Si la señora Hillary Clinton representa los intereses de la vieja diplomacia imperial y de los lobistas extranjeros, la confirmación de Robert Gates, secretario de Defensa de Bush, en la misma posición en el gabinete de Barack Obama implica la opción del modelo de la CIA. Como subdirector de la CIA, Gates participó en 1984 en un operativo de desestabilización de México.
Gates es un personaje singular. Ha logrado relaciones con los dos partidos. Fue director de la CIA con George Bush padre de 1991 a 1993 y luego se refugió en una escuela de Texas dominada por los Bush. George Bush hijo lo designó secretario de la Defensa en diciembre de 2006 y Obama lo acaba de reconfirmar en el cargo, a pesar de las críticas del presidente electo en contra de la política militar en Irak.
La historia del operativo de desestabilización en México, manejado directamente por Gates, ocurrió a lo largo de 1983 a 1985. La historia la cuenta a grandes rasgos Bob Woodward en su libro Velo: las guerras secretas de la CIA 1981-1987, publicado en 1988. Pero hay datos adicionales que se publicaron en Indicador Político en 1990. La CIA preparó un documento para evidenciar el colapso de México como el “próximo Irán” y exigió decisiones del presidente Reagan para, en palabras del entonces gobernador demócrata de Arizona, Bruce Babbit, “apretarle las tuercas a México”.
El documento había sido encargado a Constantine Menges, un analista reaccionario de la CIA recomendado por el senador ultraderechista Jesse Helms para encargado de asuntos latinoamericanos del consejo de seguridad nacional de Reagan. Sin embargo, en la CIA había un experto en temas mexicanos --John Horton-- que decía que el documento no era una evaluación de la agencia sino un panfleto. La tesis que quería mostrar William Casey, director general de la CIA, era que “México estaba al borde del colapso”.
Asimismo, establecía que México se estaba alejando de los EU y acercando a la Unión Soviética, además de que los servicios de inteligencia de México, dirigidos por José Antonio Zorrilla Pérez, habían pactado con el espionaje de influencia soviéticas.
La tesis de Horton fue eludida por Gates para mantener las decisiones de mayor presión sobre México. Gates estaba enterado de que el reporte primero estaba influenciado por las directrices de Casey, algo totalmente condenado en la CIA. Sin embargo, lo dejó pasar. Horton renunció a la CIA y reventó el escándalo con un artículo publicado en septiembre en el The New York Times. En México, las presiones de los EU llevaron a la crisis de 1985 por el asesinato del agente de la DEA Camarena Salazar y el The New York Times envió a México a dos expertos en seguridad nacional -- Joel Brinkley y Robert Lindsey-- para que revelaran el intervencionismo de la KGB en la policía política mexicana. Por esa razón justamente, y no por el asesinato de Manuel Buendía, salió Zorrilla de la Federal de Seguridad.
Gates, por tanto, viene del área de operaciones clandestinas de la CIA. Y el recuento de Woodward abarca el peor intervencionismo de la CIA en América Latina en los ocho años de Reagan en el poder, incluyendo el escándalo Irán-Contra: la venta secreta de armas a Irán para entregar ese dinero a la contra nicaragüense que combatía al gobierno sandinista.
Gates siempre fue protegido de los Bush y ahora es una de las piezas clave del gobierno de Obama, como para significar que no habrá un cambio en el enfoque imperial de los EU hacia el exterior. La ideología imperial de Gates se percibe en su libro From the shadows, donde escribe una historia positiva de la CIA y su intervención en el Mundo y su papel en la derrota de la Unión Soviética en la guerra fría.
Por tanto, las promesas de cambio de Obama han comenzado a naufragar. Ayer mismo, en su columna en Slate, el célebre e irreverente analista Christopher Hitchens reveló la cauda de intereses de la familia Clinton con países y corporaciones extranjeras, lo que le daría a su función de secretaria de Estado un tono más de negocios que de redefinición de las líneas imperiales.
En Vanity Fair de julio de 2008, el analista Todd S. Purdum mostró la larga cola de intereses extranjeros detrás de Bill Clinton, en el entendido de que Bill y Hillary son una pareja asociada por el poder.
Las primeras dudas sobre el equipo de Obama se están haciendo en función del incumplimiento de algunas de sus promesas que jalaron el voto progresista: romper la línea de gobierno de Bush, parar en seco a los lobistas y cabilderos y evitar la influencia de las corporaciones.
La realidad comienza a ser otra: Hillary y Bill son dos de los más poderosos cabilderos que hay en los EU, la permanencia de Gates en el Departamento de Defensa sería la continuidad del bushismo y los principales asesores económicos provienen de puestos directivos en las corporaciones. Por ejemplo, uno de sus asesores, el premio nobel Paul Krugman, trabajó en la quebrada Enron hasta antes de su colapso. Y el presidente de la Reserva Federal de Nueva York, designado secretario del Tesoro, es el principal hilo de conexión de las corporaciones con Wall Street.
En este contexto se perfilan las críticas a Obama: no cumplirá por ahora las promesas de un cambio para los EU y el mundo y tratará primero de salvar y sobre todo restaurar el barco de la estructura imperial de dominación diplomática, militar y económica de Washington.
Por Carlos Ramirez.
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