viernes, 6 de octubre de 2006

El gran solitario del Palacio (ficticio)

Autodesignado presidente
“legítimo” de una república inexistente,
López Obrador ha visto el cierre de los espacios
del conflicto político.
Su Waterloo definitivo será la elección
para gobernador en Tabasco,
donde la derrota del candidato perredista
será
el principio de otro conflicto poselectoral violento.
“legítimo”, funciona en realidad como cacique
al viejo estilo priísta.
Por eso imparte órdenes a los legisladores del PRD
en las dos cámaras,
como en los tiempos del PRI en los
que el presidente de la república
dominaba al Legislativo.
López Obrador se ha perfilado como un político producto de la agitación política. No es una figura de propuestas, menos de institucionalidades. Su objetivo ha sido siempre la generación de problemas. Aún en los cinco años que gobernó la ciudad de México, su gestión estuvo marcada por la imposición de decisiones o su conversión a víctima de los demás.

Asimismo, el tabasqueño se ha perfilado como un personaje de contradicciones. Por un lado se declaró en rebeldía contra leyes e instituciones por el presunto y nunca probado fraude electoral en su contra y se salió de la legalidad electoral al autoproclamarse presidente “legítimo”, pero anda en una campaña donde operan las mismas leyes electorales que despreció para que su candidato pueda ganar en función de la institucionalidad que él mismo decidió repudiar.

Y como presidente “legítimo”, López Obrador funciona en realidad como cacique al viejo estilo priísta. Por eso imparte órdenes a los legisladores del PRD en las dos cámaras, como en los tiempos del PRI en los que el presidente de la república dominaba al Legislativo.

Lo malo, sin embargo, es que los tiempos del dominio político de López Obrador han comenzado a menguar. Sus labores de resistencia civil pacífica han quedado en meras acciones violentas de comando. Y cada vez en menor escala y con efectos prácticamente inútiles. Por eso el objetivo de llamar la atención ha pasado a la fase de la agresión política. La primera dama de la república ficticia lopezobradorista, Jesusa Rodríguez, ha comenzado a ser vista con misericordia por la degradación personal.

En el fondo, López Obrador se ha convertido, como buen presidente de la república priísta, en el “gran solitario del Palacio (inexistente)”. Tan es así, que estuvo hace poco en el DF para ordenarles a los legisladores perredistas que visitaran Tabasco y asignó a cada uno de ellos un municipio bajo su responsabilidad, pero es la hora en que prácticamente nadie ha cumplido con esa orden. Por eso se agobia con giras en Tabasco y luego roba horas a su campaña para trasladarse a la ciudad de México a ocupar los espacios mediáticos.


En este sentido, la estrategia de López Obrador ha dejado de ser política para convertirse en agresiva. Sus insultos y confrontaciones con periodistas como Ciro Gómez Leyva y Carlos Marín, de Milenio, responden al resentimiento por hechos concretos: Ciro ha sido el más insistente en entrevistar a Carlos Ahumada Kurtz, el empresario que reveló la corrupción del gobierno de López Obrador en el DF; y el ex jefe de gobierno capitalino no le perdona a Marín que haya escrito que el tabasqueño es presidente de una “república patito”.

En el fondo, López Obrador quiere inventar conflictos para luego asumirse como víctima de un compló inexistente. Ataca a Televisa y luego ocupa el noticiero de Carmen Aristegui con una entrevista de más de una hora. Ha escalado las acusaciones contra empresarios para que le respondan y luego se clame como perseguido. Estas tácticas le dieron resultado en campaña pero ahora han dejado de ser eficaces.

López Obrador había descansado su estrategia en la descomposición política y en la posibilidad de que el PRD se saliera de la institucionalidad. Pero nada de ello ha ocurrido: la Secretaría de Gobernación logró negociar la ceremonia del Grito, la Secretaría de la Defensa fue inflexible con el desfile, Vicente Fox le ha sacado la vuelta a la confrontación, el plantón de Zócalo-Reforma fue un fracaso y un enorme desprestigio para el PRD y tuvo que ser levantado sin ninguna victoria, Oaxaca entró ya en la línea de la negociación sin uso de la fuerza y los perredistas tuvieron que aceptar la legalidad del Congreso al asumir la institucionalidad de las comisiones legislativas.

No hubo, pues, la ruptura planeada. López Obrador jugó las mismas cartas rupturistas del EZLN y también perdió las partidas. Por eso se ha centrado en el proceso electoral de Tabasco. Y ahí su intención es ganar la gubernatura para el candidato perredista Raúl Ojeda o reventar el proceso para buscar una concertacesión o a la anulación de las elecciones. Y de anularse, la única posibilidad que tendría el PRD de ganar estaría en la candidatura del propio López Obrador como candidato. De ahí la percepción de que López Obrador ya decidió la derrota de Ojeda.

Los mensajes tabasqueños hablan de la declinación de la influencia de López Obrador en Tabasco: fracturas en el PRD local, asimilación de priístas que hasta hace poco habían avalado las guerras contra perredistas, resultados de corrupción en gestiones municipales, desprestigio de familiares del ex jefe de gobierno capitalino en el estado por evidencias de corrupción y ausencia de la influencia política de Roberto Madrazo en la candidatura del priísta Andrés Granier.

De hecho, López Obrador ha sido producto de pasiones personales: Carlos Salinas, Roberto Madrazo y Roberto Hernández. Sin ellos, López Obrador quedó reducido a una anécdota política.
Lo que falta es saber el papel del PRD en la ceremonia de protesta de Felipe Calderón como presidente de la república. López Obrador ya declaró su amenaza de impedirla. Pero él no puede hacer nada. Serán los legisladores del PRD los que deban cumplir con esa intimidación de ruptura del orden constitucional o los que protesten ruidosamente pero sin impedir la ceremonia. El PRD se va a jugar su papel como partido profesional y serio o asumirá la condición de comando de choque violento contra las instituciones.
López Obrador, pues, se ha ido quedando aislado. Y para su carácter basado en tener la atención pública, padece lo mismo que una muerte civil.

Por Carlos Ramírez

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