Yo pensaba que difícilmente
podría agravarse la situación
de la ciudad-sin-esperanza de López Obrador,
pero me equivoqué.
Marcelo Ebrard logró en un semestre que la capital esté
en peores condiciones en virtualmente todos los sentidos.
Hoy, la capital del país es más sucia,
más insegura y más agresiva.
Residir fuera de la ciudad en la que nací y he vivido la mayor parte de mi vida me permite apreciar los cambios ocurridos con una perspectiva que resulta imposible cuando uno habita en ella y está inmerso en una cotidianeidad urbana que dificulta apreciar sus transformaciones.
Yo pensaba que difícilmente podría agravarse la situación de la ciudad-sin-esperanza de López Obrador, pero me equivoqué. Marcelo Ebrard logró en un semestre que la capital esté en peores condiciones en virtualmente todos los sentidos. Hoy, la capital del país es más sucia, más insegura y más agresiva.
Es difícil de describir la sensación que me acometió cuando en compañía de dos prominentes profesionales españoles que visitaban México con la intención de hacer negocios, rodearon nuestro vehículo una legión de encuerados miserables en pleno Paseo de la Reforma.
¿Qué explicación les puede dar uno a los forasteros que, atónitos ante tan deprimente espectáculo, preguntan quiénes son los que muestran sus desgracias sin pudor y qué desean? ¿Qué son grupos aliados del alcalde y que por ello pueden violar la ley con absoluta impunidad?
Lo mismo sucede cuando de pronto se coagula el tránsito vehicular porque los “maestros” de la “coordinadora” deciden marchar en una de sus interminables protestas chantajistas y la policía del alcalde los mima y protege en sus desmanes, como si ellos fueran quienes pagan su sueldo y no los ciudadanos.
El lamentable estado del centro histórico, sucio y maloliente, da grima aún en las zonas en las que no está invadido por ambulantes, como la calle de Moneda que es reminiscente de las imágenes de Calcuta, con sus ríos humanos de miseria.
Pude observar cómo los policías de Ebrard cercan las salidas de las zonas en las que se concentran hoteles y restaurantes, como Polanco, y detienen a los vehículos para extorsionarlos con cualquier pretexto: “le falta la última verificación,” “tiene fundida una luz,” y otros por el estilo.
La exigencia de la “mordida” ya ni siquiera guarda las formas de antaño, el “¿y como nos vamos a arreglar?” Ahora es la amenaza tajante, cárcel o dinero, y no cualquier cantidad. Observé y escuché cómo estos asaltantes uniformados le exigían a su víctima que “su ofensa” era de por lo menos quinientos pesos.
Es obvio por la forma en que están organizadas las actividades delincuenciales de la policía de Ebrard, que cuentan con el apoyo y protección de las autoridades superiores, que son sus cómplices y que, por lo tanto, ya ni siquiera tienen que conducir sus fechorías con un mínimo de discreción.
Ebrard mostró su verdadero nivel en el intercambio epistolar de la semana pasada con el secretario del Trabajo. Su incultura, obvia en las faltas de ortografía y sintaxis, y su estulticia jurídica, que evidenció que su complicidad con los chantajistas manifestantes era violatoria de las leyes vigentes.
¡Qué vergüenza, pobre ciudad de México!
Por Manuel Suárez Mier.
Yo pensaba que difícilmente podría agravarse la situación de la ciudad-sin-esperanza de López Obrador, pero me equivoqué. Marcelo Ebrard logró en un semestre que la capital esté en peores condiciones en virtualmente todos los sentidos. Hoy, la capital del país es más sucia, más insegura y más agresiva.
Es difícil de describir la sensación que me acometió cuando en compañía de dos prominentes profesionales españoles que visitaban México con la intención de hacer negocios, rodearon nuestro vehículo una legión de encuerados miserables en pleno Paseo de la Reforma.
¿Qué explicación les puede dar uno a los forasteros que, atónitos ante tan deprimente espectáculo, preguntan quiénes son los que muestran sus desgracias sin pudor y qué desean? ¿Qué son grupos aliados del alcalde y que por ello pueden violar la ley con absoluta impunidad?
Lo mismo sucede cuando de pronto se coagula el tránsito vehicular porque los “maestros” de la “coordinadora” deciden marchar en una de sus interminables protestas chantajistas y la policía del alcalde los mima y protege en sus desmanes, como si ellos fueran quienes pagan su sueldo y no los ciudadanos.
El lamentable estado del centro histórico, sucio y maloliente, da grima aún en las zonas en las que no está invadido por ambulantes, como la calle de Moneda que es reminiscente de las imágenes de Calcuta, con sus ríos humanos de miseria.
Pude observar cómo los policías de Ebrard cercan las salidas de las zonas en las que se concentran hoteles y restaurantes, como Polanco, y detienen a los vehículos para extorsionarlos con cualquier pretexto: “le falta la última verificación,” “tiene fundida una luz,” y otros por el estilo.
La exigencia de la “mordida” ya ni siquiera guarda las formas de antaño, el “¿y como nos vamos a arreglar?” Ahora es la amenaza tajante, cárcel o dinero, y no cualquier cantidad. Observé y escuché cómo estos asaltantes uniformados le exigían a su víctima que “su ofensa” era de por lo menos quinientos pesos.
Es obvio por la forma en que están organizadas las actividades delincuenciales de la policía de Ebrard, que cuentan con el apoyo y protección de las autoridades superiores, que son sus cómplices y que, por lo tanto, ya ni siquiera tienen que conducir sus fechorías con un mínimo de discreción.
Ebrard mostró su verdadero nivel en el intercambio epistolar de la semana pasada con el secretario del Trabajo. Su incultura, obvia en las faltas de ortografía y sintaxis, y su estulticia jurídica, que evidenció que su complicidad con los chantajistas manifestantes era violatoria de las leyes vigentes.
¡Qué vergüenza, pobre ciudad de México!
Por Manuel Suárez Mier.
RLB Punto Politico.
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