Ajustado a los perfiles de las clases dominantes en el desarrollo histórico del país, Carlos Slim Helú se ha colocado por méritos propios como el prototipo del empresario en una etapa de cambio político del país: proviene del viejo esquema de la complicidad con las clases políticas gobernantes, pero se ofrece como la personalidad del sistema que deberá nacer de la alternancia partidista en la presidencia de la república.
Si algún parecido quisiera encontrársele, sin duda que la contracara de Slim es Carlos Hank González: el empresario ha usado el poder económico de la empresa privada para incursionar exitosamente en la política y el político usó sus cargos públicos para construir un impresionante imperio económico y empresarial. Los dos forman parte de las estructuras de dominación del viejo sistema priísta.
Slim y Hank, por cierto, han tenido que cruzar las coordenadas del sistema político priísta, esa telaraña donde han quedado atrapadas cual mosquitos las aspiraciones de la política democrática y las exigencias para una estructura empresarial de competencia abierta.
Los dos, asimismo, han sido beneficiarios del viejo sistema presidencialista creado por el PRI, ese presidencialismo que pareció trascender la derrota del 2 de julio: los poderes y riquezas de Slim y Hank, a contrapelo de sus deseos, han sido dones concedidos por los presidentes de la república en turno.
Así, sus carreras exitosas no han sido tales sino resplandores de la estrella imperial del instante presidencialista. Sin un modelo de recambio, el gobierno panista de Vicente Fox no pudo crear un nuevo sistema político ni su correlativo sistema económico, empresarial y productivo. Y ha caído en los territorios de los Slim, los Claudio X. y los Roberto Hernández.
Ha querido el interés periodístico que los dos personajes prototípicos, Hank y Slim, hayan sido biografiados por la investigación profesional de José Martínez Mendoza. Hace tres años el periodista Martínez publicó el libro Las enseñanzas del profesor, en cuyas páginas se abordó uno de los mitos del sistema político priísta: la carrera profesional, política y empresarial de un humilde profesor rural hasta las cumbres del poder político, convirtiéndose en el político más rico de la república o en el empresario más político, pasando ciertamente por los lados oscuros del poder priísta en México, lo mismo la corrupción que las relaciones perversas de poder con el narcotráfico y la represión.
Ahora Martínez Mendoza nos entrega la biografía no autorizada de Carlos Slim Helú, un empresario exitoso que empezó desde niño su tarea emprendedora hasta convertirse, al comenzar el Siglo XXI, en el más rico de la república.
Slim ha querido construir un mito alrededor de su personalidad. Polémico nato, no rehuye la confrontación y a veces hasta la busca. En sus conversaciones privadas siempre tiene sobre su mesa, al alcance de la mano, su primera libreta de ahorro de la niñez para demostrar orígenes humildes. Frugal en sus gustos, ofrece de comer a sus invitados comidas sin excesos, aunque peca de populista porque nunca faltan en su mesa los platones de la comida de Sanborns con sus frijoles acedos.
Por las páginas de este libro se va destejiendo, en la labor periodística de la Penélope -personaje clave de la mitología griega que fijó la posibilidad del matrimonio hasta terminar el tejido de una tela que descosía en las noches los que cosía en el día-, la verdadera historia de Slim.
La labor de investigación periodística de Martínez Mendoza va deshaciendo lo que Slim quisiera tejer como un quilt de parches del cruce de dos historias: en una coordenada, el esfuerzo emprendedor de un empresario exitoso que logró encontrar las claves para hacer negocios dentro del sistema político priísta; de otra coordenada, la capacidad de un empresario exitoso para meterse hasta el fondo de las redes de poder de la política priísta para construir un verdadero imperio empresarial.
Los datos que acumula la investigación de Martínez Mendoza han estado a la vista de todos, pero nadie había tenido el interés por ordenarlos y entretejerlos. Hay, asimismo, datos reveladores que se habían mantenido ocultos, como el papel activo de Julián Slim Helú como comandante de la temida Dirección Federal de Seguridad de la Secretaría de Gobernación en los años setenta de la guerra sucia del sistema priísta contra la disidencia de izquierda.
Por tanto, Martínez Mendoza aporta elementos para indagar la presunta participación de Julián en la represión criminal contra los grupos juveniles que tomaron el camino de la guerrilla para protestar contra el sistema priísta. Habrá que profundizar esas pistas para saber si Julián formó parte de las brigadas que desaparecieron físicamente a mexicanos que encontraron en la vía armada y violenta el único camino para conseguir el cambio político nacional.
El poder económico y político de Carlos Slim Helú había sido hábilmente utilizado para mantenerse alejado de las luces del escenario. Pero también ha influido la capacidad de Slim para saber utilizar los resortes políticos como mecanismo de presión.
Cuando Carlos Salinas había dejado el poder, el entonces disidente Demetrio Sodi de la Tijera -después afiliado al PRD- escribió un texto bastante crítico contra los privilegios de Slim en la polémica privatización de la empresa pública Teléfonos de México, pero las redes de poder periodístico de Slim funcionaron: el entonces director de La Jornada, Carlos Payán Velver, se negó a publicar ese artículo y propició una reunión de Slim con Sodi. Payán derivó después en senador perredista y empresario televisivo al asociarse en la empresa Argos propiedad de Slim quedando meramente como su empleado.
Carlos Slim Helú ha sabido escoger con habilidad los espacios de expansión. Hasta finales del Siglo pasado, los empresarios poderosos habían evitado caer en el síndrome Azcárraga: la inversión en medios de comunicación como parte de un consorcio empresarial. Los casos de Azcárraga, O´Farrill y Alarcón -Televisa, Novedades y El Heraldo de México- obedecieron a una lógica circunstancial que convirtió a los medios de comunicación en los negocios centrales de consorcios. Slim se perfila como el Ciudadano Kane de la comunicación en México porque sus inversiones abarcan -como inversionista directo o como el primer anunciante- todos los medios: cine, radio, televisión, prensa escrita e internet.
Le interesan los medios para evitar la crítica. Por ejemplo, como socio inversionista de la película Todo el poder, operadores de Carlos Slim trataron de censurar la escena de la película donde aparecía un asaltante con una máscara de Carlos Salinas. En un importante diario, Slim negoció pago adelantado de un año de publicidad pero a cambio de callar todas las críticas contra Slim y Telmex.
Al arrancar el nuevo gobierno foxista -el primero de alternancia luego de 71 años de reinado priísta-, Slim ha aparecido en las versiones que señalan que estaría trabajando en la posibilidad de un diario de circulación nacional con dos importantes grupos periodísticos: el del perredista Carlos Payán Velver y el de Julio Scherer García. Y no se descarta que pudiera hacer un segundo intento con el escritor salinista Héctor Aguilar Camín y el político español Felipe González. Sus motivaciones, ha deslizado, son la de contribuir a crear un medio para la transición como lo fue El País en España. Sin embargo, Slim ha comprendido el poder político de los medios de comunicación.
Lo curioso ha sido el estilo personal de hacer política de Carlos Slim Helú. Como Carlos Hank González, Slim ha sabido darle una utilidad práctica al dinero y a su capacidad de seducción. La revista Proceso de Scherer, por ejemplo, había sido una publicación consistentemente crítica de la privatización de Teléfonos de México, al grado de que su director Rafael Rodríguez Castañeda escribió en 1995 Operación Telmex un libro bastante crítico contra Slim. Paciente, Slim utilizó la publicidad para acercarse a Proceso y luego echó mano de su encanto personal para convencer a Proceso de su inocencia. Y ha habido ya algunas pláticas serias para explorar la posibilidad de que Proceso se asocie con Slim para un diario o para que, del brazo de Slim, Proceso pueda tener un programa de televisión en la cerradísima cadena de Televisa de Azcárraga, de la que Slim es socio.
Los encantos de Slim son míticos. La acuciosa investigación de Martínez Mendoza ofrece los numerosos rounds de Slim contra los severos críticos de su compra de Telmex: Cuauhtémoc Cárdenas y el PRD, por ejemplo. El libro de Martínez incluye las demandas de Cárdenas y el PRD contra Slim en la Procuraduría General de la República y en la Cámara de Diputados por complicidades de poder en la compra de empresas propiedad de la nación. Y se encuentra también una severa respuesta de Slim a la demanda de Cárdenas y a su afirmación de, si llegaba a la presidencia, investigaría las relaciones perversas de Slim con Salinas en torno a Telmex:
-Eso es una pendejada de las muchas que dice ese señor. Es ser ignorante y además no reconocerlo.
A la vuelta de los años, Slim se ha convertido en el mejor amigo del PRD. Como empresario, Slim es el hombre insignia del gobierno perredista de Andrés Manuel López Obrador en el DF para un vasto programa de remodelación del Centro Histórico de la capital de la república con inversiones privadas y apoyos públicos. Y Slim apareció, a comienzos del 2001, como el empresario consentido de la campaña del candidato del PRD a la gubernatura de Michoacán, Lázaro Cárdenas Batel, hijo del Cuauhtémoc pendejeado por Slim en 1994 en torno a la privatización de Telmex. Pero acomodaticios, los perredistas ya se olvidaron de sus denuncias contra Slim por su salinismo. Lo único cierto es que Slim no ha cambiado. Por tanto, los perredistas ya arriaron sus banderas antisalinistas.
Carlos Slim Helú, como se revela en el libro de Martínez Mendoza, es un típico empresario priísta: se la jugó con el PRI hasta el final. Se recuerda, por ejemplo, su presencia física en domingo 2 de julio del 2000 en el edificio central del PRI para reunirse con el candidato presidencial Francisco Labastida Ochoa, justo después de que se conocieron las tendencias irreversibles que le daban el triunfo a Vicente Fox. Pero habilidoso como buen político priísta, Slim se enganchó después al gobierno foxista y apareció, sin rubor alguno, en las comitivas presidenciales como parte de los acarreos al exterior. Y aceptó el cargo de consejero de Pemex del gobierno de Fox. Como antes, pues: soldados del partido en turno y del presidente de la república.
Exitoso empresario de consorcios ajenos a la política, a Slim se le va a recordar como un empresario del poder político. La gran empresa que le permitió arribar al ranking internacional de los hombres más ricos del mundo fue Teléfonos de México.
Y la investigación de Martínez Mendoza corre algunos velos: Slim se hizo de una empresa que valía algo así como 12 mil millones de dólares con una inversión personal de apenas 400 millones de dólares. Al final de cuentas, la decisión de venta fue directamente de Carlos Salinas.
Uno de los competidores por Telmex, Roberto Hernández Ramírez, fue aconsejado por Pedro Aspe Armella, secretario de Hacienda del salinismo, de retirarse de la puja por Telmex y mejor prepararse para la venta de Banamex, el banco número uno del país.
Amigos desde los tiempos en que eran corredores de piso de la Bolsa de Valores, la venta de Telmex los separó y los llevó hasta los terrenos de una guerra que aún no ha terminado entre ellos.
Aunque posee una filosofía muy reflexionada sobre la actividad empresarial, Martínez Mendoza acumula datos y evidencias que prueban que Slim hizo su fortuna como beneficiario del poder político priísta del gobierno de Carlos Salinas.
Las investigaciones críticas se han topado con la imposibilidad de probar la participación de Salinas en el Telmex de Slim, aunque hay la certeza de que el ex presidente mexicano se coló en la empresa telefónica en el espacio de las acciones "L" que garantizan inversiones y utilidades, permanecen en el anonimato y no participan en decisiones administrativas.
Con un mohín de disgusto cada vez que le preguntan de Salinas o de sus relaciones ventajosas con el sistema priísta, Slim no puede ocultar -como lo demuestra este libro de Martínez Mendoza- la parte de su fortuna que ha estado ligada al poder. En 1984, Slim se asoció con la elite del empresariado mexicano para fundar la empresa Libre Empresa, S.A. -LESA- que iba a comprar todas las empresas paraestatales.
Más tarde, Slim manejó en la bolsa algunas de las fortunas secretas de los políticos mexicanos. En 1988, Slim participó activamente el Comité de Financiamiento de la campaña priísta de Carlos Salinas. En febrero de 1993, Slim asistió a una cena en la casa de Antonio Ortiz Mena, secretario de Hacienda del ciclo de desarrollo estabilizador (1958-1970), en la que el presidente Carlos Salinas y el presidente nacional del PRI, Genaro Borrego Estrada, le pasaron la charola a los grandes capitanes de la empresa privada para recolectar 25 millones de dólares por cada uno de los 30 empresarios asistentes y con ello financiar la campaña presidencial del PRI de 1994. En febrero 1994, Slim estuvo activamente presente en una cena en el hotel Nikko de apoyo a la campaña del candidato presidencial priísta Luis Donaldo Colosio y luego apoyó con dinero la de Ernesto Zedillo.
La lógica de ese apoyo empresarial al PRI había sido perfilada por Salinas y Emilio Azcárraga Milmo. El entonces presidente de la República asustó a los empresarios con la posibilidad de que Cuauhtémoc Cárdenas ganara la presidencia de la república por falta de dinero en el PRI. Y con Cárdenas llegarían, en el discurso macartista de Salinas, la izquierda y los comunistas, los estatistas y los nacionalizadores, los populistas que odian a los empresarios. Azcárraga fue el más pragmático: declaró estar dispuesto a darle el dinero al PRI porque él había ganado más dinero en los gobiernos priístas. Todos los asistentes a la cena en casa de Ortiz Mena habían sido beneficiarios de las políticas económicas priístas y de las privatizaciones del salinismo.
Pero beneficiario y todo de la política priísta, Slim se ha escudado detrás del argumento de que nunca ha necesitado de los políticos y que sus hijos y herederos están "vacunados" contra las tentaciones del poder político.
Pero la decisión de entregarle a Slim la empresa Teléfonos de México fue política y la asumió Carlos Salinas. En 1994, la influyente revista Bussines Week publicó un reportaje para ofrecer el retrato de Slim como de los más importantes empresarios que se beneficiaron del salinismo.
Un poco para alejarse de esa parte de su biografía, Slim ha incursionado en otras áreas de la empresa privada y ha comprado algunas compañías en Estados Unidos. Pero aún así, el poder central de su imperio es Telmex y ahí tendrá que seguir cargando con la sospecha social de una privatización con carácter política.
El periodista Martínez Mendoza logra acumular datos y evidencias de Slim como un mecenas político de los intelectuales. Hombre culto y lector acucioso, Slim ha conseguido subyugar a los intelectuales más críticos, quienes lo ponen como ejemplo del empresario moderno. Y se incluyen intelectuales críticos a Salinas, como revela las listas de invitados a las bodas de sus hijos. En su territorio han caído los intelectuales críticos de la modernización, severos denunciantes del sistema priísta y algunos ogros de la forma en que el empresariado mexicano ha medrado del poder y de la sociedad. A esos últimos podría decírseles hoy lo que en 1952 le escribió, en una severa reprimenda, Jean Paul Sartre a Albert Camus a propósito de la ceguera intelectual sobre los campos de concentración soviéticos:
-La existencia de esos campos puede producirnos indignación, puede causarnos horror, hasta es posible que nos obsesione, pero ¿por qué habría de ponernos en un aprieto (cursivas en el original)?
Sin rubor, los intelectuales han salido en la defensa abierta de Carlos Slim, sin rubores ni aprietos. Inclusive, un intelectual muy respetado, Fernando Benítez, hizo en La Jornada un encendido elogio de Slim y le reconoció financiamientos:
"Hace más de doce años conocí a Slim, y desde entonces he sido su amigo. A los pocos meses, Carlos, con el mayor tacto (cursivas de CR), nos dio una suma importante a mí, a Guillermo Tovar y de Teresa y a José Iturriaga. Carlos sabía que éramos maestros investigadores de nuestra historia, tarea siempre muy mal recompensada, y nos ayudó en nuestra labor.
"¿Por qué habría de ponernos en un aprieto?", escribió Sartre sobre la complicidad de los intelectuales ante los horrores de la represión soviética. ¿Podrían los intelectuales ser críticos de un benefactor, aunque ese benefactor utilice recursos que provienen del viejo y único modelo económico que ayuda a producir la riqueza pero se apropia privadamente de ella a costa de los asalariados?
El principal argumento de Slim radica en los datos, siempre él como fuente, de que sus trabajadores son los mejores pagados, pero de todos modos sumidos en la condición de asalariados no propietarios. A regañadientes, Slim aceptó la instrucción de Carlos Salinas de otorgarles propiedad accionaria a los trabajadores de Telmex afiliados al Sindicato, pero más tarde les hizo la vida imposible.
Al final de cuentas, un empresario es un empresario: una noción de clase. Aunque los intelectuales de izquierda cayeron subyugados de la filosofía empresarial de Slim: "A Carlos (Slim) no le importa la riqueza sino cómo debe ser empleada", escribió Benítez. Lo mismo decía Azcárraga pero el Tigre no ayudaba a los intelectuales sino que los contrataba y por eso la crítica severa contra el dueño de Televisa.
La riqueza, sin embargo, es siempre la misma, ya sea en textos de Marx, que en los de Smith o Salinas: la apropiación privada de la riqueza social. La percepción de la desigualdad que tienen los empresarios progresistas no es filantrópica sino de sobrevivencia de clase: luchar contra la pobreza porque "es la mejor inversión que puede efectuar una sociedad, porque eliminarla es fortalecer mercados, desarrollar la demanda interna, mejorar el nivel de vida (cursivas de CR)". "La pobreza es lastre social, político y económico". La existencia de pobres y sus demandas no permite el disfrute de la riqueza.
En el fondo, Slim es un empresario, no un populista: la pobreza genera irritación y protestas. Así, el empleo pagado evita las revoluciones y las revueltas. Sus empresas, al final de cuentas, están orientadas a beneficiar la tasa de utilidad, no la distribución salarial de la riqueza. Ofrecen empleo, pero se llevan la mejor parte del pastel. En el fondo, con o sin florituras del lenguaje, se trataría de una explotación de la mano de obra.
En este amplio contexto, Slim -filántropo y todo, amigo de intelectuales críticos del sistema priísta y mejor amigo de perredistas- es simplemente un empresario que tiene el objetivo de acumular riqueza a costa de la explotación de los trabajadores. Sus parecidos con empresarios prototípicos del sistema priísta no le ruborizan: cuando Slim quiso una casa muy especial en Cuernavaca, se le hizo fácil comprar todo un campo de golf. Esta anécdota recordó la de un singular empresario del sistema priísta: Sergio Bolaños, quien como sindicalista que hizo fortuna para y con los trabajadores petroleros.
Cuando quiso inscribir a su hija en el Colegio William, Bolaños se encontró con una negativa. Y tomó el camino fácil: compró la escuela y su hija pudo inscribirse.
Las semejanzas de Slim con Hank son casi puntuales: los dos usaron la política para acumular poder empresarial, los dos explotaron su carisma para seducir a intelectuales críticos.
Ambos son identificados con el mítico personaje del Rey Midas, quien convertía en oro todo lo que tocaba. Los dos se destacaron por explotar su capacidad de seducción. Una vez, Carlos Monsiváis fue designado por Proceso para entrevistar a Hank pero el escritor se disculpó con el argumento de que el político podía convencerlo. Los más duros críticos de Slim, Cárdenas y Scherer, hoy forman parte de las conquistas del empresario de Telmex.
¿Cuál es el destino final de Slim? Poderoso a una edad madura pero con tiempo por delante, Slim ha comenzado a utilizar las inversiones como shopping en el mall de las ofertas de empresas.
El gran negocio de Telmex estuvo amarrado a las condiciones preferenciales que le otorgó Carlos Salinas para convertir las tarifas telefónicas en un instrumento de capitalización privilegiado. Sin el apoyo del poder político, Slim encontraría problemas, lo que sin duda lo coloca frente a conflictos de identidad porque es empresario exitoso sólo por el apoyo del sistema político priísta, y aún así desprecia a los políticos. Aunque Slim es un luchador hábil: de modo silencioso se le metió ya en el ánimo del presidente Vicente Fox y de todos modos ya amarró alianzas con el PRD, sin duda su principal impugnador. Con mano suave, Slim ya ocupó espacios simultáneamente en el PRI, el PAN y el PRD: un mundo feliz.
Así, Slim ha logrado darle una utilidad política a sus inversiones: en lo político, se coló en los territorios de la oposición; y en los medios, sin duda donde persisten algunos de sus más consistentes críticos, Slim ha conseguido la participación accionaria o ha sabido privilegiar su papel del anunciante número uno. De ahí que el enfoque crítico contra Slim siga vigente, aunque sin la posibilidad de publicarlo o difundirlo por los tentáculos de Slim como el Ciudadano Kane inmortalizado por Orson Wells en el cine tomando como prototipo al empresario periodístico William Randolph Herst, uno de los promotores del periodismo amarillista y estimulador de la Revolución Mexicana porque le permitía vender periódicos.
Aunque Slim quisiera ser el protagonista de los ensayos de Fukuyama, Friedman, Forbes, Thurow, Soros, Toffler y otros corifeos de la globalización y la modernización industrial y no deja pasar la oportunidad para codearse con su socio Bill Gates, Slim podría quedar reducido a un simple Don Quijote del engaño, novela de Papini que cita la investigación de Martínez Mendoza, quien en la cúspide de su lucidez confesaba en el libro de Gog:
"Este mes he comprado una república. Capricho costoso y que no tendrá imitadores. Era un deseo que tenía desde hacía mucho tiempo y he querido librarme de él. Me imaginaba que el ser dueño de un país daba gusto.
"Yo no soy más que el rey incógnito de una pequeña república del desorden, pero la facilidad con que he conseguido dominarla y el evidente interés de todos los iniciados en conservar el secreto, me hace pensar que otras naciones, tal vez más vastas e importantes que mi república, viven, sin darse cuenta, bajo una dependencia análoga de soberanos extranjeros".
Slim ya compró su república.
Por Carlos Ramírez
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