Cuando aceptó venir a México a bendecir revolucionariamente la toma de posesión de Carlos Salinas, los entonces futuros perredistas le enviaron a Fidel Castro el mensaje de “comes y te vas”. Pero Castro se convirtió en el factor político priísta fundamental para instalar a Salinas en Los Pinos.
Por tanto, legisladores priístas y perredistas están analizando hoy el caso Cuba-México en función de los intereses del viejo régimen tricolor: Cuba es la revolución cubana y Fidel Castro sería el último héroe ideológico vivo después de la caída del Muro de Berlín; y ambos son un contrapunto para negociar con Washington.
Sin embargo, la alternancia mexicana llevó a cancelar ese expediente y a abrir uno nuevo basado en la doctrina Jorge G. Castañeda: relaciones con el Estado cubano y ya no con la revolución cubana.
La interparlamentaria México-Cuba en La Habana fue un fracaso para la delegación mexicana. La alianza de senadores y diputados priístas y perredistas quisieron ponerse la medallita de la restauración de relaciones diplomáticas dañadas por las torpezas de Vicente Fox.
Sin embargo, se toparon con una delegación cubana más que dogmática. Cuba ha querido arrodillar al México gobernado por el PAN. Al final, el comunicado de la reunión fue tan confuso como la mente estratégica del anciano dictador Fidel Castro.
Los mexicanos parecieron verse en Cuba en un espejo de su pasado: la Asamblea Nacional del Poder Popular no es un poder legislativo sino un organismo pelele del dictador Fidel Castro, igual a como era el congreso mexicano en los tiempos priístas que vivieron muchos de los ahora legisladores independientes del ejecutivo federal.
En La Habana percibieron que, con la pena, Cuba es una dictadura que se mueve a las órdenes de un sólo hombre que agrupa en su puño represor a los poderes legislativo y judicial, que ha prohibido los partidos políticos y la prensa y televisión autónoma y que su máximo logro social es la igualdad de la pobreza.
Las relaciones de México con la revolución cubana ha sido una diplomacia con un tótem. Pero se trata del mismo Fidel Castro que alentó la guerrilla en México en los sesenta, setenta y ochenta pero que le dio trato de jefe de Estado a Fernando Gutiérrez Barrios, el responsable de la política de represión contra la izquierda disidente en el largo periodo 1956-1985. Y todo porque Gutiérrez Barrios impidió que la policía política mexicana que torturaba a disidentes mexicanos le hiciera lo mismo a Castro, Raúl y el Che cuando fueron aprehendidos en México antes de viajar en el Granma.
Las relaciones de México con la revolución cubana ha sido una diplomacia con un tótem. Pero se trata del mismo Fidel Castro que alentó la guerrilla en México en los sesenta, setenta y ochenta pero que le dio trato de jefe de Estado a Fernando Gutiérrez Barrios, el responsable de la política de represión contra la izquierda disidente en el largo periodo 1956-1985. Y todo porque Gutiérrez Barrios impidió que la policía política mexicana que torturaba a disidentes mexicanos le hiciera lo mismo a Castro, Raúl y el Che cuando fueron aprehendidos en México antes de viajar en el Granma.
El catálogo de agradecimientos de Castro es bastante extraño: bendijo a Salinas y le levantó una estatua a Gutiérrez Barrios. Y le da mucha cuerda a los perredistas al grado de maniobrar para poner a Andrés Manuel López Obrador como presidente de la república y manejarlo como a Hugo Chávez. Por tanto, Castro y Cuba ya no son las relaciones sentimentales de la política del pasado, sino una muestra de la maldad de la política.
En la votación de la OEA para expulsar a Cuba en los sesenta, México votó en contra pero no por simpatía sino porque los estatutos de la organización carecían del castigo por la ideología marxista-leninista. México dijo entonces que si se agregaba esa causal, votaría por la expulsión de Cuba.
México mantuvo la relación con Cuba pero la Federal de Seguridad instaló un severo aparato de espionaje en el aeropuerto para fichar a todos los que viajaban a la isla. Pero como entonces la relación de Castro con Gutiérrez Barrios era de jefes de Estado, nada dijo La Habana para condenar esa represión.
La delegación mexicana a la interparlamentaria con Cuba perdió ya interés en la isla. Y la razón no es otra que la previsible: es imposible hacer política con un anciano dictador ahora en funciones de columnista político del Granma y recluido en su habitación de enfermo rumiando su pasado, bastante como el dictador de El otoño del Patriarca de García Márquez.
Fidel sólo sueña con vivir un par de años más para cumplir cincuenta años como dictador.
Su objetivo no es la Historia sino el récord Guiness.
Los asistentes supusieron que podría traer a México una foto con el decrépito Castro, pero a éste nunca le interesó negociar con legisladores, acostumbrados a tratar como títeres a sus propios congresistas porque no se ha dado cuenta que México ha avanzado en democracia y Cuba se ha quedado como una isla de un dictador.
La realidad es que Fidel Castro ya perdió su enfoque estratégico y sólo se mueve por resentimientos. No le importa reanudar las relaciones diplomáticas con México porque no le sirve de nada un México democrático.
La realidad es que Fidel Castro ya perdió su enfoque estratégico y sólo se mueve por resentimientos. No le importa reanudar las relaciones diplomáticas con México porque no le sirve de nada un México democrático.
Le interesaba y por eso avaló a Salinas y no a Cuauhtémoc Cárdenas un México con dictadura priísta para oponerlo como distracción a los Estados Unidos. Un México democrático es inservible para Cuba.
Los legisladores priístas y perredistas lo confirmaron en su visita a Cuba.
Por eso las expectativas mexicanas se diluyeron. Cuba ya no es turismo revolucionario sino espejo deprimente de las dictaduras represivas militares.
La interparlamentaria fue un fracaso porque las relaciones diplomáticas son entre Estados, no entre personas. Y todo porque el PRI y el PRD querían de nuevo meter a Fidel en la política mexicana, como en los tiempos priístas. Pero para México Fidel ya pasó a la historia.
La interparlamentaria fue un fracaso porque las relaciones diplomáticas son entre Estados, no entre personas. Y todo porque el PRI y el PRD querían de nuevo meter a Fidel en la política mexicana, como en los tiempos priístas. Pero para México Fidel ya pasó a la historia.
Por Carlos Ramírez .
por RLB Punto Politico.
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