Es completamente inútil cualquier esfuerzo de razonamiento político sobre las conductas políticas de Andrés Manuel López Obrador. No hay coherencia, no existe un proyecto político. Se trata de fabricar un conflicto violento para capitalización personal de un caudillismo.
La debilidad política del presidente Calderón y el juego priísta de proteger sus propiedades llevó a una reforma energética insuficiente, basada no en la defensa de los intereses nacionales sino en mantener la hegemonía del gobierno sobre el sector energético, pero sin redefinir el papel del Estado en el desarrollo.
Al final, los escenarios de ayer demostraron que López Obrador le apostó al maximalismo tradicional de la izquierda, al todo o nada. Pero en el fondo no había un sentido de defensa de los intereses nacionales sino una estrategia de confrontar al gobierno de Calderón. El objetivo último de López Obrador fue el de impedir cualquier tipo de reforma. Es decir, la confrontación política de López Obrador no fue contra la reforma sino contra el presidente de la república.
De todos modos, la conducta política del tabasqueño quedó disminuida por la decisión de la bancada del PRD en el Senado de obedecer al método democrático minoría/mayoría. Ahí reventó la estrategia de ruptura de López Obrador y quedó aislado en la calle.
El texto de Ortega es ejemplar:
Esto nos lleva a apuntar en el diagrama psicológico del hombre-masa actual dos primeros rasgos: la libre expansión de sus deseos vitales --por lo tanto, de su persona-- y la radical ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia.
Esta sensación de la superioridad ajena sólo podía proporcionársela quien, más fuerte que él, le hubiese obligado a renunciar a un deseo, a reducirse, a contenerse. Así habría aprendido esta esencial disciplina: “Ahí concluyo yo y empieza otro que puede más que yo. En el mundo, por lo visto, hay dos: yo y otro superior a mí.” Al hombre medio de otras épocas le enseñaba cotidianamente su mundo esta elemental sabiduría, porque era un mundo tan toscamente organizado, que las catástrofes eran frecuentes y no había en él nada seguro, abundante ni estable. Pero las nuevas masas se encuentran con un paisaje lleno de posibilidades y, además, seguro, y todo ello presto, a su disposición, sin depender de su previo esfuerzo, como hallamos el sol en lo alto sin que nosotros lo hayamos subido al hombro.
Ningún ser humano agradece a otro el aire que respira, porque el aire no ha sido fabricado por nadie: pertenece al conjunto de lo que «está ahí», de lo que decimos «es natural», porque no falta. Estas masas mimadas son lo bastante poco inteligentes para creer que esa organización material y social, puesta a su disposición como el aire, es de su mismo origen, ya que tampoco falla, al parecer, y es casi tan perfecta como la natural.
Mi tesis es, pues, esta: la perfección misma con que el siglo XIX ha dado una organización a ciertos órdenes de la vida, es origen de que las masas beneficiarias no la consideren como organización, sino como naturaleza. Así se explica y define el absurdo estado de ánimo que esas masas revelan: no les preocupa más que su bienestar, y, al mismo tiempo, son insolidarias de las causas de ese bienestar.
Por Carlos Ramirez.
Post RLB Punto Politico.
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