CNTE y APPO: DF, comuna ingobernable
Las marchas violentas, los plantones agresivos y
la construcción de viviendas en calles públicas
han llevado a Marcelo Ebrard a la solución de un
dilema básico de su gobierno: o
el cumplimiento de la ley para hacer la ciudad un
poco vivible o la complicidad con
los grupos radicales de López Obrador.
En el fondo, en la ciudad de México se definen las relaciones de poder entre el gobierno perredista que encabeza un ex priísta y la sociedad mayoritaria no perredista que ha sido víctima de las movilizaciones agresivas de los grupos clientelares del PRD y afines.
Los plantones de la CNTE, ahora estimulada por la APPO oaxaqueña que instaló una comuna en el centro histórico de la ciudad de Oaxaca y provocó la intervención de la Policía Federal Preventiva, van a obligar a Ebrard a decidir el perfil de ciudad de México: el problema de fondo no es la represión sino la determinación del jefe de gobierno de aplicar la ley a los pocos para garantizar los derechos de los más.
Lo malo es que Ebrard se encuentra atrapado en su propia telaraña:
1.- Como candidato al gobierno del DF designado por dedazo por López Obrador, Ebrard tuvo una participación activa en la instalación de los campamentos perredistas en el corredor Zócalo-Periférico. Peor aún, Ebrard pudo conseguir la mayor parte de las tiendas de campaña, aunque a la hora decisiva Ebrard vivía en una suite del lujoso hotel Four Seasons. Por tanto, los plantones ya son parte de su naturaleza.
2.- Antes, como operador del gobierno capitalino de Manuel Camacho en el gobierno salinista, Ebrard fue el encargado de entregar a López Obrador portafolios de dinero en efectivo para el levantamiento de plantones del tabasqueño en el zócalo capitalino. Camacho y Ebrard cayeron en el chantaje de López Obrador, aunque justificaron el pago para el “desgaste físico” de los plantonistas. Ahí se oficializó la estrategia de los plantones y campamentos para sacar dinero. Hoy Ebrard, como gobernante, es víctima de su pasado.
3.- Ebrard carece de margen de maniobra porque fue impuesto como candidato por López Obrador y porque su campaña fue una elección de Estado operada por Alejandro Encinas como jefe interino de gobierno. Ebrard aplicó el respeto a la ley cuando desalojó en marzo a appistas en el Senado por la visita de la presidenta chilena Michelle Bachelet, pero fue regañado por López Obrador. La APPO, que se ha asentado en el DF y dirige el plantó en el ISSSTE, fue caracterizada por López Obrador como “una organización ejemplar”. Ebrard no se atreve a aplicarle la ley a la CNTE y a la APPO por temor a los regaños del tabasqueño.
Como jefe de gobierno del DF, Ebrard enfrenta el desafío de aplicar la ley o entregarle la ciudad a grupos que han hecho trizas las leyes. En ambos casos Ebrard estaría enviando mensajes a la delincuencia: usar la ley para garantizarle a la ciudadanía la estabilidad social o decirle a la delincuencia que puede hacer lo que se le pegue en gana. Lo grave de todo es que el jefe de la policía capitalina, el ingeniero Joel Ortega, no parece ser el responsable de la seguridad de la ciudad y de sus habitantes sino que se queda en comisario político perredista.
Las movilizaciones y agresiones violentas de la CNTE y la APPO en la ciudad de México no son expresiones de lucha social sino que representan delitos tipificados por el código penal: rebelión, ataques a la paz pública, sabotaje, motín y sedición --artículos 361 al 365--, todos ellos con castigos de prisión. La protesta social se debe agotar en la expresión de un desacuerdo. Desde una posición de minoría la CNTE y la APPO quieren obligar al gobierno a derogar una ley aprobada por la mayoría en el Congreso. El código penal castiga a quienes precisamente quieran intimar a la autoridad a tomar una decisión. La amenaza de la CNTE y la APPO de plantarse en la ciudad hasta la derogación de la ley del ISSSTE es un delito.
El plantón en las oficinas centrales del ISSSTE en Plaza de la Revolución está, por tanto, definiendo los límites, posibilidades y márgenes de maniobra de Ebrard: o se queda preso en los compromisos rupturistas de López Obrador, el PRD y la CNTE o asume su condición de gobernante de la mayoría de los capitalinos. Más: o se queda como una mala copia del agitador social de López Obrador o asciende a la condición de gobernante. Para Ebrard no habrá términos medios. Hasta ahora la ciudad de México sigue de rehén de las mafias capitalinas perredistas porque su jefe de gobierno no se atreve a asumir su papel de político. Con ese pasivo Ebrard ha comenzado a pensar en la candidatura presidencial para el 2012.
Ebrard no tiene que reprimir. Se trata de gobernar, de aplicar la ley y de acotar los autoritarismos de la izquierda ex priísta y populista. Es decir, de hacer política. Ebrard tiene que decidir quién gobierna la ciudad: él o López Obrador y sus fascios perredistas como camisas rojas tabasqueñas de Garrido Canabal. Así de simple.
Por Carlos Ramírez .
RLB Punto Politico.
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