilidad de asumir la iniciativa política.
El PAN se encuentra en una posición incómoda. No parece dispuesto a operar el Congreso en función de los viejos estilos de concesiones subrepticias, pero carece de fuerza y de definición clara sobre las nuevas formas de operar el legislativo. Los liderazgos de Jorge Zermeño y Santiago Creel han sido mediocres y carentes de autoridad política, circunstancias que han aprovechado el PRI y el PRD para estallar conflictos sucesivos en las sesiones.
La ausencia de un Legislativo a la altura del desafío de la reorganización de los poderes ha llevado muy rápido al fortalecimiento del sistema presidencialista. Calderón no es Fox y por tanto no esperará pacientemente a que el legislativo entienda sus razones. El nuevo presidente de la república sí conoce los hilos de poder del Ejecutivo. Y sabe que puede gobernar sin pasar por el Congreso, cuando menos en la funcionalidad más importante del gobierno.
Al final de cuentas, el sistema político mexicano sigue siendo presidencialista. Y ahí se percibe la incapacidad política de los legisladores, pues su interés radica no en empujar nuevas relaciones políticas y de poder con el Ejecutivo sino en arrodillar y humillar al presidente de la república. Fox gobernó con base en ocurrencias que fueron censuradas una y otra vez por el Congreso.
Calderón, en cambio, cometerá ahí menos errores porque es un hombre de gobierno y un político ajeno a las locuras del poder; por tanto, tendrá mayor margen de maniobra para dotar a la presidencia de la república de un poder de facto; al final de cuentas, Calderón ya fue diputado y, aún más, coordinador de la bancada panista en la Cámara y por ello conoce los pasadizos secretos del Legislativo.
Lo malo es que ninguno de los dos, ni el Ejecutivo ni el Legislativo, tiene una idea clara de la necesidad de redefinir las relaciones entre los poderes y de llegar a un acuerdo de gobernabilidad política. Como los legisladores trabajan en función de los intereses de sus respectivos partidos, la prioridad no es la redocumentación de los espacios de poder del Legislativo. Y como el Ejecutivo tiene su proyecto de gobierno y ya entendió que no tendrá el apoyo del Legislativo, entonces buscará mayores espacios fuera de las cámaras.
La primera prueba de poder entre el Ejecutivo y el Legislativo va a ser el Presupuesto federal para el 2007. La Cámara tiene facultades para modificar la propuesta. Como Calderón no tiene la intención de provocar a los diputados, entonces va a aceptar lo que le den y operará en los márgenes fuera de control Legislativo. Y para molestia del PRD, la relación legislativa de Calderón con la Cámara --y sobre todo con el PRI-- no va a pasar por la bancada panista sino que será operada directamente desde Los Pinos y la Secretaría de Gobernación.
En este contexto, la verdadera disputa por el poder no se dará en el Congreso sino en el espacio mediático. El objetivo de mediano plazo de Calderón se localiza en el 2009 cuando organice una campaña para conseguir la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. Y con ello, aguantará sus reformas para la segunda mitad de su sexenio, con un PRD ahogado en sus contradicciones y luchas internas y un PRI dividido por la ausencia de liderazgos reales.
De ahí que el fortalecimiento del presidencialismo deba acreditársele a la ceguera política del PRD y del PRI.
Por Carlos Ramírez
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