Justo el día martes en que el columnista Miguel Angel Granados Chapa pronunciaba su discurso en el Senado a favor de una ley de amnistía, criticaba al gobierno por el uso de la fuerza y glorificaba las protestas en las calles, maestros disidentes morelenses, fortalecidos con brigadas de la APPO de Oaxaca y del PRD de López Obrador, atacaban violentamente en el DF y en Tres Marías, Morelos.
Y justo en el momento en que Granados declaraba que “es imprescindible restaurar las bases de la convivencia, del acuerdo en lo fundamental”, los maestros disidentes, apoyados por el PRD de López Obrador, se negaban a cualquier negociación y pasaban a la insurrección popular violenta contra las instituciones para imponer la defensa de sus intereses.
El discurso de Granados no fue sino una muestra de lo que Hans Magnus Enzensberger califica --en su ensayo Perspectivas de guerra civil-- de lumpenintelectuales, es decir, pensadores que se dedican a glorificar la violencia de los grupos sin identidad de clase, casi siempre lumpen, a justificar la protesta violenta e irracional, en aras de una supuesta ideología o posición política. Los lumpenintelectuales han sido responsables de la quiebra social de Oaxaca y de la legitimación de López Obrador como presidente para-lelo. Ya no se trata de construir y regularizar una oposición o de fortalecer la disidencia, sino de justificar la insurrección violenta contra las instituciones.
Las tesis de los lumpenintelectuales han buscado utilizar la reflexión analítica para dotar de coartadas a la insurrección. Mañosa y tramposamente, Granados equiparó la protesta ciudadana, ordenada y apasionada, contra la inseguridad con el “movimiento social semejante (…) en torno a la reforma petrolera que necesita nuestro país”. Pero hay diferencias que muestran la afirmación de Granados como un insulto a la inteligencia: la protesta contra la inseguridad fue de expresión ordenada, en tanto que las huestes de López Obrador dan clases de insurrección violenta para paralizar la ciudad, los aeropuertos, las oficinas y los puentes internacionales, atacar a la policía, si la mayoría de legisladores decide aprobar una reforma energética. Es decir, la violencia para imponer la decisión de la minoría.
Granados pecó de manipulación política al equiparar de semejantes los movimientos en las calles. Apenas dos días después de su discurso, en la Secretaría de Gobernación, maestros de la CNTE no sólo protestaron contra el acuerdo por la calidad educativa que firmaron los titulares legales del contrato colectivo, sino que atacaron con violencia a los granaderos, mandaron a varios al hospital y luego clamaron represión y violación de los derechos humanos.
Y en los lumpenintelectuales no ha habido una sola línea, o una sola palabra, de crítica contra los excesos de violencia callejera. Al contrario, hay una glorificación de la violencia callejera anárquica que se impone sobre los espacios institucionales. La tesis de Granados se ajusta a las de Enzensberger: el columnista dijo en el Senado que la tarea legislativa “se alimenta” con la movilización de los ciudadanos, “que ya se pronunciaron en general en las urnas, pero que pueden y quieren expresarse también en la calle, (…) en procura de solución a sus problemas para acuciar legítimamente a sus legítimos representantes”. Pero hay un hecho: la calle quiere romper el equilibrio de las urnas; las minorías quieren mandar sobre las mayorías usando la violencia callejera.
Las fotografías de los diarios del viernes ilustraron el razonamiento intelectual de Granados: maestros furiosos, irracionales, atacando a granaderos en Gobernación e hiriendo a varios de ellos, ciudadanos y maestros en Tres Marías extrayendo del control del Estado una parte del territorio y combatiendo con violencia, a sangre y fuego, a policías que querían recuperar el territorio para restaurar las garantías constitucionales abolidas por la violencia social anárquica.
La calle ha servido para la protesta ordenada contra la inseguridad pero también para la insurrección violenta de los maestros y del gobierno para-lelo de López Obrador con su amenaza de convocar a una movilización callejera para “paralizar a la nación” si la mayoría legislativa aprueba una reforma energética. Ahí está como ejemplo el plantón del 2006 de López Obrador porque las elecciones no le dieron el triunfo. Muñoz Ledo ya lo definió: se trata de derrocar al presidente constitucional.
El discurso de Granados cayó en el escenario descrito por Enzensberger para definir a los lumpenintelectuales que defienden la violencia callejera en nombre del contexto:
“Quienes se erigen en tutores de las ovejas descarriadas, las exculpan con desmesurada benevolencia de toda responsabilidad por sus actos violentos. La culpa jamás la tiene el criminal, siempre el entorno: el hogar paterno, la sociedad, el consumismo, los medios audiovisuales, los malos ejemplos”. “Según ellos, el enemigo principal ya no son los centros del capitalismo sino aquellos gánsteres políticos que desde hace años arruinan sistemáticamente sus respectivos países”.
Estas afirmaciones las califica Enzensberger de “mamarrachada política”. Pero son una coartada de la violencia que disuelve a la sociedad y a la democracia.
Por Carlos Ramirez.
Post RLB Punto Politico.
Las tesis de los lumpenintelectuales han buscado utilizar la reflexión analítica para dotar de coartadas a la insurrección. Mañosa y tramposamente, Granados equiparó la protesta ciudadana, ordenada y apasionada, contra la inseguridad con el “movimiento social semejante (…) en torno a la reforma petrolera que necesita nuestro país”. Pero hay diferencias que muestran la afirmación de Granados como un insulto a la inteligencia: la protesta contra la inseguridad fue de expresión ordenada, en tanto que las huestes de López Obrador dan clases de insurrección violenta para paralizar la ciudad, los aeropuertos, las oficinas y los puentes internacionales, atacar a la policía, si la mayoría de legisladores decide aprobar una reforma energética. Es decir, la violencia para imponer la decisión de la minoría.
Granados pecó de manipulación política al equiparar de semejantes los movimientos en las calles. Apenas dos días después de su discurso, en la Secretaría de Gobernación, maestros de la CNTE no sólo protestaron contra el acuerdo por la calidad educativa que firmaron los titulares legales del contrato colectivo, sino que atacaron con violencia a los granaderos, mandaron a varios al hospital y luego clamaron represión y violación de los derechos humanos.
Y en los lumpenintelectuales no ha habido una sola línea, o una sola palabra, de crítica contra los excesos de violencia callejera. Al contrario, hay una glorificación de la violencia callejera anárquica que se impone sobre los espacios institucionales. La tesis de Granados se ajusta a las de Enzensberger: el columnista dijo en el Senado que la tarea legislativa “se alimenta” con la movilización de los ciudadanos, “que ya se pronunciaron en general en las urnas, pero que pueden y quieren expresarse también en la calle, (…) en procura de solución a sus problemas para acuciar legítimamente a sus legítimos representantes”. Pero hay un hecho: la calle quiere romper el equilibrio de las urnas; las minorías quieren mandar sobre las mayorías usando la violencia callejera.
Las fotografías de los diarios del viernes ilustraron el razonamiento intelectual de Granados: maestros furiosos, irracionales, atacando a granaderos en Gobernación e hiriendo a varios de ellos, ciudadanos y maestros en Tres Marías extrayendo del control del Estado una parte del territorio y combatiendo con violencia, a sangre y fuego, a policías que querían recuperar el territorio para restaurar las garantías constitucionales abolidas por la violencia social anárquica.
La calle ha servido para la protesta ordenada contra la inseguridad pero también para la insurrección violenta de los maestros y del gobierno para-lelo de López Obrador con su amenaza de convocar a una movilización callejera para “paralizar a la nación” si la mayoría legislativa aprueba una reforma energética. Ahí está como ejemplo el plantón del 2006 de López Obrador porque las elecciones no le dieron el triunfo. Muñoz Ledo ya lo definió: se trata de derrocar al presidente constitucional.
El discurso de Granados cayó en el escenario descrito por Enzensberger para definir a los lumpenintelectuales que defienden la violencia callejera en nombre del contexto:
“Quienes se erigen en tutores de las ovejas descarriadas, las exculpan con desmesurada benevolencia de toda responsabilidad por sus actos violentos. La culpa jamás la tiene el criminal, siempre el entorno: el hogar paterno, la sociedad, el consumismo, los medios audiovisuales, los malos ejemplos”. “Según ellos, el enemigo principal ya no son los centros del capitalismo sino aquellos gánsteres políticos que desde hace años arruinan sistemáticamente sus respectivos países”.
Estas afirmaciones las califica Enzensberger de “mamarrachada política”. Pero son una coartada de la violencia que disuelve a la sociedad y a la democracia.
Por Carlos Ramirez.
Post RLB Punto Politico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario