Por tanto, el escenario de la elección interna en el PRD ya se aclaró: hay dos propuestas. López Obrador y Alejandro Encinas representan la vía perredista de la insurrección para imponer la voluntad de una minoría por la vía de la violencia callejera y Jesús Ortega y Cuauhtémoc Cárdenas --cada uno en su propio espacio-- proponen el camino de la transición pactada.
López Obrador ya mostró sus cartas: una presidencia ilegítima que desconoce a las instituciones, un movimiento de masas violento que no respetó ni a los de casa --la agresión contra el senador perredista Carlos Navarrete--, el desconocimiento de la institución presidencial y del ejército por Marcelo Ebrard y Ruth Zavaleta y la creación de un espacio político separatista.
El problema de López Obrador no radica en sus intenciones sino en sus definiciones. Desde que comenzó su lucha como líder social, López Obrador se ha negado a aceptar la institucionalidad legal: levantó a campesinos contra Pemex, tomó pozos petroleros, impuso su candidatura al DF violando la ley electoral, gobernó la ciudad de México al margen de la república, anunció su victoria electoral sin presentar ni una sola prueba y fundó su república de carnaval con una presidencia financiada con la pobreza de los más pobres.
Ahora López Obrador quiere engullirse al PRD. Y no porque no tenga el control sobre las bases del partido, sino porque el perredismo ya se fracturó en dos corrientes principales: el lopezobradorismo y Nueva Izquierda. Y flotando sobre ellos sigue la presencia política de Cuauhtémoc Cárdenas como figura de consenso, aunque el tabasqueño ha comenzado ya una estrategia para desprestigiar al michoacano.
El problema de López Obrador no radica en sus intenciones sino en sus definiciones. Desde que comenzó su lucha como líder social, López Obrador se ha negado a aceptar la institucionalidad legal: levantó a campesinos contra Pemex, tomó pozos petroleros, impuso su candidatura al DF violando la ley electoral, gobernó la ciudad de México al margen de la república, anunció su victoria electoral sin presentar ni una sola prueba y fundó su república de carnaval con una presidencia financiada con la pobreza de los más pobres.
Ahora López Obrador quiere engullirse al PRD. Y no porque no tenga el control sobre las bases del partido, sino porque el perredismo ya se fracturó en dos corrientes principales: el lopezobradorismo y Nueva Izquierda. Y flotando sobre ellos sigue la presencia política de Cuauhtémoc Cárdenas como figura de consenso, aunque el tabasqueño ha comenzado ya una estrategia para desprestigiar al michoacano.
López Obrador ha dado ya pasos decisivos para asumir el control del PRD: convirtió a Encinas en su pelele para la presidencia del partido, violó las leyes electorales al mandar cartas de apoyo a Encinas, ha convertido la reforma energética en una bandera de su candidato y ha decidido ya no ser un factor de unidad sino de ruptura partidista.
A lo largo de los meses posteriores a su derrota electoral, López Obrador se percató que su caudillismo es insuficiente. El control del partido le dará la perla más preciada del esquema electoral: los fondos públicos millonarios a los partidos. Asimismo, el control del partido le daría un mayor posicionamiento rupturista porque entonces podría doblegar a las bancadas perredistas en las cámaras que hasta ahora han logrado escabullirse por algunos resquicios para participar en algunos espacios institucionales.
López Obrador quiere el control del PRD para que Alejandro Encinas anuncie formalmente la ruptura del partido con el sistema institucional. Ello obligaría a las bancadas perredistas en los congresos a renunciar a sus cargos o renunciar al partido. También llevaría a un choque con los gobernadores perredistas que reconocieron a Calderón como presidente de la república. Y finalmente movilizaría a las masas para imponer decisiones sin pasar por los equilibrios democráticos.
La lucha lopezobradorista contra la reforma energética carece de sustento político, económico y de gobierno. Se trata solamente de una bandera política. En el fondo, López Obrador es un conservador. En su propuesta de gobierno de su campaña del 2006 propuso la apertura de Pemex a la inversión privada. Hoy no sólo la niega sino que la maldice. Y cuando tiene que explicar esa incoherencia, sólo acierta a declarar que él como oposición no permitiría esa asociación pero que la alentaría si fuera el presidente de la república.
La lucha lopezobradorista contra la reforma energética carece de sustento político, económico y de gobierno. Se trata solamente de una bandera política. En el fondo, López Obrador es un conservador. En su propuesta de gobierno de su campaña del 2006 propuso la apertura de Pemex a la inversión privada. Hoy no sólo la niega sino que la maldice. Y cuando tiene que explicar esa incoherencia, sólo acierta a declarar que él como oposición no permitiría esa asociación pero que la alentaría si fuera el presidente de la república.
En este contexto, López Obrador decidió llevar al PRD a una situación límite: o se subordina a su control político o se divide. Por eso el tabasqueño ha conducido al PRD a un escenario de polarización, encono y violencia interna. La agresión el domingo contra el senador perredista Carlos Navarrete fue preparada para acelerar las contradicciones. Lo mismo hizo durante el plantón cuando permitió que la escritora Elena Poniatowska acusara a Cuauhtémoc Cárdenas de envidioso por no apoyar la campaña de López Obrador y las masas atacaron ruidosamente al fundador del PRD.
El PRD ha sido colocado por el López Obrador en el terreno de las definiciones fundamentales: o un partido que luche por el poder por la vía democrática o un partid que se convierta en un movimiento violento de masas para imponer decisiones que no pasarían la prueba del consenso electoral. Y como aviso, López Obrador ya dijo que habrá violencia si se impone una reforma energética que no sea la suya.
Así que el PRD define su futuro: la transición o la insurrección. No habrá términos medios. Ortega o Encinas.
Por Carlos Ramírez
El PRD ha sido colocado por el López Obrador en el terreno de las definiciones fundamentales: o un partido que luche por el poder por la vía democrática o un partid que se convierta en un movimiento violento de masas para imponer decisiones que no pasarían la prueba del consenso electoral. Y como aviso, López Obrador ya dijo que habrá violencia si se impone una reforma energética que no sea la suya.
Así que el PRD define su futuro: la transición o la insurrección. No habrá términos medios. Ortega o Encinas.
Por Carlos Ramírez
Post RLB. Punto Politico.
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