domingo, 20 de agosto de 2006

Diez mandamientos, tres misterios y un corolario

por Jaime Sánchez Susarrey
Comencemos, pues, por los mandamientos que rigen la acción política de López Obrador

1. Buscarás el poder por encima de todas las cosas. Ese es el fin supremo de la política. Sin poder no se puede hacer nada. El poder lo es todo. Lo demás son fantasías. La política no es brega de eternidades ni una fórmula de cultura y educación. La política se ordena por y para el poder. Sólo desde el poder se puede transformar la realidad. Sólo desde el poder se puede servir al pueblo.

2. No tendrás ni esperarás lealtad alguna. El hombre es el lobo del hombre. No hay que confiar en nada ni nadie que no sean las masas organizadas. La lealtad es un valor pequeño burgués. En la lucha por el poder todo se vale. Sólo hay amigos y enemigos. Pero esa categoría es política, no humana. La política es fría. No admite sentimentalismos. Quien quiera jugar al amor y a la paz que se dedique a otra cosa. La política linda con la guerra y en ocasiones se transforma en ella.

3. Jamás tocarás el presupuesto en tu propio beneficio. El dinero corrompe y la búsqueda del dinero corrompe absolutamente. La fuerza de un político rico es superior a la de un político pobre que, como repetía Hank González, termina por transformarse en un pobre político. Pero frente a ellos, la honestidad y la perseverancia son virtudes teologales. Desde ahí se puede predicar con el ejemplo y atacar a todos aquellos que han flaqueado. El dinero, en ese sentido, es del diablo y hay que conjurarlo.

4. Las alianzas son indispensables. Sin ellas no hay fuerza ni capacidad de impulsar un proyecto. En ese mundo todo se vale. No importa el talante ni la perversidad del aliado potencial. Si sirve a la causa hay que sumarlo. Toda alianza tiene un costo y un beneficio. El costo supone cerrar los ojos y tolerar lo que en otras condiciones sería inadmisible. La clave no está, en consecuencia, en condenar y tratar de enmendar a los aliados (llámense Padierna o Bejarano), sino en ponerlos al servicio de una causa justa y noble.

5. El dinero ciertamente no es un fin, pero es un medio indispensable. Sin dinero nada puede hacerse. Sin embargo, y por lo mismo, no hay que involucrarse jamás en las actividades que generan esos recursos. Eso es parte de la división del trabajo. La labor del líder no es vigilar a quienes trabajan en los sótanos de la política; no, su labor consiste en utilizar esos servicios para financiar las actividades y las campañas. Ojos que no ven, corazón que no siente. Es mejor no saber nada en concreto, aunque todo se intuya y se tolere (Ponce).

6. La mentira y la simulación no son un defecto, son parte natural y fundamental de la práctica política. Jamás digas la verdad si eso te compromete o te debilita. Miente tanto como sea necesario y jamás reconozcas que mentiste. Vaya, niega incluso que en algún momento hayas pensado en mentir. O para decirlo de otra manera, la mentira y la simulación son pecados veniales que se perdonan con un padre nuestro y una avemaría.

7. Hay que respetar los principios y los objetivos, pero no hasta el punto de poner en cuestión al proyecto. Se debe encontrar un equilibrio entre los objetivos y las condiciones reales. La máxima de que el fin justifica los medios sigue teniendo vigencia. La política es una actividad de hombres concretos, no de ángeles. Por eso hay que adaptarla siempre. De ahí la frase de Benito Juárez: a los amigos justicia y gracia, a los enemigos justicia a secas.
8. La justicia y la ley no son la misma cosa. Hay un sinnúmero de leyes legales, valga la redundancia, que no son justas. No hay que confundir jamás estos ámbitos. Siempre que haya un choque entre lo que es justo y lo que es legal hay que optar por lo primero. Por eso se puede hablar de leyes humanas del pueblo. La resistencia frente a un orden legal injusto puede y debe ser múltiple. Lo fundamental está en que prevalezca la justicia. No importa que para ello se violente o se debilite el orden legal. La formalidad burguesa protege siempre a los más ricos y poderosos.

9. La economía debe estar siempre al servicio de la política. Lo otro es neoliberalismo puro. Los equilibrios macroeconómicos son deseables, pero no al grado de sacrificar a los trabajadores y a las familias. No importa, en ese sentido, cuál sea el costo que se tenga que pagar. Ese y no otro es el punto de partida de una economía humanista. Y eso es lo que la gente quiere. De nada sirve espantarla con el petate de la inflación y la devaluación.

10. Nunca se debe ceder. En la negociación hay que subir siempre la apuesta. El más osado es el que siempre gana. Hay que eliminar los titubeos. Y lo mismo se aplica a la división de poderes. Se trata de un formalismo burgués. El poder que encarna la voluntad del pueblo es el Ejecutivo. De ahí su preeminencia. Sin un protagonismo presidencial no hay acción ni posibilidad de justicia; amén de que el presidente de la República es electo directamente por la mayoría de la población. La división de poderes debe respetarse, pero no hasta la ignominia.


Pasemos, ahora, a los tres misterios que explican la popularidad y el carisma de López Obrador.
El primero de ellos es de orden mesiánico. AMLO está convencido de que tiene una misión y que está predestinado a ser presidente de la República para redimir a los más pobres y explotados. Esto no es pose ni retórica, es una convicción profunda.
El segundo se refiere a su formación: su militancia en el PRI lo forjó como un hombre frío y calculador que no se detiene ante nada ni ante nadie. El tercero atañe a su capacidad intelectual: AMLO no es un hombre de ideas ni de conceptos. Su visión del mundo es maniquea y muy simplista. Los buenos de un lado y los malos del otro. De ahí que su mensaje sea muy simple, pero que al mismo tiempo resulte creíble. Y ahora el corolario: nada le pega y todo se le resbala. Se trata de un verdadero efecto teflón. No importa lo que se diga o le que se le compruebe, la gente que le tiene fe lo sigue viendo como un hombre honrado y honesto. Lo notable, sin embargo, no es eso. Lo notable es que el efecto se está multiplicando y de ganar la Presidencia de la República se potenciará aún más. En el extremo opuesto, y por razones obvias, quienes no le tienen fe sólo perciben al inquisidor que blandiendo un antorcha pretende purificar la vida pública quemando a los herejes. Y, ciertamente, no les falta razón. Porque cuando un iluminado tiene una misión en la tierra no descansa hasta cumplirla. Y AMLO está apenas iniciando su camino.

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