Lamentablemente para la izquierda, Andrés Manuel López Obrador es sinónimo de derrotas, corrupción o chantajes. Casi nada hay en su carrera que hable de importantes victorias políticas e ideológicas de largo plazo.
Su fase priísta estuvo marcada por el conflicto: quería un priísmo a la cubana. El gobernador González Pedrero, que lo había enviado al PRI estatal, le dijo: “el PRI no es el Partido Comunista de Cuba”. Y fue cesado. No pudo hacer carrera en el PRI porque quería todo el poder. En 1988 se sumó a Cuauhtémoc Cárdenas y se hizo del control absoluto del PRD en Tabasco.
El periodo 1988-2008, veinte años de lucha, ha sido de fracasos. Todos sus movimientos radicales terminaron en cuatro finales previsibles: derrotas, represión, dinero o concertacesiones. En el salinismo obtuvo un par de alcaldías por intermediación de Manuel Camacho, su ahora subordinado político. Y nada más. Quiso la gubernatura con plantones y lo aplastaron.
La única victoria fue la concesión que le hizo el presidente Zedillo en el 2000 para regalarle el registro como candidato tabasqueño a la jefatura del gobierno del DF. El The New York Times escribió que la candidatura de López Obrador era ilegal porque nunca probó la residencia capitalina que exigían las leyes electorales. Zedillo no sólo contuvo al PRI sino que convenció al PAN. Sólo así, y en medio de amenazas de violencia, pudo llegar al gobierno del DF. Y ahí aisló al DF de la república y preparó su frustrado asaltó a la presidencia de la república.
Pero todas las demás anécdotas de su historial están marcadas por la derrota. La toma de pozos petroleros en 1996 terminó con represión y él mismo con un macanazo en la cabeza. El plantón de septiembre en el zócalo en 1993 fue levantado luego de cobrar un chantaje en efectivo. Las movilizaciones en Tabasco contra procesos electorales fueron desviadas de la búsqueda de resultados porque él sólo quería posicionarse como un agitador social por sí mismo.
Al no ganar las elecciones en las urnas, López Obrador buscó apoderarse de los cargos por la vía de las movilizaciones. Y el plantón del 2006 en el DF fue una rotunda derrota personal y política.
Por tanto, la lucha contra la supuesta privatización energética carece de una propuesta, quiere mantener el modelo priísta de explotación irracional de petróleo y corrupción sindical y sólo busca provocar el endurecimiento del régimen por las amenazas de protestas violencias e insurreccionales. Esta insensata postura política es comprendida por algunos niveles del PRD, pero existe temor e incapacidad para enfrentar las locuras violentas del caudillo.
De todos los presidentes de la república, paradójicamente sólo Salinas atendió algunas de sus exigencias. Y fue por intermediación de Manuel Camacho. Hay testimonios probados de una entrega de dinero del DDF de Camacho a enviados de López Obrador. El dinero lo entregó Marcelo Ebrard, entonces operador de Camacho y hoy beneficiario de los dedazos de López Obrador. El lugar de la entrega fue en casa de un colaborador camachista que hasta la fecha confirma el suceso.
Así que no hay razones de preocupación o de miedo. López Obrador es un político del lenguaje violento, amenazador, revolucionario. Pero en el camino ha embarcado al PRD en luchas fracasadas. La exhibición de violencia que hizo el domingo pasado en la torre de Pemex no fue un hecho salido de control sino una consecuencia lógica de la escalada de violencia de sus seguidores. López Obrador los azuza, luego soslaya los estallamientos de violencia y finalmente interviene para apaciguar los hechos pero teniendo a sus adversarios prácticamente arrinconados.
El PRD tiene una bancada suficiente para contener privatizaciones o modificaciones constitucionales y para imponer contenidos a la inevitable reforma energética. Pero con López Obrador no se trata de ajustarse a los espacios políticos y racionales de la competencia, sino de azuzar a las masas para incorporar la violencia callejera como una variable política. López Obrador sabe que sus razones no convencen y que carece de una base política suficiente para imponer. Al final, el tabasqueño no está preocupado por el petróleo sino que ve en el energético la oportunidad para fortalecer su menguado y declinante liderazgo.
El PRD se encuentra atrapado entre dos fuegos: la postura de López Obrador ante una eventual reforma energética es autoritaria porque no busca la negociación sino que quiere imponer su voluntad a través de amenazas de violencia y las bancadas perredistas han mostrado ya su voluntad de participación en la negociación pero tendrán que resistir los ataques violentos de los fascios obradoristas, verdaderas secciones de seguridad hitlerianas.
Si gana el modelo AMLO, la izquierda será de nuevo derrotada. Y si insiste en el camino de la violencia, también será reprimida. Y como en 1996, López Obrador quedará satisfecho porque su meta no es México sino el papel de víctima de la represión. Pero el PRD perderá políticamente.
Por Carlos Ramírez
El periodo 1988-2008, veinte años de lucha, ha sido de fracasos. Todos sus movimientos radicales terminaron en cuatro finales previsibles: derrotas, represión, dinero o concertacesiones. En el salinismo obtuvo un par de alcaldías por intermediación de Manuel Camacho, su ahora subordinado político. Y nada más. Quiso la gubernatura con plantones y lo aplastaron.
La única victoria fue la concesión que le hizo el presidente Zedillo en el 2000 para regalarle el registro como candidato tabasqueño a la jefatura del gobierno del DF. El The New York Times escribió que la candidatura de López Obrador era ilegal porque nunca probó la residencia capitalina que exigían las leyes electorales. Zedillo no sólo contuvo al PRI sino que convenció al PAN. Sólo así, y en medio de amenazas de violencia, pudo llegar al gobierno del DF. Y ahí aisló al DF de la república y preparó su frustrado asaltó a la presidencia de la república.
Pero todas las demás anécdotas de su historial están marcadas por la derrota. La toma de pozos petroleros en 1996 terminó con represión y él mismo con un macanazo en la cabeza. El plantón de septiembre en el zócalo en 1993 fue levantado luego de cobrar un chantaje en efectivo. Las movilizaciones en Tabasco contra procesos electorales fueron desviadas de la búsqueda de resultados porque él sólo quería posicionarse como un agitador social por sí mismo.
Al no ganar las elecciones en las urnas, López Obrador buscó apoderarse de los cargos por la vía de las movilizaciones. Y el plantón del 2006 en el DF fue una rotunda derrota personal y política.
Por tanto, la lucha contra la supuesta privatización energética carece de una propuesta, quiere mantener el modelo priísta de explotación irracional de petróleo y corrupción sindical y sólo busca provocar el endurecimiento del régimen por las amenazas de protestas violencias e insurreccionales. Esta insensata postura política es comprendida por algunos niveles del PRD, pero existe temor e incapacidad para enfrentar las locuras violentas del caudillo.
De todos los presidentes de la república, paradójicamente sólo Salinas atendió algunas de sus exigencias. Y fue por intermediación de Manuel Camacho. Hay testimonios probados de una entrega de dinero del DDF de Camacho a enviados de López Obrador. El dinero lo entregó Marcelo Ebrard, entonces operador de Camacho y hoy beneficiario de los dedazos de López Obrador. El lugar de la entrega fue en casa de un colaborador camachista que hasta la fecha confirma el suceso.
Así que no hay razones de preocupación o de miedo. López Obrador es un político del lenguaje violento, amenazador, revolucionario. Pero en el camino ha embarcado al PRD en luchas fracasadas. La exhibición de violencia que hizo el domingo pasado en la torre de Pemex no fue un hecho salido de control sino una consecuencia lógica de la escalada de violencia de sus seguidores. López Obrador los azuza, luego soslaya los estallamientos de violencia y finalmente interviene para apaciguar los hechos pero teniendo a sus adversarios prácticamente arrinconados.
El PRD tiene una bancada suficiente para contener privatizaciones o modificaciones constitucionales y para imponer contenidos a la inevitable reforma energética. Pero con López Obrador no se trata de ajustarse a los espacios políticos y racionales de la competencia, sino de azuzar a las masas para incorporar la violencia callejera como una variable política. López Obrador sabe que sus razones no convencen y que carece de una base política suficiente para imponer. Al final, el tabasqueño no está preocupado por el petróleo sino que ve en el energético la oportunidad para fortalecer su menguado y declinante liderazgo.
El PRD se encuentra atrapado entre dos fuegos: la postura de López Obrador ante una eventual reforma energética es autoritaria porque no busca la negociación sino que quiere imponer su voluntad a través de amenazas de violencia y las bancadas perredistas han mostrado ya su voluntad de participación en la negociación pero tendrán que resistir los ataques violentos de los fascios obradoristas, verdaderas secciones de seguridad hitlerianas.
Si gana el modelo AMLO, la izquierda será de nuevo derrotada. Y si insiste en el camino de la violencia, también será reprimida. Y como en 1996, López Obrador quedará satisfecho porque su meta no es México sino el papel de víctima de la represión. Pero el PRD perderá políticamente.
Por Carlos Ramírez
Post RLB. Punto Politico.
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