PRD: fuera de reformas de la transición
Más que el futuro presupuestal del país,
la posición del PRD de López Obrador ha revelado
los comportamientos autoritarios del principal partido de oposición.
En el fondo no quiere discutir ni negociar la reforma hacendaria,
sino imponer su propia propuesta desde el 30% de su base electoral.
La estrategia perredista no sólo es mezquina sino intolerante. A riesgo de presentar una imagen de despotismo minoritario, López Obrador ha sacado al PRD de la mesa de negociaciones sólo para demostrar la alianza del PAN con el PRI aunque a la larga ello no le signifique un reposicionamiento electoral. La tendencia al auto aislamiento del perredismo ha sido siempre uno de los defectos históricos de la izquierda que exhibe y adelanta, adicionalmente, los estilos excluyentes de gobernar.
El diseño de la propuesta de reforma hacendaria del gobierno de Calderón dejaba algunos espacios para negociar con las dos oposiciones, el PRI y el PAN. El defecto original de la iniciativa radicaba en un hecho inocultable: ninguna fuerza tiene más de un tercio de la votación. Por tanto, la iniciativa es apenas un tanteo de negociación para esperar el reacomodo electoral del 2009.
Y ahí es justamente donde el PRD de López Obrador --a un año de la derrota presidencial del 2006 pero de su extraordinario repunte legislativo-- ha cometido uno de sus peores errores políticos: desde la minoría, enviarle mensajes a la sociedad de que el perredismo es incapaz de convivir en la pluralidad, que el PRD quiere imponer decisiones y que no tiene ninguna razón para negociar propuestas plurales.
En este contexto, el PRD de López Obrador sigue definiendo su perfil como partido intolerante, autoritario, absolutista, caudillista y antidemocrático. Y con ello, excluyente y promotor del autoaislamiento.
Del lado contrario, el PRD lopezobradorista ha exigido que el PAN y el PRI hagan a un lado la iniciativa presidencial y se sienten a negociar exclusivamente la propuesta perredista. Si no lo hacen, entonces legisladores perredistas emprenderán una campaña de acusaciones contra los demás partidos.
Lo malo es que el PRD tampoco quiere negociar su iniciativa sino que la mayoría de legisladores la aprueben sin modificar ni una coma. De ahí que el PRD se haya metido a sí mismo en una trampa política y antidialéctica: designó a López Obrador como “presidente legítimo” pero sus iniciativas carecen de fuerza para discutirse en el Congreso.
En este contexto, López Obrador está llevando al PRD hacia una ruptura institucional de largo plazo, sin haber aprendido la lección de reformas anteriores. En la ley del ISSSTE, por ejemplo, el PRD se negó a cualquier negociación para introducirle algunas mejoras y la iniciativa pasó con el voto del PAN y del PRI. Al PRD no le quedó otro camino que la confrontación violenta y autoritaria en las calles para abrogar una ley que no supo corregir en el debate legislativo.
El diseño de la propuesta de reforma hacendaria del gobierno de Calderón dejaba algunos espacios para negociar con las dos oposiciones, el PRI y el PAN. El defecto original de la iniciativa radicaba en un hecho inocultable: ninguna fuerza tiene más de un tercio de la votación. Por tanto, la iniciativa es apenas un tanteo de negociación para esperar el reacomodo electoral del 2009.
Y ahí es justamente donde el PRD de López Obrador --a un año de la derrota presidencial del 2006 pero de su extraordinario repunte legislativo-- ha cometido uno de sus peores errores políticos: desde la minoría, enviarle mensajes a la sociedad de que el perredismo es incapaz de convivir en la pluralidad, que el PRD quiere imponer decisiones y que no tiene ninguna razón para negociar propuestas plurales.
En este contexto, el PRD de López Obrador sigue definiendo su perfil como partido intolerante, autoritario, absolutista, caudillista y antidemocrático. Y con ello, excluyente y promotor del autoaislamiento.
Del lado contrario, el PRD lopezobradorista ha exigido que el PAN y el PRI hagan a un lado la iniciativa presidencial y se sienten a negociar exclusivamente la propuesta perredista. Si no lo hacen, entonces legisladores perredistas emprenderán una campaña de acusaciones contra los demás partidos.
Lo malo es que el PRD tampoco quiere negociar su iniciativa sino que la mayoría de legisladores la aprueben sin modificar ni una coma. De ahí que el PRD se haya metido a sí mismo en una trampa política y antidialéctica: designó a López Obrador como “presidente legítimo” pero sus iniciativas carecen de fuerza para discutirse en el Congreso.
En este contexto, López Obrador está llevando al PRD hacia una ruptura institucional de largo plazo, sin haber aprendido la lección de reformas anteriores. En la ley del ISSSTE, por ejemplo, el PRD se negó a cualquier negociación para introducirle algunas mejoras y la iniciativa pasó con el voto del PAN y del PRI. Al PRD no le quedó otro camino que la confrontación violenta y autoritaria en las calles para abrogar una ley que no supo corregir en el debate legislativo.
Los legisladores del Frente Amplio Progresista han sido acotados por la línea rupturista de López Obrador, la misma que ya fracasó en el plantón del Zócalo y que no pudo impedir la toma de posesión de Felipe Calderón. Al mismo tiempo que decían que iban a tener que negociar con la iniciativa de Calderón en el Congreso, muchos de los legisladores del FAP fueron obligados a firmar la iniciativa de reforma hacendaria de López Obrador. Y al final ni aprobarán la iniciativa lopezobradorista ni podrán introducirle correcciones a la iniciativa de Calderón.
El resentimiento de López Obrador contra el sistema político por su derrota ha colocado al PRD en una posición incómoda de aislamiento y de autoritarismo. Como Luis XIV en el siglo XVIII, López Obrador es el ejemplo más acabado del modelo dictatorial: “el Estado soy yo”. Desde una posición de minoría de menos de un tercio, López Obrador y el PRD no sólo quieren gobernar la república con sus propuestas que no ganaron las elecciones sino que también quieren marginar a los demás partidos políticos.
Lo malo para el PRD es que está prefigurando su estilo de gobernar. Ya se vieron muchos indicios en la gestión autoritaria de López Obrador en el gobierno del DF y en los primeros meses de Marcelo Ebrard en la jefatura capitalina: el ejercicio del poder sin reconocer los contrapesos institucionales y un discurso político de condena a todo lo que no sea perredismo. En el gobierno de la república, el PRD sería un partido dictatorial. Y con mayor intensidad si niega el peso específico de las demás fuerzas políticas. López Obrador y el PRD han dado muestras más que suficientes que no son demócratas sino con tendencias totalitarias. Su modelo político es el estilo de Hugo Chávez: llegar al poder por la vía democrática y luego destruir las instituciones democráticas.
Los que están pagando las facturas de la intolerancia de López Obrador son los legisladores perredistas porque han perdido oportunidades extraordinarias para influir en las decisiones. Y han dejado el pésimo mensaje de que no responden a las necesidades de sus electores sino que están dominados por las obsesiones de poder del jefe máximo López Obrador.
Por Carlos Ramírez.
RLB Punto Politico.
El resentimiento de López Obrador contra el sistema político por su derrota ha colocado al PRD en una posición incómoda de aislamiento y de autoritarismo. Como Luis XIV en el siglo XVIII, López Obrador es el ejemplo más acabado del modelo dictatorial: “el Estado soy yo”. Desde una posición de minoría de menos de un tercio, López Obrador y el PRD no sólo quieren gobernar la república con sus propuestas que no ganaron las elecciones sino que también quieren marginar a los demás partidos políticos.
Lo malo para el PRD es que está prefigurando su estilo de gobernar. Ya se vieron muchos indicios en la gestión autoritaria de López Obrador en el gobierno del DF y en los primeros meses de Marcelo Ebrard en la jefatura capitalina: el ejercicio del poder sin reconocer los contrapesos institucionales y un discurso político de condena a todo lo que no sea perredismo. En el gobierno de la república, el PRD sería un partido dictatorial. Y con mayor intensidad si niega el peso específico de las demás fuerzas políticas. López Obrador y el PRD han dado muestras más que suficientes que no son demócratas sino con tendencias totalitarias. Su modelo político es el estilo de Hugo Chávez: llegar al poder por la vía democrática y luego destruir las instituciones democráticas.
Los que están pagando las facturas de la intolerancia de López Obrador son los legisladores perredistas porque han perdido oportunidades extraordinarias para influir en las decisiones. Y han dejado el pésimo mensaje de que no responden a las necesidades de sus electores sino que están dominados por las obsesiones de poder del jefe máximo López Obrador.
Por Carlos Ramírez.
RLB Punto Politico.
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