miércoles, 16 de mayo de 2007

Los buenos y los malos

Los gobernantes socialistas,
intervencionistas y populistas de América Latina
siempre terminan empobreciendo
a las grandes mayorías,
mientras sus familiares y amigos
se vuelven multimillonarios,
pero suelen ser aplaudidos
por la prensa internacional,
los organismos de las Naciones Unidas
y las organizaciones no gubernamentales

Miami (AIPE)- A lo largo de medio siglo hemos visto a gran cantidad de políticos y gobernantes latinoamericanos aplaudir y abrazar al delincuente y criminal Fidel Castro, mientras que en el siglo XXI el déspota más popular es su protegido Hugo Chávez, a quien se halaga para conseguir limosnas que claramente provienen de robos a los venezolanos y a inversionistas extranjeros.

Ese doble estándar también lo aplican muchos políticos estadounidenses y europeos. Recientemente fue noticia de primera página que Al Gore cancelara, a última hora, su participación en una conferencia en Miami por la presencia de Alvaro Uribe. Entre Al y Alvaro, claramente me quedo con Alvaro. Aunque no comparto la manera de pensar del presidente colombiano en la guerra contra las drogas, en la que Estados Unidos ha logrado trasladar los muertos a América Latina, al no poder impedir el consumo entre sus propios ciudadanos. Sin embargo, Uribe ha sido el mejor y más valiente presidente de Colombia en por lo menos una generación.

Los gobernantes socialistas, intervencionistas y populistas de América Latina siempre terminan empobreciendo a las grandes mayorías, mientras sus familiares y amigos se vuelven multimillonarios, pero suelen ser aplaudidos por la prensa internacional, los organismos de las Naciones Unidas y las organizaciones no gubernamentales.

Mientras que los acusados de derechistas son malos por definición, les inventan toda clase de crímenes y robos al erario, mientras se ignoran sus logros y el bienestar que hayan podido aportar sus políticas. El mejor ejemplo de ello es el general Augusto Pinochet en Chile, quien por petición del Congreso derrocó al presidente comunista Salvador Allende en 1973, evitando así los desmanes que hoy ocurren a diario en la Venezuela socialista del siglo XXI.

No defiendo las dictaduras militares. En Venezuela, el ministerio de Sanidad y los hospitales del gobierno dejaron de adquirir medicinas al laboratorio farmacéutico de mi padre porque éste se negó a firmar “El Libro de Oro” en apoyo a la continuidad en el poder del general Marcos Pérez Jiménez y también fue destituido de la presidencia del Banco Provincial, que él había fundado para financiar a pequeños empresarios de la provincia, por negarse a seguir extendiendo créditos al Estado y proteger así los depósitos de sus clientes.

Sin embargo, Pérez Jiménez hizo menos daño que muchos de los presidentes venezolanos elegidos democráticamente desde entonces. Estos estatizaron la industria petrolera, destruyeron la moneda, politizaron a los jueces y empobrecieron a los venezolanos con proteccionismo y concediendo financiamiento del estado a sus compinches, engendrando monopolios y miseria. Chávez ha procedido a perfeccionar todas esas infames políticas socialistas que comenzaron con la reforma agraria y el anuncio de no nuevas concesiones petroleras a empresas extranjeras. En 1958, Venezuela era el principal exportador mundial de petróleo, mientras que en el siglo XXI la producción, refinación y exportaciones petroleras de Venezuela caen año tras año. Telesur y Aló Presidente nunca podrán tapar esa realidad.

Pero decir la verdad no es “políticamente correcto”. Es probable que el lector no sepa que la privatización de las cuentas de retiro del Seguro Social chileno, instrumentada durante el gobierno de Pinochet, han producido a los trabajadores chilenos un promedio de 10,1 por ciento anual, por encima de la inflación, a lo largo de 26 años, sin los desfalcos que suelen ocurrir en el Seguro Social mexicano, venezolano y de tantos otros países. En Estados Unidos, solamente los políticos y empleados federales gozan de un sistema de pensiones tan bueno y eficiente como los chilenos. Los demás, aparentemente, no nos lo merecemos.

Por Carlos Ball.
Director de la agencia AIPE y académico asociado de Cato Institute.

RLB Punto Politico.

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